Ya me perdonarán porque, ciertamente, entrar en una guerra de cifras tras una manifestación es algo que resulta tedioso, pero hay cosas que no se pueden dejar pasar. Que los convocantes den una cifra abultada de asistentes no es ninguna novedad ni produce escándalo alguno. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, dirán. De acuerdo. Ahora bien, lo que no es admisible es que una institución como la Guardia Urbana, que depende del Ayuntamiento de Barcelona, sistemáticamente incumpla con su deber de ofrecer una información razonada cuando comunica una cifra de manifestantes. Este año lo ha vuelto a hacer. Ha dicho que en el acto independentista de la Diada hubo un millón de personas. Podía haberse refugiado en la afirmación genérica de que participaron decenas de miles, dato incontestable a simple vista, o incluso si quería contentar a los convocantes sin arriesgar mucho podía haber hablado de cientos de miles sin más. Pero no. Nuevamente, la Guardia Urbana ha entrado de lleno en el terreno de la propaganda política con una cantidad redonda y rotunda. Un millón. Las entidades independentistas se sienten tan satisfechas que, al igual que el año pasado, no han necesitado vender ninguna otra cifra.
El problema es que la Guardia Urbana no ofrece justificación a posteriori de cómo obtiene esos datos. Contar manifestantes es algo objetivable, no permite dar una cifra exacta, pero tampoco es algo arbitrario que se rija por la simpatía política de quien cuenta. Existe una forma Existe una forma relativamente sencilla que se llama “método Jacobs”, creado por un profesor de la Universidad de California en los años sesenta que consiste en calcular la superficie ocupada por la densidad. La primera dificultad consiste en definir bien los metros cuadrados ocupables, pues el mobiliario urbano como farolas, bancos, cabinas, pantallas o árboles, no cuenta. Obviamente, el cálculo simplón de largo por ancho de la calle, es hacer trampas. El segundo inconveniente, aún mayor, es otorgar una densidad razonable. Como la manifestación no es homogénea a lo largo de todo el recorrido, el método Jabocs exige dividir el área ocupada en secciones de metros cuadrados para atribuir una densidad más precisa a cada una de ellas y luego multiplicar esta por el área de la sección correspondiente y sumar todos los resultados. Los expertos han diseñado una horquilla de densidades que va desde la que permite la libertad de movimientos a los manifestantes (1 persona por m2) a la congestión (5 personas por m2). Atribuir una densidad media de 2,5 es señal de que la manifestación evaluada ha sido compacta en cuanto a número de participantes, mientras que una densidad de 6 es asumir que suponía un riesgo para la seguridad de los asistentes, por ejemplo, por aplastamiento. Por encima de 7 no hablaríamos de manifestación sino directamente de catástrofe humana.
Lo único cierto es que las magnitudes de las manifestaciones independentistas se han ido reduciendo año tras año desde su máximo en 2013
Pues bien, lo que lleva haciendo la Guardia Urbana año tras año es manejar unas cifras que exigen una explicación. En 2016, la superficie ocupable en la manifestación de la ANC y Òmnium en Passeig de Sant Joan entre la Diagonal y el Arc del Triomf era de 84.535 m2. Es una cifra que se obtiene tras descontar el mobiliario urbano y, por tanto, no debería ser problemática. La policía municipal dio la cifra de 540.000 asistentes. Eso supone una densidad media de 6,38 personas por m2. Sin embargo, nadie corrió peligro ni hubo desmayos. Este año, el millón de manifestantes que, según la Urbana, llenaban la cruz formada entre Passeig de Gràcia y Aragó, con una superficie ocupable de 148.840 m2, suponía una densidad media de 6,71. Muy cerca ya de lo que sería un peligro de avalancha humana. Si la policía barcelonesa no hubiera descontado el numeroso mobiliario urbano que hay en ese trayecto, el total de la superficie se elevaría a 191.670 m2 y la densidad bajaría a 5,23. Aún así, las imágenes hubieran revelado una enorme congestión de manifestantes. Sin embargo, en los laterales de Passeig de Gràcia se podía circular con comodidad, según testigos presenciales, e incluso en las zonas centrales había algunos claros, como vimos en televisión.
El Ayuntamiento de Barcelona no puede suministrar cifras de manifestantes fantásticas sin justificar su cálculo. Este año es evidente que el independentismo temía ofrecer una imagen de decaimiento, no tanto porque no pudiera cumplir con su objetivo concreto, adaptado a un trayecto mucho más corto, sino por la comparativa con los otros años. Nada que ver los 3,4 km de La Diada del Sí de este lunes con los 400 km de la Via Catalana cap a la Independència (2013), los 11 km de la V (2014) o los 5,2 km de la Via lliure (2015). Lo único cierto es que las magnitudes de las manifestaciones independentistas se han ido reduciendo año tras año desde su máximo en 2013 (casi 800.000 personas contadas una a una por SCC revisando 107.000 imágenes de la gigafoto de la propia ANC). Siguen siendo muy numerosas pero ya no tanto. Que se evidenciara esa pendiente inclinada suponía un grave problema en un momento tan determinante del envite secesionista, sobre todo tras la nefasta sesión del Parlament de la semana pasada. La dirección política de la Guardia Urbana ha querido echarle un capote dando una cifra imposible de manifestantes que, por otro lado, jamás se ha dado en las calles de Barcelona. Ni hace cuarenta años, cuando se reclamaba "llibertat, amnistia i Estatut d'autonomia", ni por ningún otro tema. Tampoco por la independencia. Esas mentiras exigen explicaciones.