Dice Roelf Meyer, exministro del apartheid sudafricano y mediador de conflictos en medio mundo, que “no se puede negociar nada cuando una de las partes se siente superior a la otra” y que “en un conflicto sin salida hay supremacismo”. Por desgracia esto es lo que ocurre en Cataluña. El órdago secesionista no tiene salida porque la base que lo sustenta es supremacista. Pero lo más grave es que este sentimiento de superioridad étnico-identitaria se expresa políticamente con normalidad, de forma desacomplejada, y casi a diario. De la gira mediática que está haciendo el exconseller y actual delegado en Madrid de la Generalitat, Ferran Mascarell, con motivo de la presentación de su último libro, Dos Estados, hemos podido escuchar nuevas perlas que nos recuerdan anteriores afirmaciones suyas cargadas de hispanofobia. En 2013 dijo que “España es una anomalía histórica” perdida en su “propio laberinto” desde 1714, que ha acabado en un modelo de Estado “jerárquico y autoritario” al negar los derechos democráticos a los catalanes.
Para Mascarell ahora España no solo es una anomalía histórica, sino “un Estado fallido que no ha sabido construirse” por su “enquistamiento e incapacidad de inclusión”. Ello es debido a que la política española, impregnada de lo que denomina “nacionalismo heroico”, porque siempre quiere imponerse sin acordar nada, ha dado lugar a “un Estado cerrado, excluyente”, muy participado por los intereses de una élite que se apropia de los recursos comunes, afirma el delegado en Madrid que, sin embargo, no parece acordarse de que los políticos catalanes autonómicos son los mejores retribuidos de España, por ejemplo, por no hablar del sistema corrupto y clientelar del pujolismo, etc. En cambio, en Cataluña, prosigue Mascarell, lo que hay es otra cosa. La política catalana ha sido siempre más “aspiracional”, “servidora”, organizada sobre la necesidad de alcanzar algunos objetivos colectivos de “gran aspiración”, de extraordinaria ambición, porque hemos tenido que luchar, claro está, “contra un Estado, el español, que siempre nos ha sido desfavorable”. Leído esto no sé por qué nos escandalizamos tanto la semana pasada al escuchar a Miguel Lupiáñez, alcalde de Blanes, con sus deshilachadas declaraciones lepenistas de que “aquí somos diferentes, los parámetros son otros, se vive de otra manera en Cataluña, pasa lo mismo en Dinamarca en comparación con el Magreb”. En realidad, lo que dijo es la plasmación coloquial de las tesis supremacistas de Mascarell y de tantos otros nacionalistas que con mayor refinamiento y pose pseudointelectual sostienen un evidente racismo cultural.
Lo que dijo Lupiáñez es la plasmación coloquial de las tesis supremacistas de Mascarell y de tantos otros nacionalistas que con mayor refinamiento y pose pseudointelectual sostienen un evidente racismo cultural
El exconseller no solo cree tener la solución al problema histórico que, según él, tienen los ciudadanos españoles con el Estado, sino que está convencido de la admiración que le profesan al escucharle en petit comité: “Cuando tengo tiempo de contar a mis conocidos de Madrid para qué quiero la independencia, cuando lo cuento, algunos me dicen que, si somos capaces de hacerlo, se vienen a Cataluña. El ser capaces de hacer eso es un proyecto de política servidora, política al servicio de...”, se embelesa en su narcicismo. Pero Mascarell no se pone por poco cuando inventa nuevas categorías culturales. No se contenta solo con seducir a amigos, conocidos o saludados madrileños, sino que propone que “toda la política mundial” se rija por ese nuevo concepto de “política servidora” que se ha sacado de la chistera, que es hacia donde se dirige Cataluña cuando alcance la independencia, afirma. En realidad, el mundo ya está en ello, explica con emoción..., y ustedes y yo sin enterarnos.
Lo más sorprendente de Mascarell es que no solo cree que la independencia va a ser indolora sino que a España le va a ir de maravilla sin la fiscalidad y la riqueza de los catalanes. En realidad, serían nuestros conciudadanos de más allá del Ebro los que tendrían que echarnos de prisa y corriendo porque a partir de ese momento iban a ser más felices. “Un país como España con una realidad como la española, en la que todo el mundo se siente parte de la nación española y tiene derecho a sentirse como tal, lo veo como un Estado factible y funcional en un contexto europeo”, añade. Menos mal. Al final, Mascarell les perdona la vida a los pobres españoles, para los que el remedio a sus males seculares pasa por amputarse voluntariamente el 16% de la población y el 19% del PIB y así no tener más remedio que reformarse de una vez. En fin, lo dicho, el conflicto que han incubado los separatistas no tiene salida racional hasta que no abandonen su vomitivo supremacismo.