El próximo 1-O, el Gobierno de la Generalitat ha dicho que quiere convocar un referéndum ilegal para declarar unilateralmente la independencia de Cataluña, independientemente del porcentaje de participación, sin que exista clara mayoría de votos positivos, con leyes aprobadas al margen de la Constitución, del Estatuto de Autonomía y del propio Parlamento catalán. Alega que tiene un mandato del pueblo de Cataluña (no de los ciudadanos catalanes).
Cuando se escucha hablar a los partidos en el gobierno parecería que realmente los ciudadanos catalanes han cambiado radicalmente su forma de pensar en los últimos años, que nos sentimos sojuzgados, nuestros sentimientos nos alejan cada vez más del resto de los españoles y que ya se nos hace insoportable la situación.
Sin embargo, los datos no parecen confirmar lo que cansinamente afirman los representantes independentistas. En el cuadro que hay a continuación se han puesto los porcentajes de votos obtenidos por los diferentes partidos, con las correspondientes variaciones nominales y evolución de las coaliciones para presentarse a elecciones. Para la última columna se han incorporado datos del sondeo publicado por El Confidencial a principios de julio de este año.
En esta tabla, hemos sumado los datos de los votos obtenidos por partidos con ADN independentista, los que se declaran dispuestos a proponer reformas y los que se muestran reacios a hacerlas. En esta agrupación, aunque el PP muestre tendencia a no realizar reformas constitucionales, ante el acuerdo del resto de grupos para hacerlo, dudamos de que se mantuviera al margen. En la lista de partidos, también sería discutible si CiU tiene que estar en el grupo independentista desde sus inicios, o sólo en los últimos años. Sin embargo, creo que el pactismo tradicional de los gobiernos convergentes ha respondido a la política de peix al cove (de momento, saca lo que puedas) y no a cuestiones de principios. Este pactismo siempre ha ido aparejado a un progresivo aumento de petición de competencias, un mayor control de los medios de comunicación públicos y del sistema educativo, y de la alimentación del radicalismo independentista a través de la transferencia de recursos públicos a entidades civiles independentistas. La no defensa abierta del independentismo por parte de Convergència se justificaba con la frase “ahora no toca”. La crisis económica, la indignación popular por las políticas de recortes del Gobierno de Mas y el afloramiento de la corrupción y del clientelismo mantenido durante los años de gobierno, fueron la espoleta desencadenante para llevar a la práctica lo que con tiempo ya venían preparando.
A pesar de las grandes manifestaciones, organizadas con las subvenciones de dinero público por entidades privadas y del bombardeo ideológico que hemos sufrido desde los medios de comunicación catalanes, la radicalización del Gobierno no ha hecho crecer de forma significativa el voto independentista. Tal como se observa en la siguiente gráfica de barras, el porcentaje de voto independentista del 2010 es inferior al de las elecciones de 1992. A partir de 2010, los votos a partidos independentistas han tenido tendencia a la baja, situándose en los niveles de principios de siglo. Todos los sondeos de previsión de voto confirman esta tendencia.
Los datos de 2017 corresponden al sondeo de DYM de junio de 2017 publicado per 'El Confidencial' el 3/7/17
Nos inclinamos a pensar que lo que ha hecho variar erróneamente la percepción de que la población se estaba volviendo más independentista es la política de alianzas entre partidos y la propaganda realizada desde el Gobierno de la Generalitat. Tradicionalmente, Convergència pactaba con Unió en coalición electoral y con el PP, para conseguir apoyos puntuales. Ahora, el apoyo de gobierno lo facilitan ERC y la CUP, ambos con ADN independentista. Los votos imprescindibles de la CUP aumentan la radicalidad.
Durante estos tiempos, hemos visto cómo desde el Gobierno se gestaba la división entre catalanes, y a partidos de izquierdas enflaquecerse con discusiones internas, pero también hemos visto romperse la coalición de CiU, desaparecer Unió del espectro parlamentario y a Convergència, transformarse en el PDeCAT con clara tendencia a la insignificancia. Paralelamente, nuevos partidos en España han conseguido buena representación en Cataluña, como son Ciudadanos y Podemos. Nos parece entrever un aumento del interés, de un sector amplio de la ciudadanía catalana, por la política autonómica, por dar opinión y por ir a votar. El radicalismo de Convergència está engordando a ERC y muchos independentistas de corazón han aumentado su convencimiento de que viven un proceso imparable y se muestran más radicales. Pero aun así, el voto independentista sigue bajando y votantes tradicionales de CiU buscan discretamente opciones no independentistas a donde dirigir su papeleta.
Vendrán las elecciones y una vez más la distorsión que provoca el sistema electoral en Cataluña nos hará creer que somos más nacionalistas de lo que realmente somos
Aparte de los sondeos en intención de voto tenemos otros indicadores: actualmente, muchos ciudadanos no independentistas se atreven a dar su opinión y públicamente muestran su hartazgo; los medios de comunicación no alineados claramente con el independentismo cada vez manifiestan posiciones más críticas; muchos independentistas convencidos manifiestan las dudas respecto de las formas utilizadas por el Gobierno para conseguirlo y los partidos no independentistas empiezan a dejar claras sus posiciones. Hemos visto múltiples incumplimientos en las hojas de ruta, la no aprobación de ninguna ley, la no compra de urnas y la falta de compromiso del consejero económico para estampar su firma en el gasto previsto, las reticencias de algunos consejeros a arriesgar tanto y muchas dudas en las propias filas independentistas.
Hasta ahora, además de las grandes declaraciones, no tenemos ni siquiera papel mojado. Ahora, ERC hace lo que siempre ha hecho, intentar tensar la cuerda y acercar a sus compañeros de viaje a su propio terreno. Viviremos dos meses con presión psicológica extrema hacia los ciudadanos y los grupos no independentistas. Saben que llamar fascistas y franquistas a la gente de izquierdas, algunos de los cuales han tenido padres y abuelos que han sufrido persecución, exilio y algunos aún están en las cunetas, es una provocación deleznable. En la calle, algún fanático convencido podría cometer una tontería. Sin embargo, no descartemos que cuando se acerque el momento crítico, ERC se descuelgue acusando de tibieza a sus compañeros de viaje, dejándolos abandonados a su propio suicidio. Será el momento de sacar las urnas para nuevas elecciones.
Vendrán las elecciones y una vez más la distorsión que provoca el sistema electoral en Cataluña nos hará creer que somos más nacionalistas de lo que realmente somos. Hoy igual que ayer, seguiremos sin tener los gobiernos que la mayoría votamos. Pero hoy más que ayer, pedimos a los políticos que se pongan a cambiar lo que ya hace demasiado tiempo nos está haciendo daño. Quizás, discutir la propuesta federalista del partido socialista lleva tiempo, pero hay que empezar ya sin descartar otros cambios más inmediatos. Fundamental resultará disponer de otra ley electoral que nos ayude a situar un poco mejor en la política la realidad de nuestra sociedad. ¡Manos a la obra, ya!