“Pensar en independencia es insensato”, ha declarado Josep Fontana. Entonces, ¿qué les ocurre a los que actúan diariamente para alcanzar la República catalana independiente? ¿Son insensatos los ciudadanos que forman parte de la red que sostiene e impulsa al movimiento nacionalcatalán? La capacidad organizativa de las asociaciones independentistas es admirable y el marketing que han desarrollado ha sido un negocio muy exitoso. Se ha subrayado que los vínculos clientelares de la ANC o de Òmnium con los partidos nacionalistas son muy estrechos, ello explicaría el triunfo de este fenómeno subvencionado directa o indirectamente. En cierto modo, cómo demostraron los Jordis encima de los vehículos de la Guardia Civil, este movimiento es manipulable y controlable, de ahí que no se cansen de repetir cínicamente que sus acciones fueron pacíficas.
Pero cuando los miembros de ese movimiento se autodeterminan como individuos o se reorganizan en pequeños grupos de iluminados, es muy fácil que unos y otros transiten de la insensatez a la imprudencia. No es extraño que justifiquen y practiquen la violencia simbólica, también la física. ¿Cuál es el objetivo de los Comités en Defensa de la República (CDR)? ¿Repartir claveles y ofrecer sonrisas, besos y abrazos? Hasta conocidos historiadores nacionalistas no han tenido complejo alguno en justificar, en un reciente coloquio celebrado en Girona, que los jóvenes catalanes están muy hartos del Estat espanyol y están a un tris de coger las armas. Qué bien harían en leer la entrevista a su maestro Fontana.
En este contexto de normalización de la violencia, no nos debería causar sorpresa alguna que el profesor Hernández Borrell haga comentarios homófobos sobre Miquel Iceta, o que el pallaso [sic] machista de TV3 Toni Albà(rez) llame mala puta a Inés (Arrimadas). Y, por supuesto, no ha de sorprender que el discurso sobre los políticos presos por presuntos delincuentes haya derivado en una causa general con presos políticos. ¿Son irrazonables quienes hacen suyo este giro lingüístico?
La intolerancia hacia los no nacionalistas campa impunemente a sus anchas en Cataluña desde hace décadas, la diferencia es que ahora ya es mórbida
Los nacionalistas deberían también tentarse la ropa cuando profieren insultos a los potenciales votantes de partidos no soberanistas, graves faltas de respeto que se han convertido en moneda común en las redes y en los centros educativos desde infantil hasta la universidad. Los cientos de miles de independentistas deberían conocer la genealogía xenófoba del insulto catalanista, que tiene al reaccionario Pere Rossell, diputado de ERC en la II República, como exponente más conocido de ese interiorizado racismo: “Jo no puc concebir biològicament, com l’individu fill d’un prolongat mestiçatge pot haver criteri estable; sa mentalitat ha d’ésser una confusió, quan no una contínua oposició”. Interpretación, quizás compartida, por aquellos mestizos o hijos y nietos de “trogloditas” que reniegan de su condición para convertirse en claque vociferante del procés.
Una parte de Cataluña está enferma de idiocia y de republicanismo xenófobo, incluso ya se habla de contagio generalizado entre els altres catalans, aquellos que han salido en tromba del armario, que resisten, que denuncian la arraigada malversación del dinero público con fines identitarios, la crisis del sistema sanitario y el maltrato económico a los dependientes, o el adoctrinamiento y los barracones en las escuelas. Es dudoso que todo forme parte de lo mismo, tal y como ha propuesto Lluís Bassets en El País (11-12-2017): "Las dos Cataluñas que estamos construyendo componen juntas un monstruo social y político, económicamente ruinoso, culturalmente imposible de vivir y políticamente de gestión penosa y difícil". Tampoco es esta construcción un resultado inmediato del procés, como afirma Bassets. La intolerancia hacia los no nacionalistas campa impunemente a sus anchas en Cataluña desde hace décadas, la diferencia es que ahora ya es mórbida. Es posible que ese odio sea imparable. Es posible que ya esté afectando al conjunto de España esa nacionalitis aguda con sus nefastas consecuencias, el deseado “cuanto peor mejor” del ideólogo Junqueras, es decir, el enfrentamiento entre españoles o, quizás como diría el tal Albà, entre hijos de la mala puta.