Como canta Joan Manuel Serrat, el señalado, este domingo puede ser un gran día, pero, paradójicamente, para quienes le han insultado, menospreciado o simplemente no comparten sus opiniones sobre el referéndum unilateral y nada transparente que el Govern de la Generalitat pretende celebrar este 1-O. Para otros, aun siendo absolutamente críticos con el inmovilismo de Mariano Rajoy y con la política destructora del PP, hoy puede ser un día muy triste al ver que una parte de la sociedad catalana está dispuesta a seguir la estrategia suicida de un Govern y un Parlament que se han propuesto llegar hasta el final del procés violando todas las leyes --catalanas, españolas e internacionales-- con el único objetivo de forzar una respuesta autoritaria del Estado para ganar a la larga una legitimidad que saben que el referéndum ilegal no tiene, por lo que no va a servir para nada desde el punto de vista de la validación internacional.
El pasado 21 de septiembre, el periodista Pere Rusiñol fue entrevistado en Al rojo vivo (La Sexta) por Antonio García Ferreras y al día siguiente colocó el vídeo en Facebook con un comentario en el que explicaba que habían cenado en su casa dos profesores balcánicos, que no dejaron de repetir: "Nosotros esto ya lo vimos". Cuando alguien menta los Balcanes, enseguida aparecen los que le llaman “exagerado”, pero otro periodista recordaba en el mismo muro de Facebook que en 1991 nadie podía imaginar en Yugoslavia que un año después la gente se estaría matando por las calles, mientras que Rusiñol citaba a un excompañero que había cubierto las guerras balcánicas y que le "hizo ver cómo todo se fue a la mierda allí sobre todo a partir del momento en que se instauraron dos realidades legales paralelas y cada uno seguía la suya e ignoraba olímpicamente la otra, desde las instituciones mismas".
En Cataluña hay ya dos realidades paralelas, legales y en la vida práctica
En Cataluña hay ya dos realidades paralelas, legales y en la vida práctica. Esta dualidad se observa en muchas de las facetas de la vida cotidiana y en las opiniones ante cualquier hecho que tenga un mínima relación con el monotema. Comencemos por la fractura social, que los independentistas rechazan con irritación que se haya producido, aunque todo el mundo sabe que existe, quizá no en el sentido que algunos quieren darle, pero nadie puede negar que el procés ha enfrentado a familias, amigos, conocidos y saludados, por lo que al final la decisión más habitual ha sido no hablar del asunto o hacerlo solo con quien coincides.
Los ejemplos de esta realidad paralela son múltiples. Si el Banco de España dice que el procés puede rebajar el crecimiento económico, los otros responden que eso es la campaña del miedo. Si sube la inversión extranjera, unos dicen que se debe a que la independencia no da miedo y los otros a que nadie en el exterior se la cree. Si se van empresas de Cataluña, para unos es por el miedo a la ruptura; para los otros, no es así porque, alegan, también se van de Madrid y de otras regiones.
Los hechos no cuentan, solo la manera de contarlos. Tres coches de la Guardia Civil fueron destrozados en la concentración ante la Conselleria d'Economia. ¿Es eso violencia? ¿Cómo se le ocurre decir eso, el pueblo catalán es sobre todo pacífico?, se indignan unos. Mientras, en el otro bando, se califican las manifestaciones de tumultuarias para poder acusar de sedición a los organizadores. De igual modo, lo que para una de las partes es una utilización aberrante de los niños en las manifestaciones o en la ocupación de los colegios electorales, para la otra no tiene la menor importancia.
Muchos medios, no solo de comunicación, de Madrid llevan años excitando la catalanofobia (el vídeo del PP con frases hispanofóbicas y el "a por ellos, oé, oé, oé" son los últimos ejemplos). Es una actitud tan despreciable como la hispanofobia y el supremacismo ("somos los mejores", "un pueblo cultivado y avanzado frente a la España rancia y atrasada") de que están impregnados ciertos ambientes catalanes. Pero unos solo ven lo que dicen y hacen los otros contra ellos, y viceversa.
Los medios de comunicación, como ocurrió en los Balcanes, tienen una gran responsabilidad en lo que está ocurriendo
Los medios de comunicación, como ocurrió en los Balcanes, tienen una gran responsabilidad en lo que está ocurriendo. En las televisiones públicas, la manipulación es indecente. Con una diferencia: en TVE aún hay quien se queja (los periodistas de Sant Cugat o el Consejo de Informativos), mientras que en TV3 nadie abre la boca. Peor: el Consell de l’Audiovisual de Catalunya (CAC) lo justifica todo.
La batalla se libra también en la prensa extranjera y en la política internacional, dos campos muy trabajados por el procesismo. El independentismo destaca todo lo que interpreta que le favorece (hemos llegado a ver opiniones hasta de un diario de Salzburgo y de otras ciudades más exóticas, dicho con todos los respetos), mientras oculta lo que le perjudica. Cuando el Financial Times o The Economist piden a Carles Puigdemont que anule el referéndum, o no aparece en esos medios o se enfoca la noticia por la parte más favorable. En la otra trinchera --digital o no tan digital-- ocurre lo contrario.
Pese a que las autoridades comunitarias han dicho y repetido que una Cataluña independiente saldría de la UE --no por expulsión, sino por autoexclusión--, Oriol Junqueras y muchos otros siguen negando la evidencia. Por eso, ya puede declarar Jean-Claude Juncker lo que quiera, que aquí siempre habrá dos versiones de lo que haya afirmado, Con Donald Trump ha ocurrido otro tanto. Los indepes han llegado a decir que será racista y xenófobo, pero es un demócrata, y por eso no ha condenado el referéndum, aunque se haya mostrado favorable a una España unida.
Trump es el último aliado --¿o el primero?-- del secesionismo en este juego peligroso de las dos realidades paralelas que nos pueden llevar al abismo. Porque las realidades paralelas, como los referéndums, las carga el diablo.