Anteayer, Pablo Iglesias, junto a la plana mayor de Unidos Podemos, con la participación destacada en la conferencia de prensa de Xavier Domènech, se descolgó con una propuesta abracadabrante: reunir una “asamblea extraordinaria de parlamentarios” (diputados, senadores, eurodiputados) y alcaldes de municipios de más de 50.000 habitantes de toda España para denunciar la “involución democrática” que lleva a cabo el Gobierno del PP a cuenta de la prohibición del 1-O. El objetivo inmediato es aprobar un manifiesto a favor de una negociación política que permita un referéndum pactado en Cataluña.
“Primero como tragedia, después como farsa”, que dijo Karl Marx. En efecto, hace cien años ya hubo una asamblea de parlamentarios en España ante el colapso del sistema político de la Restauración, animada por los aires de renovación que venían de Europa. La impulsó el líder regionalista Francesc Cambó junto a otros diputados y senadores catalanistas, reformistas, republicanos y algunos liberales. El objetivo era proceder a una “reforma de la organización del Estado”. Una primera reunión, celebrada en el parque de la Ciudadela de Barcelona en julio, fue disuelta por las fuerzas del orden. En octubre, tuvo lugar otro encuentro de parlamentarios en el Ateneo de Madrid, donde se aprobaron las bases de una reforma constitucional. Cambó salió precipitadamente de la reunión para ser recibido por Alfonso XIII, cuya capacidad de intervenir en la vida política era muy importante con unas prerrogativas que hoy no tiene ni por asomo Felipe VI. Por un momento pareció que iba a ser posible democratizar el régimen de 1876 en medio de fuertes tensiones sociales, económicas y militares. Tras sucesivos gobiernos de concentración nacional y la celebración de elecciones sin el control político del Ministerio de Gobernación, la crisis se resolvió en 1923 de la peor manera posible: la dictadura de Primo de Rivera.
La reunión de electos que pretende Iglesias es una farsa que acabará en la irrelevancia absoluta después del 1-O, aunque circunstancialmente cuente con el aplauso de los separatistas y sirva a sus propósitos
La asamblea de parlamentarios de 1917 refleja un momento de la historia española que acabó en fracaso y tragedia. Si se hubiera logrado democratizar en esa delicada coyuntura la Constitución de 1876, puede que nos hubiéramos ahorrado dos dictaduras y una guerra civil. En cambio, la reunión de electos que pretende Iglesias es una farsa que acabará en la irrelevancia absoluta después del 1-O, aunque circunstancialmente cuente con el aplauso de los separatistas y sirva a sus propósitos. Es una farsa porque en España hubo elecciones generales hace poco más de un año con un nivel de participación que rozó el 70%. Y si hoy gobierna Rajoy es porque Iglesias no quiso, en marzo de 2016, abstenerse para permitir que lo hiciera Pedro Sánchez tras sellar un pacto con C's que incorporaba un buen paquete de reformas, imposibles de prosperar sin el concurso de otras fuerzas. Entonces el líder morado prefirió intentar un segundo sorpasso al PSOE. Pero fracasó y perdió un millón de votos. En lugar de dimitir, inició una criba interna que prosigue hasta hoy.
Ahora Iglesias, para intentar echar a Rajoy del poder o desestabilizar la actitud sensata de los socialistas (que ayer patinó en el Congreso en un ejercicio de irresponsabilidad compartida con el resto de los partidos constitucionalistas), ha optado por validar el relato de Estado “autoritario” de JxSí y la CUP. Y los de Unidos Podemos denuncian “involución”, “excepcionalidad democrática”, “vulneración de libertades fundamentales” o “conculcación de derechos civiles” como si España estuviera a las puertas de la dictadura. Ante eso, el golpe propiciado en el Parlament de Cataluña por los separatistas contra la Constitución, el Estatuto y los derechos democráticos de los diputados de la oposición empalidece y se presenta casi como una travesura de niños. Ni media palabra tampoco de apoyo a los alcaldes socialistas que sufren, a veces también sus familiares, el acoso de exaltados nacionalistas en pequeños y medianos municipios. Lamentable, por cierto, el papel que está jugando Ada Colau estos días, y qué pena que Jaume Collboni no quiera arriesgarse a romper el pacto con los “comuns” en Barcelona porque pondría a la alcadesa contra las cuerdas.
Pero la farsa de Iglesias con su asamblea de parlamentarios es solo comparable a la farsa del referéndum. No hay nada más revelador para saber de qué va esto que escuchar al conseller Santi Vila, miembro de un Govern que impulsa una insurrección, pedir que no haya inhabilitaciones tras el 1-O para “evitar torpedear la negociación posterior”, afirmó el lunes en Madrid. Muy poco confía, pues, en la aventura secesionista que capitanea su fanático president Seguro que en el manifiesto de la asamblea de parlamentarios de Iglesias, después de anunciar unos cuantos imperativos categóricos, también se exigirá que la “represión” del Estado “autoritario” sea de la señorita Pepis. No sea que la farsa acabe en tragedia y al final se acabe la broma.