Después de la conquista del islote de Iwo Jima y de la isla de Okinawa, que costaron a los norteamericanos cinco mil seiscientos y doce mil quinientos muertos, respectivamente, el general Charles Willoughby, jefe del cuartel general de inteligencia del general MacArthur, calculó que la conquista de Japón les costaría entre medio millón y un millón de muertos. Porque para la defensa del suelo patrio las autoridades japoneses habían creado un cuerpo de voluntarios, de hombres entre 15 y 60 años y mujeres entre 17 y 40 años, que se denominaba "la Gloriosa Muerte de los Cien Millones", y ese nombre en sí mismo ya era, no sólo suficientemente intimidatorio, sino que además expresaba la voluntad de resistir del pueblo japones.
¿Qué justificación pueden dar Hollande o Merkel a unos padres que han perdido a su hijo porque estaba a la hora equivocada en el lugar equivocado?
Durante la guerra en el Pacífico, el Estado Mayor japonés había percibido que los americanos, a diferencia de ellos, eran mas sensibles a la pérdida de vidas que a la pérdida de material y confiaban que con el intento de asalto territorial del Japón el inasumible coste de bajas desmoralizaría a los americanos, acabando con su moral de combate. De esta forma, era mas que presumible que el gobierno de Washington aceptaría una paz negociada precedida de un alto el fuego. Como todos sabemos, para acabar con este problema irresoluble el presidente Harry Truman se decidió a utilizar la bomba atómica contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, aplicando el axioma de que es mejor que mueran los enemigos que no los nuestros.
En la actualidad los europeos estamos sufriendo las iras terroristas del Estado Islámico, con cifras preocupantes que superan los cuatrocientos muertos en Francia. Y, como les pasó a los Estados Unidos en los años 1944 y 1945, los europeos no estamos mentalizados para soportar estas perdidas humanas, si consideramos además el agravante de que las victimas norteamericanas eran soldados que tenían perfectamente asumida la posibilidad de volver a casa envueltos en una bolsa, mientras que los europeos, cuando estamos en la terraza de un bar, en una superficie comercial o cogemos el metro no tenemos asumido ese riesgo y, lo que es mas importante, no tenemos porque asumir ese riesgo.
En el año 1945 el presidente Truman solucionó a su manera el problema japonés, sustituyendo una guerra por una masacre, pero por lo menos tenía una solución tan efectiva como contundente. Sin embargo, en la actualidad su homónimo, así como como los dirigentes de la Unión Europea, no pueden, por razones obvias, lanzar la bomba sobre Siria o Irak, y por lo tanto no tienen una solución efectiva, ni a corto ni a largo plazo.
Los europeos podemos cambiar regularmente de coche o de piso, como los americanos sustituían un carro de combate o un avión por otro, pero ¿qué justificación pueden dar el señor Hollande o la señora Merkel a unos padres que han perdido a su hijo porque estaba a la hora equivocada en el lugar equivocado? ¿Que su hijo ha entregado su vida para poder acabar con la amenaza terrorista? ¿Que su hijo ha perdido la vida para borrar del mapa al Estado Islámico? La madre europea tiene muy clara cuál es su preferencia entre la vida de sus hijos y el Estado Islámico.
Napoleón decía que, para ganar una batalla, antes de efectuar el primer disparo o lanzar la primera granada de artillería tienes que conseguir que el espectro de la muerte penetre paseándose por la filas del enemigo.
Los líderes europeos e incluso el Papa dicen que estamos en una guerra, y todas las guerras en su inicio plantean dos preguntas básicas que nunca tienen respuesta: cuándo acabará y cuántos muertos nos costará. De momento, y desde las torres gemelas, nos estamos acercando a los cuatro mil, y esto acaba de empezar.