No es la primera vez. Afirmó que no habría crédito entre 2008 y 2010, tras la caída de los dioses (Lehman), y no lo hubo en ningún banco; anunció el estreno de una nueva política del establishment frente a Podemos, y C’s acabó empujando. Señaló que un banco de la zona euro no podía perder el llamado pasaporte europeo para seguir financiándose, y se vio muy rápido que la City, mercado de referencia de la deuda pública, lo exige. Desmontó a Xavier Sala Martín, referencia teórica del independentismo, cuando el profesor de Columbia predicaba el reduccionismo monetario según el cual cualquier oficina de fuera de Cataluña de un banco catalán podría mantener su colateral con el BCE. Y no señor, el colateral, la financiación de una entidad con el BCE, requiere el efecto sede.
Señor Sala Martín: no basta con tener una oficina en Perpiñán o en París para entenderse con Mario Draghi. De la misma manera que las cotizaciones de los trabajadores catalanes no pueden asegurar por sí solas el pago de las pensiones (en contra de la tesis central de Sala Martín en su libro És l’hora dels adéus).
En las últimas horas, Oliu ha mostrado su aceleración. Negociará con Frankfurt desde Alicante, donde no solo tiene una entidad recién adquirida, como la CAM, sino que tiene mercado y estructuras de back office a las que puede trasladar, si es necesario, su tripa tecnológica, situada hoy en la M-30 de Sant Cugat. Y lo hará; este no se anda con chiquitas. Todo menos poner en peligro el Banc Sabadell, la entidad que más ha crecido en España en la última década y que recientemente se ha reforzado en términos de recursos propios, tras haber destinado a provisiones y reservas el producto de la venta de la sede del NatWest en España (su negocio ya lo tenía desde que se hizo con la CAM). Peligro disipado con la recuperación de las acciones en el Ibex, sin impactos de otros mercados, y, sobre todo, tranquilidad de los depositantes. Poco ruido, menos declaraciones y muchas nueces.
Desde luego, no era fácil la tarea que se le encomendó a Josep Oliu, hijo del ex director general del Sabadell Joan Oliu, en la etapa en que el banco de origen vallesano era una entidad local. Oliu padre compaginó el rigor técnico con la vinculación a su clientela. Lejos de limitar su capacidad al despliegue comercial con sus vecinos, se perfiló como el banquero más entendido en materia de ratios de salud patrimonial en la etapa de la gran crisis financiera de los setenta, desde la quiebra del Banco de Navarra hasta la caída de Banca Catalana. El profesor Rojo (ex presidente del Banco España), Aristóbulo de Juan, ex director del supervisor y autor del sorprendente libro De buenos banqueros a malos banqueros (Marcial Pons, 2017) o el mismo Josep Termes (expresidente desaparecido de la AEB) le consideraron el banquero técnicamente mejor dotado en aquella época tan difícil, con la Transición en carne abierta, una inflación galopante y el sistema de pagos cortocircuitado muy a menudo.
Oliu ha multiplicado por mucho el volumen del Sabadell, ha modernizado su masa accionarial y ha situado a su marca en las plazas de referencia internacionales
Oliu no tiene nada que ver con la época de su padre, ni le debe el cargo a su progenitor. El actual presidente del Sabadell ha multiplicado por mucho el volumen de la entidad, ha modernizado su masa accionarial y ha situado a su marca en las plazas de referencia internacionales. La cotización del Sabadell ofrece, a día de hoy, la panorámica 360 grados de la “aldea global”, que inventó John Pierpont Morgan. Los economistas deben educar a la opinión para evitar que los políticos caigan en la demagogia, escribió el Nobel Edward Prescott, expresidente del Banco Federal de Minnesota. Otro Nobel más reciente, el francés Jean Tirole, asegura que es necesaria cierta dosis de esquizofrenia para informar matizadamente lo que es producto de la investigación, mientras la urgencia de los mensajes nos impulsa a la simplificación.
Prescott defendió en sus mejores años que una economía que crece por debajo del 2% está en crisis virtual. Sus modelos matemáticos ofrecen la perspectiva del error como dato político, algo que conviene conocer antes de hablar con Oliu, uno de los llamados minnesotos, aquellos doctorados, como Miguel de Sebastián o Alfred Pastor, que se formaron en las poderosas escuelas de economía norteamericanas. Aquellos cerebros entre los que también se cuenta el ministro Luis de De Guindos --economista talentoso al que masajeo desde la izquierda natural-- han sido la principal cantera de altos cargos para los supervisores y organismos reguladores.
La rapidez con la que grandes compañías catalanas anuncian sus deslocalizaciones al reto de España nos acompaña como un rugido de dolor
Cada época ofrece su supremacía intelectual. Hoy, el lenguaje matemático de la economía está entre el latín romano de Tito Livio y el francés de Racine o de Saint-Simon que se hablaba en el París del XVIII. Cuando la historiografía real se encamina al banquillo de los acusados y la calle apuesta por la rebelión, la exactitud de la palabra resulta imprescindible. Cicerón y Horacio demostraron que la memoria de los letrados se sostiene mejor en los anaqueles de la historia que el banquete de la barricada, aunque sea de adoquines. Para los sabios de la economía, más allá de los modelos matemáticos, solo habitan la especulación y la metáfora. Y quienes así lo creen no pasarán (a mucho honra) de meros girondinos, frente a los jacobinos de la Montaña que ocupan el centro del ruido en contra de las ciudadelas del poder. La CUP, algarabía requeté autoproclamada situacionista del mayo francés, pide un asalto a lo público, entendido como redención. "Crearemos un banco público catalán para financiar a los desposeídos", proclaman.
La rapidez con la que grandes compañías catalanas anuncian sus deslocalizaciones al reto de España nos acompaña como un rugido de dolor: Gas Natural Fenosa, Freixenet, Agrolimen (la de los tiznados Carulla), las empresas de laboratorios y especialmente Mediolanum, aquel banco filial italiano cuyo presidente catalán, Carles Tusquets, protege tras los cristales del Palacete Abadal, joya del noucentisme, reducto de línea clara ante la Diagonal confusa de nuestros días. Mas allá de sus aceras, brillan las sombras de nuestro pasado, el de la universidad de los setenta envuelta en humos y olor de goma quemada. En el arrastre de los tiempos convulsos, el recuerdo niega siempre el presente. Pero digámoslo claro: el igualitarismo medroso de los padres ha desembocado en la furia territorial de los hijos y nietos.
Los que hoy agitan el miedo, nos hablan de levantar barreras alrededor de la nueva Jericó; ruina sin estímulos. De ahí el amor de tantos por la economía, una ciencia sin retórica con la que Oliu ha situado al Banc Sabadell en el mercado global.