Mi padre me contaba de pequeño un cuento de nunca acabar. Unha vez era un home que iba polo monte, queres que cho conte? En mi inocencia respondía inmediatamente que sí, ansiando saber qué hacía el paisano, que muchas veces se convertía en el relato de mi progenitor en gaiteiro, por el monte. Mi padre sonreía y me repetía la cantinela. Unha vez era un home que iba polo monte, queres que cho conte? Y así hasta la eternidad. Una eternidad que era sinónimo de mi enfado descomunal ante su tomadura de pelo.

Esta debe ser la línea argumental de Carles Puigdemont, ir mareando la perdiz hasta el agotamiento. Jugar con la política al igual que un padre juega con su hijo. Si bien la segunda opción es inane, la primera pone en jaque a la misma política, a la gente y a la sociedad catalana, que está partida en dos, que ve la acción política de forma tan diferente como irreconciliable, y que culpa al otro de los fallos propios.

En Europa, salvo los grupos nacionalistas, el silencio es ensordecedor, pero se agitan supuestos apoyos que a los ojos del mundo no existen. Ni el Papa, ni Estados Unidos, ni Europa

El independentismo catalán ha hecho piña con Puigdemont. No hubo respuesta al requerimiento, pero se ha jugado con el artilugio de la negociación, internacional evidentemente, para echar el balón al tejado de Rajoy. Puigdemont está obligado a contestar si se declaró la independencia o no, pero ha contestado que insta a negociar. ¿El qué? Si alguien tiene dudas, la independencia. Este planteamiento es glosado como heroico por la brunete mediática catalana, que ensalza la grandeza del president por defender al pueblo de Cataluña. El resto del pueblo de Cataluña que no baila el agua del soberanismo no da crédito. "Si hay que negociar que se haga dentro de la Constitución. Las leyes se pueden cambiar", afirman en este mundo que ha salido del armario y ya no se calla ni una.

Y así vuelta a empezar. Nos dicen que hasta el jueves. Mientras, reuniones y más reuniones del soberanismo para descubrir si fue antes el huevo o la gallina. Si Puigdemont declaró la independencia y la suspendió; si no la suspendió porque no la declaró; si no la suspendió porque no ha sido votada; si es necesario declararla para negociar de igual a igual una salida al conflicto siempre que la negociación acabe en Repúblicana catalana; si el frenazo de Puigdemont ha puesto en el tablero internacional el conflicto o si el conflicto no entra ni a tiros --perdón por la comparación-- en el tablero internacional. El independentismo habla de mediación internacional porque es inasequible al desaliento. En Europa, salvo los grupos nacionalistas, el silencio es ensordecedor, pero se agitan supuestos apoyos que a los ojos del mundo --incluida Cataluña-- no existen. Ni el Papa, ni Estados Unidos, ni Europa. Ni tan siquiera ese premio Nobel tunecino, que sólo era tunecino y que de Nobel tiene tanto como yo.

La CUP vela sus armas a la espera del castañazo y la mayoría está hasta el gorro

Tampoco parece que en España salgan mediadores como setas. Los que han salido son arte y parte. ¿O puede mediar el FC Barcelona, el Colegio de Abogados de Barcelona, los sindicatos o algunas patronales, si hasta ahora han sido la gran coartada para que el proceso independentista disfrazado de democracia popular fuera avanzando? Sería tanto como poner a la zorra a vigilar las gallinas. ¿Por qué se pide tanto mediador? Si los que están al frente son incapaces de negociar, de alcanzar puntos de encuentro, que se vayan a su casa y dejen y paso. ¿Y Podemos? Quieren con doña Ada Colau a la cabeza negociar pero son incapaces de decirnos qué harán si se proclama la DUI. Son incapaces de decir cuál es su propuesta. Colau parecía hace unos días una Miss Universo que deseaba la paz en el mundo cuando muy puesta en camisa institucional reclamó diálogo sin concretarlo. Sin más. Como se decía hace unos años, señora Colau, un poquito de por favor.

Los catalanes estamos en esas. Con un Gobierno que gasta energías y hasta el dinero que no tiene para proclamar una República que, sin haber nacido, nos ha dejado sin banca, sin inversiones, con las reservas turísticas en alarma roja, con una deuda que no nos permite buscar crédito sin la mano de España, sin grandes empresas, que han cogido caminito a la seguridad, y con el mercado inmobiliario frenado en seco. ¡No sean españoles! No pasa absolutamente nada. Junqueras y Puigdemont lo tienen todo controlado. La CUP vela sus armas a la espera del castañazo y la mayoría está hasta el gorro. Los independentistas porque quieren ser independientes y la gran mayoría porque quiere vivir en estabilidad, sin aspavientos y sin aventuras de baja estofa. Y, sobre todo, porque quieren vivir sin el letargo mental del procés en el cuento de nunca acabar. Yo, después de 50 años, quiero volver al cuento de mi padre y averiguar qué hacía aquel hombre, aquel gaiteiro por el monte. Seguro que lo resuelvo antes que el procés.