Desde las instituciones europeas, al molt honorable Cocomocho se le ha dicho de todas las maneras posibles que el tema que le obsesiona no interesa, pero el hombre insiste y, como no consigue que le reciba nadie de cierto peso (a todos se les llena la agenda de manera insólita en cuanto se produce la petición), pone a trabajar al voluntarioso Ramon Tremosa para que le alquile una sala en la que poder dar la tabarra a placer, convenientemente acompañado de mosén Junqueras y del minister of foreign affairs de la inexistente República catalana, Raül Romeva. El subtexto viene a ser el siguiente: "Yo he venido a este mundo a dar la tabarra con mis manías y la pienso dar, se pongan ustedes como se pongan".
Mucho me temo que, con este tipo de iniciativas, los catalanes nos estamos ganando en Europa una fama de pelmazos que va contra los intereses de todos, incluidos los independentistas
El capricho cuesta un dinerito, que siempre está disponible para esa clase de cosas, y si hay que apoquinar para insertar anuncios en la prensa europea, se apoquina y punto. Sí, vale, por lo que cobra, Tremosa podría haberse enterado de que el día de la brasa los embajadores estaban convocados a una reunión, ¡desde el mes de diciembre!, pero tampoco se lo vamos a tener en cuenta: ya llenaremos la sala con la claque que nos hemos traído de Barcelona, con los separatistas que vivan en Bruselas y con algunos diputados independentistas de Escocia y de Gales. Luego, TV3 y la prensa amiga ya se encargarán de decir que la cosa fue un éxito y que el intolerante Gobierno español ha salido muy perjudicado de la experiencia. Y si alguien de la oposición nos pregunta cuánto ha costado la broma, Cocoliso ya se lo toreará convenientemente y ni confirmará ni negará que se hayan gastado 120.000 euros del contribuyente en el caprichito presidencial.
Mucho me temo que, con este tipo de iniciativas, los catalanes nos estamos ganando en Europa una fama de pelmazos que va contra los intereses de todos, incluidos los independentistas. Si como región Cataluña es la pesadez personificada, ¿en qué pesadilla podría convertirse como Estado miembro de esa unión que, según los soberanistas, no puede permitirse el lujo de prescindir de nosotros? De la misma manera que se recibe a García Page para hablar de las navajas de Albacete, Puigdemont tendría alguna oportunidad de ser escuchado por las altas instancias si quisiera hablar de la avellana o de la pera limonera, pero mientras siga insistiendo en el monotema, no lo va a recibir nadie. Y eso es lo que se resiste a aceptar nuestro presidente, que tiene activadísimo el gen de la pesadez, puesto al servicio de una manía personal que confunde con el mandato de todo un pueblo.
No sé qué es lo próximo que se le ocurrirá para internacionalizar su obsesión, pero estoy convencido de que, sea lo que sea, nos costará dinero.