No estamos ante una admirable tenacidad en la defensa de una supuesta idea justa, la independencia de Cataluña, por los partidos que la promueven (ERC, PDECAT, CUP y sus brazos --armados-- civiles, Òmnium Cultural y ANC), sino ante una interesada obstinación en una práctica de la que viven políticamente. Si se les despojara del cuento de la independencia, quedarían al descubierto sus muchas incompetencias: no gobiernan bien, no aprovechan las grandes posibilidades que ofrece el Estatuto de Autonomía vigente --como ha sabido hacerlo el PNV en el País Vasco--, no ayudan a la cohesión de la sociedad --todo lo contrario--, ni a la formación de una opinión pública madura consciente de los problemas globales, y ni siquiera saben proteger la cultura y la lengua catalanas.
Se apoyan en la intoxicación ideológica permanente desde las instancias del poder institucional, utilizando como transmisores a los medios de comunicación públicos y a los subvencionados más los espontáneos. Repiten hasta la saciedad nociones simples, que interpretan a su gusto: mandato democrático, libertad de expresión, referéndum, bilateralidad... o puras invenciones: "España nos roba", "El Estado español nos oprime"... Han manipulado la historia hasta el punto de hacer irreconocibles tanto a España como a Cataluña. Lo contaminan todo con la bandera sectaria, una especie invasiva que desplaza a la bandera tradicional y estatutaria de campos de fútbol, auditorios, escuelas, pantallas, ayuntamientos, fiestas populares y, lo último, para mayor escarnio y abuso político de menores, la cabalgata de los Reyes Magos. Están creando una sociedad con elevadas dosis de fanáticos, engañados e ignorantes.
Los independentistas lo contaminan todo con la bandera sectaria, una especie invasiva que desplaza a la bandera tradicional y estatutaria de campos de fútbol, auditorios, escuelas, pantallas, ayuntamientos, fiestas populares y hasta la cabalgata de los Reyes Magos
No se pude alegar que son unos ilusos, salvo que pensemos que se creen ciegamente sus descabelladas fantasías. Se les ha dicho y argumentado por activa y por pasiva que la independencia de Cataluña no es necesaria, no es viable, no es posible. En el más que improbable supuesto que en el orden interno español consiguieran esa desconexión que pretenden seguida de una declaración unilateral de independencia, Cataluña quedaría fuera de la ONU y de sus organismos especializados (OIT, OMS, UNESCO, BIRD, FMI, FAO, entre otros) y fuera de la UE, como un cuerpo extraño no identificable jurídicamente en el orden internacional. Los mercados financieros, a los que ahora ya no pueden acceder, quedarían cerrados a cal y canto para Cataluña. Las exportaciones se frenarían por los aranceles de país tercero y las importaciones por la falta de divisas.
Y no obstante siguen en sus trece. Hablarles de las graves consecuencias de su juego irresponsable lo consideran una amenaza, un catastrofismo gratuito. Ni siquiera conceden a las advertencias objetivas el beneficio de la "libertad de expresión", a la que ellos recurren con tanta facilidad como descaro para amparar sus tartarinescos proyectos.
Se están enredando tanto en su palabrería truculenta que, si con mentalidad directa hemos de entender las palabras tal como las han dicho, sin interpretación añadida alguna, entonces la conclusión es que nos encontramos en un oscuro callejón sin salida. Por suerte, sabemos el valor relativo y oportunista que otorgan a sus palabras. La esperanza reside en que se vayan desdiciendo a golpe de realidad. A la postre, la deshonestidad intelectual que les caracteriza servirá para facilitar la búsqueda de una solución.
Al otro lado de la mesa encontramos la tosca torpeza (en parte calculada) de los gobiernos del PP con Mariano Rajoy a la cabeza
Al otro lado de la mesa encontramos la tosca torpeza (en parte calculada) de los gobiernos del PP con Mariano Rajoy a la cabeza. A sus errores se debe en gran medida el aluvión de independentistas imprevistos. No se trata de negociar la independencia, sino de estudiar cuáles de las demandas presentadas o apuntadas por los gobiernos de la Generalitat son razonables; y esas, negociarlas. Convenir sobre lo equitativamente aceptable, además de ser algo justo y debido, haría mella en multitud de independentistas engañados. No se puede establecer una equivalencia moral y política en el comportamiento de ambas partes, cada una en una ponderada medida es responsable de la situación.
Nos espera un 2017 de hartazgo. ¡Háganlo más llevadero entre todos!