Cuando Baco enciende su ira. Miguel Torres Maczassek y su padre, Miguel Agustín Torres, el actual presidente de Bodegas Torres, se han convertido en el azote de la vergonzante política energética del ministro Álvaro Nadal. Los grandes bodegueros catalanes instalaron en su pago de Pacs del Penedès más de mil megavatios en paneles de energía fotovoltaica que duermen el sueño de los justos, como todo el autoconsumo renovable de España. Crear energía verde para utilizarla y devolver los excedentes a la red ha sido un mal invento; un caso escandaloso de inseguridad regulatoria.
Desde que Álvaro Nadal se encarga del recibo de la luz, España pierde e Italia gana (Enel se hizo con el control de la Endesa que señorearon Pizarro y Aznar); los consumidores ven incrementados sus recibos hasta cotas de escándalo social y las compañías eléctricas solventan su futuro con ganancias estratosféricas. La tarifa española supera en un 11% la media de la UE; y el recibo de muchos particulares supera esta media en un 30%. Es una dinámica imparable, un círculo luciferino que inventó la presión de triopolio Endesa-Iberdrola-Gas Natural Fenosa y consagró Nadal cuando era el jefe de la Oficina Económica de la Moncloa, para finalmente festonearlo desde la cúpula del Ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital.
Nadal se ganó el puesto de ministro al hincarle el diente a la tarifa eléctrica, el misterio más insondable de la economía planetaria, nacida en la era de las fórmulas polinómicas y los costes sumergidos. La formación de precios en el sector energético se culebrea como la serpiente emplumada de una injusticia supina debajo de cortinas de humo que cubren los monopolios naturales en España. Santiago Roldán y Ramón Tamames inventaron para Triunfo (publicación estrella del tardofranquismo) aquello de la “oligarquía electro-fascista” para denunciar al nudo de poder convertido hoy, 40 años después, en la élite extractiva (sigo a César Molinas tras el estrellato de Daron Acemoglu y James Robinson, auténticos pioneros de la investigación).
Hoy, el llamado mercado libre de la energía eléctrica en manos de los generadores ocupa una pequeña parte de la formación del precio. La luz que pagan millones de españoles sigue siendo un precio político, fijado por la tarifa del Gobierno y dependiente de dos variables que nunca se cruzan: los costes de distribución y el humor social del ministro de turno. En este paquete va enmascarado el escandaloso “déficit tarifario” que exigen las compañías, es decir, el dinero invertido en las redes que las empresas recuperan a través de la factura mensual, de forma automática y por la ley del embudo. Exactamente lo mismo que las inversiones estratégicas, como el proyecto Castor de Florentino o la reversión de las autopistas de peaje, la farsa M-30 y M-40, del manirroto Gallardón, que pagaremos a escote por un total 5.000 millones de euros, con el Pelazo de fondo —el ministro de Fomento, Iñigo de la Serna— diciendo que no se trata de una nacionalización.
A la hora de denunciar una estafa, porque el cambio de reglamento de las primas a las renovables es una estafa, no hay nadie mejor que un emprendedor que va a riesgo. Sobre todo si el empresario hace frente a la falaz burocracia de un Gobierno al servicio del poder económico. Tiene mayor credibilidad Torres que cualquier informe académico; la palabra de un industrial es la riqueza de una nación. El Estado pone parches (valiosísimos, a veces). Pero el empleo de calidad y la inversión solo llegarán cuando regrese de verdad el sentido del riesgo.
En las madreselvas de la fortaleza de Milmanda, a tiro de piedra del monasterio de Poblet, o entre las viñas del Mas La Plana y el Grans Muralles, los Torres curan su enfado gracias al éxito de sus caldos. El abuelo de Miguel Torres, el pionero Juan Torres, comenzó en 1928 a ennoblecer las barricas de Limousin de Allier Tronçais (Francia), de aguardientes destilados de sus vinos, utilizando alambiques medievales de cobre para la destilación y la crianza. Entró en el brandy; descubrió que las maderas y las especias duras aportan la solera, eso que no ofrece el Estado ni por mor de su antigüedad.
La luz que pagan millones de españoles sigue siendo un precio político, fijado por la tarifa del Gobierno y dependiente de dos variables que nunca se cruzan: los costes de distribución y el humor social del ministro de turno
Cuatro generaciones después, llega el choque renovable. El país con más horas de sol de Europa abomina de la fotovoltaica porque así lo han decidido los prohombres del cártel eléctrico, Francesco Starace, Pepe Bogas y Borja Prado (Endesa); Sánchez Galán (Iberdola) o Rafael Villaseca (Gas Natural Fenosa) y tras ellos el joven ministro, Nadal, Icade y doctor en Harvard, pero más preparado para el lobby que para la administración del espacio público, que es lo que realmente exige la política, noble oficio.
El Gobierno de la nación no es una empresa y sus ciudadanos no pueden sostener el déficit tarifario. Esta pequeña monstruosidad de los costes repercutibles en el recibo de la luz fue inventada en la predemocracia de la patronal Eléctrica, cuando la Unesa de Alegre Marcet, Oriol i Urquijo o Barrié de la Maza, primer marqués de Fenosa otorgado por el Caudillo, era el sostén del acero y de la banca. Y tuvo su aquel, porque, precisamente, la autarquía económica mantuvo artificialmente los precios del consumo muy bajos para no perjudicar a los más desfavorecidos. Cosas del paternalismo. Pero ahora, cuando este mecanismo de lo repercutible se ha puesto en valor, han aparecido los costes sumergidos de las enormes inversiones en centrales nucleares y la subvención del carbón. Y claro, ahora lo sostenemos nosotros: el mercado, usted y yo.
Álvaro Nadal es el punto de encuentro entre la nueva oligarquía y el aparato productivo del país. De su moral pública, hasta aquí resquebrajada, debería nacer un principio de racionalidad que no dañe al tejido social; que no perjudique a las empresas industriales, sostén del crecimiento. Los que han invertido en instalaciones renovables no recuperarán su apuesta, al revés de las eléctricas consagradas. Una falta de equidad escandalosa, con la complicidad lamentable de Luis de Guindos, hoy dechado de virtudes.
Después de su denuncia, los Torres vuelven al pago en el que manda el injerto de cabernet franc o del pinot noir en garnachas, tempranillos, parellada, ugni blanc y monastrells. A las soleras y a las holandas integrales; al aromático roble, al perfume del naranjo. Se diría que la tierra restaña las heridas del falso mercado eléctrico.