Yo ya sé que no hace ninguna ilusión contribuir a la formación de un gobierno presidido por Mariano Rajoy, ese hombre exasperante, devoto de la demora y la galbana, que agota la paciencia de un santo; pero San Joderse suele caer en lunes y a veces no queda más remedio que seguir el consejo de Pavese y apretar los dientes ante la adversidad y seguir adelante. Nos pongamos como nos pongamos, el PP ha ganado las dos últimas elecciones. Cuesta entender cómo un partido corrupto hasta la médula puede sacar quince diputados más en las segundas que en las primeras --¡y hasta uno más en Valencia, donde el capítulo local de la secta está prácticamente desmantelado por la justicia!--, pero es lo que hay y nada vamos a conseguir entorpeciendo la formación de un gobierno que nos da grima. En ese sentido, la resistencia de Pedro Sánchez a facilitarle las cosas al exasperante Mariano es comprensible, pero inútil.

La resistencia de Pedro Sánchez a facilitarle las cosas al exasperante Mariano es comprensible, pero inútil

Más le valdría a Sánchez seguir ciertos consejos catalanes, y no me refiero a las ideas de bombero de Iceta, que a estas alturas nos sale con que el PP podría presentar un candidato que no fuese el hombre de Pontevedra. Me refiero al clarísimo mensaje que le envió Albert Rivera desde su célebre artículo en El País. En ese texto --que parecía redactado por una versión malévola de Ned Flanders, el vecino meapilas de Homer Simpson--, Rivera venía a decirle a Sánchez que se derrotara de una vez, que hiciera presidente a Mariano y que luego, entre ellos dos, ya lo molerían a palos desde la oposición. Que alguien te ayude a llegar a presidente y, al mismo tiempo, te anuncie que piensa conspirar con tu principal enemigo para hacerte la vida miserable se me antoja una jugada tan insólita como brillante. Para completar el tono Flanders, a Rivera solo le faltó dirigirse a Sánchez como querido vecinito. Y si yo soy Mariano Rajoy, se me atragantan las porras a la hora del desayuno leyendo el artículo de marras.

En la oposición hace más frío que en el gobierno, ciertamente, pero el calor humano de otro partido te ayuda a soportar mejor los rigores de la climatología política. Teniendo en cuenta que el irritante Mariano tiene más diputados que los demás grupos parlamentarios, justo es dejarle formar gobierno. Lo cual no equivale a integrarse en él ni a apoyarle en todas sus iniciativas, sino más bien lo contrario: empezar a zurrarlo en cuanto se siente en la silla presidencial. Y en semejante tesitura, cuatro puños hacen más daño que dos.