Tengo miedo. Nunca había tenido esta extraña sensación de vértigo a un miedo desconocido. Ese temor me lo ha producido Donald Trump.
La víspera del día de su toma de posesión del cargo expliqué el por qué de mi desazón (Soñando con el mundo al revés), y los días transcurridos desde ese 20 de enero han acrecentado mi temor, como las fichas de un dominó que van cayendo una tras otra. Veo buitres negros sobrevolando los horizontes de todas las latitudes.
Ayer, cenando, mi hija Raquel, que no es una niña sino una atractiva mujer que el 2 de mayo cumplirá 29 años, me dijo que tiene una pesadilla recurrente desde hace una semana: que iba a estallar una guerra nuclear. Mi hijo Alberto, que esta semana cumple 24 y que lleva la política en la sangre como su padre, teme que la política económica proteccionista que defiende Trump va a empobrecer el mundo, a los Estados Unidos primero. Lo único que le parece bien, paradójicamente, es una cosa que le disgusta: ¡Está cumpliendo con sus promesas electorales! ¡Y eso es lo preocupante!
La primera semana después de ganar las elecciones dio un vuelco a sus gestos que los analistas interpretaron como un aterrizaje en la realidad, pero no era eso sino que se acojonó al ver que había pasado de ser el centro de sus negocios, que manejaba desde su torre de cristal negra en Manhattan, a ser el centro de las miradas del mundo. Y hay que estar loco para digerir eso de un día para otro en un personaje que ha vivido ajeno a la política y dedicado a la codicia de tener lo mejor...
Vaticino que Trump será una pesadilla para la humanidad, empezando por sus compatriotas, que no se lo merecen
Le costó una semana digerir el nuevo rol y, una vez digerido, ha vuelto el Donald más Trump que nunca porque para un personaje tan egocéntrico y narcisista ser el presidente de la Estados Unidos es un sueño orgásmico, y vaticino que será una pesadilla para la humanidad, empezando por sus compatriotas, que no se lo merecen; aunque haya ganado las elecciones, tiene casi tres millones de votos menos que su rival, Hillary Clinton.
En 1933 Alemania no mereció su destino aunque Adolf Hitler también ganó las elecciones, incluso más holgadamente que Trump porque ganó en escaños y votos. No lo comparo con Hitler porque el rubio platino cree en su Constitución aunque ambos tengan al menos tres puntos en común: Hitler tampoco engañó a los alemanes, escribió Mi lucha en la prisión tras el fallido Putsch de Múnich, que apareció publicado el 18 de julio, dos años después, anunciando el futuro que la esperaba al pueblo judío. Hitler hizo lo que había dicho. Se mantuvo fiel a sus ideas. No es ningún consuelo que Trump también lo sea. Otro punto en común es el nacionalismo, "América, primero". El tercero es la megalomanía.
Como Estados Unidos es una democracia, no podrá llevar hasta las últimas consecuencias sus delirios si, por desgracia, se producen atentados como los de París, Niza o Bruselas de 2016. Pero en sus manos tiene el botón rojo de las bombas nucleares cuya autorización no pasa por el Congreso sino que fue una herramienta de la guerra fría para evitar el holocausto mundial. Ante el temor a un ataque soviético, no se podía esperar a la tramitación congresista que podía producirse nunca por la exterminación por parte del enemigo.
El protocolo del uso de la bomba nuclear es simple. El presidente presiona el botón rojo --no es una metáfora, lo lleva en un maletín--, esa orden va dirigida a dos altos oficiales del ejército que la confirman con la Casa Blanca y, simultáneamente, presionan los dos botones del Cuarto Jinete del Apocalipsis que no irá en caballo bayo sino que bajará del cielo, cumpliéndose la pesadilla recurrente de mi hija...
Hace un par de años escribí una serie de reportajes sobre el "crimen perfecto", aquel que realizan los servicios de inteligencia de los Estados. Me documentó un amigo, doctor en Criminología de la UAB. Expliqué con detalle diez métodos efectivos en que los forenses dictaminaron que los interfectos habían pasado a mejor vida por causas naturales. Este doctor me explicó que, si acaso eso le ocurriera a Trump, será a causa de una muerte natural provocada por estos métodos limpios. Si eso llega a ocurrir, avisados están.
Mientras tanto, Donald Trump hace una cosa incompatible con las leyes de la biología, mea y caga a la vez sobre la conciencia de la civilización con el más soez estilo yanqui. No se interprete mi crítica como un ataque a la derecha americana. En América nunca ha existido un presidente de izquierdas; y porque mi crítica, si quieren salvaje, está a la altura de su destinatario; no es una critica política sino moral.
Espero oír hablar al Papa Francisco urbi et orbe.