La periodista y escritora estadounidense Barbara W. Tuchman escribió en el prólogo de Los cañones de agosto, obra con la que ganó un Pulitzer, que el siglo XX no empezó el 1 de enero de 1901 sino el 4 de agosto de 1914, cuando estalló la Gran Guerra. Tuchman explica lo que ocurrió en esos días terribles de agosto en los que nadie quería una guerra que estalló por culpa de las malas decisiones de los líderes europeos.

No lo podía escribir Tuchman, porque había muerto, pero defiendo que el siglo XXI empezó el 11S de 2001. El mundo cambió ese día.

Temo al 20 de enero, quiera Dios que dentro de unos años los historiadores no digan que ese viernes empezó una época horribilis para la humanidad por la llegada al dormitorio del lado este de la Casa Blanca del coleccionista de amantes barbie, combinado con el zar rasPutín, señor de la casa Rusa.

La otra noche, cenando en familia, mi hija militante animalista, votante fija del PACMA desde que hace diez años empezó a votar, dijo que los americanos con su pan se lo coman, pero temo que el zurullo se lo va (lo vamos) a comer Occidente enterito.

La auténtica revolución del pasado siglo fue el ascenso de la mujer al lugar que le corresponde. A codearse de igual a igual con los hombres

Como nadie tiene una bola de cristal, dejo el temor al futuro para la política ficción de Puigdemont, con su referéndum vinculante sí o sí. Hoy no hablaré del presente sino del pasado siglo XX en Un discreto homenaje a las mujeres, porque me apetece escribir que la auténtica revolución del pasado siglo fue el ascenso de la mujer al lugar que le corresponde. A codearse de igual a igual con los hombres. Y esa fue una hija del mayo del 68 parisino...

A principios del pasado siglo, a mi abuela, de un pequeño pueblo de la Hoya de Huesca, sus padres no la dejaron estudiar porque esa actividad era cosa de chicos y, como tenía inquietud para aprender a leer y a escribir, esperaba a que sus padres apagaran el candil para ir a la habitación de sus hermanos y que le enseñaran la lección de la escuela. Entre velas aprendió las cuatro letras. Por su actitud, mi yaya fue la primera maestra de la vida.

Siempre he defendido el derecho a la igualdad de la mujer como la escritora barcelonesa Laura Freixas, que este jueves escribía, de otro asunto más político que el de género, una columna en La Vanguardia titulada La tribu emocional que aconsejo que lean encarecidamente a quienes les gusta mi forma de entender la cuestión nacional.

Con Laura me unen varias cosas: somos catalanes, ella de BCN y yo de Lleida; pertenecemos a la misma generación, no vivimos los años bárbaros de la guerra ni la inmediata posguerra, abrimos los ojos y la conciencia en la rijosa represión de cera y sacristía; tenemos una misma perspectiva en lo nacional (es lectora habitual de Crónica Global); coincidimos en el amor a la literatura, que combino con la historia; y en la defensa del valor de la mujer que ella explica en su envidiable actividad intelectual de conferenciante, escritora y editora.

Es feminista porque piensa como Carmen Martín Gaite, que retrató en su novela Entre visillos la tristeza, melancolía y resignación con que la mujer española vivió sometida a una doble dictadura: la política y la del amo páter de familia. Sí, es feminista. Yo no porque pienso, como Martín Gaite, que el feminismo ha copiado algunos vicios del machismo más recalcitrante, como puede oírse a Anna Gabriel que ha sustituido en su parla el sustantivo y pronombre los por las. La forma es el fondo.

Lo que no me gusta de la equiparación de los sexos es que la virtud cuesta más que copiar que los defectos

Lo que no me gusta de la equiparación de los sexos es que la virtud cuesta más que copiar que los defectos, y buena parte de las mujeres de hoy repiten los peores tics de los hombres de ayer. En los hábitos: el consumo del alcohol, el tabaco, el sexo fácil y si te he visto no me acuerdo; pero también en los profundos: el egoísmo y la falta de sacrificio que vieron en sus madres.

A la escritora Rosa Chacel, que me deslumbró en los 80 con su Barrio de Maravillas, le gustaba recordar a Baudelaire diciendo que para encontrar el mal no hay que irse muy lejos sino mirar a tu propio corazón. Si siguiéramos el consejo del autor de Las flores del mal, nos daríamos cuenta de nuestros defectos.

Y hablando de defectos vuelvo a Trump que, desgraciadamente, nada tiene que ver con el Donald de la factoría Disney. El republicano es mucho más peligroso.

Acabo con una ocurrencia que tal vez disguste a mi amiga virtual, Laura Freixas, de la que otro día volveré a hablar porque me he dejado muchas letras en el tintero. A saber: que lo único que me gusta del magnate Trump es su mujer florero. Mientras no se demuestre lo contrario, se me antoja que es la primera dama barbie de los Estados Unidos.