Parece que las máximas bíblicas no van a perderse por muchos siglos que transcurran, el “ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (Éxodo 21:25), resulta ser inherente a la naturaleza humana. No hay que engañarse, tiene mucho más éxito que lo de poner la otra mejilla.

El 7 de julio de 2016, Micah Xavier Johnson asesinaba en Dallas a cinco agentes del orden en el transcurso de una manifestación pacífica contra la violencia racial atribuida a la policía. “Quiero matar blancos, policías blancos”, proclamaba Johnson en venganza por las muertes de dos afroamericanos en Louisiana y en Minnesota a manos de agentes uniformados, antes de morir fulminado por un robot bomba. En las redes sociales, el grupo African American Defense League publicaba un mensaje animando a realizar acciones violentas contra la autoridad con frases del tipo de “es el momento de visitar Louisiana y hacer una barbacoa”. Era la respuesta de los radicales a episodios similares en todo el país.

En EEUU la agresividad está a flor de piel y ante la duda, primero se dispara y luego se pregunta

La violencia en EEUU no es nueva. En el paraíso de las armas, todo el mundo puede usarlas para defenderse. La agresividad está a flor de piel y ante la duda, primero se dispara y luego se pregunta. Ello es evidente en el caso de la muerte de Philando Castile en Minnesota, que fue retransmitida en directo a través de Facebook Live (sobre esto ya hay estadísticas, los episodios de violencia policial testimoniados por cámara son ya un 40% más que en 2016). A Philando y su novia les dieron el alto por llevar una luz trasera del coche estropeada. El conductor fue a sacar la documentación de la guantera, donde también llevaba un arma para la que tenía permiso. Al verla, el agente empezó a gritar “no te muevas” y le disparó. Cuatro balas. Mientras la novia graba el vídeo se oye claramente al policía repetir en un estado de angustia e histeria absoluta: “Le dije que no sacara nada, le he dicho que levantara las manos”. Suena a una justificación desesperada. Como sucede a menudo, se juzga a todo un colectivo por la actuación de unos pocos, pero los hechos son muy graves, no sólo por el resultado, sino porque generan miedo en la ciudadanía y provocan el efecto rebote en sujetos como Micah Xavier Johnson.

Y cómo no, después hablan los políticos norteamericanos, siempre en campañas interminables, siempre a la caza de votos, y claman por recuperar los valores de respeto, compasión, decencia, humanidad, y un largo etcétera, a la vez que reconocen que el sistema judicial y penal maltrata a las minorías, un sistema que ni siquiera un presidente como Barack Obama ha conseguido cambiar. Bonitos discursos, palabras vacías. En el fondo, como en todo el mundo, la justicia no interesa más que a las víctimas. Y mientras tanto, un candidato del partido republicano, blanco, millonario, con más pinta de presentador de televisión de un programa casposo que de otra cosa, promete la ley y el orden para un país en caos, y presenta una visión apocalíptica en la que asegura que la solución es construir muros para evitar la entrada de inmigrantes ilegales y, cómo no, mano dura. Me parece estar oyendo discursos del siglo XX, de esos que creyeron millones de personas. Para echarse a temblar.