Hace tres meses Antena 3 avanzó los resultados del último barómetro sobre la imagen de España, elaborado por el Real Instituto Elcano, con el siguiente titular: “Casi un 70% de los portugueses apoya una unión política con España”. La paradoja del dato era que seis de cada diez portugueses creían que España no se interesaba lo suficiente por Portugal, además de valorar negativamente la fuerte implantación de empresas españolas por ser el riesgo a “ser colonizados”.
Quizás a pie de calle, Portugal no interese mucho. Sin embargo, son muchas y variadas las relaciones entre españoles y portugueses, sean económicas, políticas, sociales y culturales. En la actualidad, la frontera común de 1.214 kilómetros es un espacio de continuos y cotidianos intercambios, a pesar de los centralismos autonómicos. El etiquetaje de casi todos los productos que consumimos está, como mínimo, en portugués y en castellano. Un paso más, el pasado 17 de diciembre se registró Iber - Partido Ibérico, hermanado con el Movimento Partido Ibérico. Su ideario iberista plantea la unión confederal entre Portugal y España, con tres idiomas oficiales: castellano, portugués y catalán.
El iberismo tiene un largo recorrido histórico con muchas fluctuaciones
El iberismo tiene un largo recorrido histórico con muchas fluctuaciones. Algunos autores consideran como punto de partida de este movimiento la memoria que José Marchena presentó en 1792 al ministro de Exteriores francés, con el fin propugnar la creación de una República Federal Ibérica. El siglo XIX fue el más prolífico para el iberismo, distinguiéndose dos corrientes: la unionista y la unitarista. En la primera, monárquica y liberal, destacó el diario barcelonés La Corona de Aragón en su defensa de la unión económica de Iberia. En la segunda, republicana federal, sobresalieron Francesc Pi i Margall y Francisco Garrido, autor de Los Estados Unidos de Iberia (1881), recientemente reeditada por la Universitat Pompeu Fabra con un excelente prólogo del profesor Josep Pich.
Desde fines del siglo XIX, el iberismo entró en una fase de letargo hasta la Segunda República. No hay que olvidar el peso ibérico dentro del catalanismo, que se puede resumir con la proclama fallida de Francesc Macià en 1931 de la República Catalana: “L’Estat Català integrat en la Federació de Repúbliques Ibèriques”. O la aspiración de tantos libertarios de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). El Pacto Ibérico (1942) entre Salazar y Franco intentó enterrar definitivamente esta idea de unidad que nunca desapareció. El minúsculo Movimiento Ibérico de Liberación de Salvador Puig Antich fue una propuesta anticapitalista surgida en Cataluña y brutalmente reprimida.
Este utópico proyecto de unión o federación ha sobrevivido gracias al iberismo cultural de intelectuales y de políticos de uno y otro signo
Este utópico proyecto de unión o federación ha sobrevivido gracias al iberismo cultural de intelectuales y de políticos de uno y otro signo, portuguesistas, españolistas, catalanistas, galleguistas, andalucistas, republicanos, monárquicos, conservadores, liberales, socialistas o comunistas. Y todo apunta que, ante el enorme poder de las multinacionales y del peso de los grandes países de la UE, cada día crece más la idea que hay que sumar espacios económicos y políticos para ganar capacidad de negociación porque, si ancha es Castilla, más ancha es Iberia.