La navaja corta el espacio virtual en el que conviven dos mentes fugaces, la del presente rabioso (Josep Maria Tatxo Benet) y la del pasado furioso (Jaume Roures). El filo avanza entre el minimalismo del primero y el barro del segundo, sometidos ambos al principio de parsimonia. Benet y Roures son dos de los accionistas mayoritarios de Mediapro, la productora progre, que rompió amarras en 1994 y galvanizó con éxito poco después, durante el traspié catalán de Telefónica, bajo el poderío de Villalonga, la mano digital del primer Aznar.
Si se trata de explicar la tripa de Mediapro, sin necesidad de recurrir a la retórica, sobresale Tatxo, hombre de periodismo aristotélico reconvertido en gestor total. Su socio, Roures, es más literario; encaja con aquella internacional letrista que sacralizó el detournement y que ha desembocado en los negocios de culturastore --modelo FNAC-- o en las comedietas pequeño burguesas de Woody Allen; y también en los periódicos como Público, cuya edición en papel fue chapada por orden de su promotor la misma noche en que Mediapro brindaba por Vicki Cristina en el Hotel Beverly Hills de Los Ángeles.
Tatxo es un independentista que ha plantado una bandera catalana en la puerta del despacho, en el distrito barcelonés del 22@, donde Ildefons Cerdà proyectó la ciudad frente al mar. Pertenece al clan nacionalista de la alta Bonanova, una ciudadela ajardinada (la de los Boixareu, Dani, Benet o Vilarrubí, Jover o Soldevila, entre otros muchos) conquistada a la ladera septentrional de Collserola, afín a las celebraciones del barcelonismo futbolístico y los conciliábulos de Artur Mas en el proscenio de su última embestida.
Mediapro fue el resultado de una fusión juvenil entre un príncipe del stand up y un burócrata del "que inventen ellos". Pero les hemos visto con los papeles cambiados. Han amagado, pero hoy, 25 años después, sabemos que Tatxo gestiona y Jaume recrea
Su socio y amigo, Roures, es afín a la piedra milenaria del casco antiguo; se le pilla mirando de reojo antes de mover ficha. Ambos provienen de TV3, donde Tatxo fue protagonista y Jaume, productor de los que rigen, con cara de póker, unidades móviles y bustos parlantes. Mediapro fue el resultado de una fusión juvenil entre un príncipe del stand up y un burócrata del "que inventen ellos". Pero les hemos visto con los papeles cambiados. Han amagado, pero hoy, 25 años después, sabemos que Tatxo gestiona y Jaume recrea.
Entendieron hace mucho que la "la tele ya no era un electrodoméstico" y sí un instrumento para "hacer llegar contenidos al público", que los puede recibir por multitud de plataformas, como las que han incorporado ahora las redes sociales, Twitter, Facebook Live o Snapchat. Desde el principio se centra en los contenidos, la parte del león, allí donde los primeros cazadores enterraron el valor añadido. Y no solo le saca lustre al partido de la jornada.
Nadador, Tatxo y muñidor, Jaume, ambos hablan en el idioma que desea su audiencia (en inglés o castellano), aunque pidan a gritos el catalán monoglósico. Están convencidos de que, cuando la calle lo pida, las plataformas clásicas como Atresmedia y Mediaset y las OTT, como Netflix y Amazon, emitirán en catalán. El tiempo lo dirá, pero no se puede confiar en una forma a priori, que solo vive en nuestro interior.
Mediapro es la bomba: productora audiovisual líder en Europa, con una facturación de 1.500 millones, 129 millones de beneficios (2015) y más de 30 sedes en todo el mundo. Benet, Roures y su socio Gerard Romy son los dueños del 33,2% del grupo. Los otros dos accionistas de referencia son Televisa (19,89%) y WPP-Torreal (23,45%), referencia en la Nueva Economía de Juan Abelló, inversor entusiasta del modelo catalán y cazador experto en el Coto de la Perdiz, que señorea el marqués de Eulate y ex ministro de Defensa, Pedro Morenés. Cataluña también caza; aunque no lo parezca, nuestros ejecutivos visten fieltro y cárdigan de lana, con la cartuchera fija entre el cinturón y la charretera.
Algunos ven a la productora en el Shangri-La de la Cataluña ensimismada. Pero Mediapro desoye los cantos de sirena. Entra y sale por la porosa membrana noreste para administrar en el exterior el 40% de su cifra de negocio
El audiovisual catalán agoniza. Lo dijo el domingo Isona Passola, presidenta de la Acadèmia del Cinema Català, en el discurso que pronunció en la gala de entrega de los Premis Gaudí. La elocuencia le pudo: "Un país no existe si no tiene un audiovisual potente". Fue un dardo directo a las autoridades allí presentes y una denuncia de la situación que afecta a un sector estratégico como es el audiovisual, envuelto en una crisis galopante y con una TV3 a la que se le supone motor de esa industria. Pues bien, querida señora, ¡el soberanismo festonea, no gestiona!
Algunos ven a la productora en el Shangri-La de la Cataluña ensimismada. Pero Mediapro desoye los cantos de sirena. Entra y sale por la porosa membrana noreste para administrar en el exterior el 40% de su cifra de negocio. Entre sus 4.300 empleados de movilidad absoluta, nadie tiene tiempo de sentirse blue collar, el perfil del inmovilismo blanco que ha votado al magnate Trump, ogro melancólico de todos los males.
"TV3 se muere", dijo un día Benet como un gallo de afilados espolones, después de haber vaciado la energía seminal de la gran operación TV de Catalunya, obra del trío Prenafeta-Quintà-Pujol. Cuanto más simple y directa sea la explicación, mejor para Tatxo. Su socio, en cambio, utiliza la navaja para establecer un criterio de selección entre teorías con igual método de exposición (poder explicativo). No todo es futbol; ni todo muere en la Liga, una patronal infausta presidida por Tebas, socio de Benet (en Spanish Soccer International Marketing), madridista de mordida y palco en la zona noble del Bernabéu; ágora de los negocios y del mus; catafalco erótico para damas de alta cuna.
No todo es futbol, claro que no. También valen el toma y daca entre plataformas y productoras (la eterna dialéctica entre el hard y el soft) para ofrecer series de éxito que llegan desde Estados unidos y del norte de Europa, con protagonistas en la sombra, como Steven Johnson, Ran Tellem o Daniel Burman. El efecto llamada del teatro de Arniches, de Brecht, de Jarry o de Buero Vallejo desaparecen a manos de la serie de TV, el vicio solitario que se ha saltado al cine y amenaza al siglo XXI.