En la segunda sesión del 'Encuentro ¡Escolta Espanya, Escucha Cataluña!', organizado por la Fundación Ortega-Marañón el 2 de junio pasado en Madrid, pudimos asistir al entierro de la ‘historia nacional como arma’. El artífice de este acto de rebeldía fue Ferran Mascarell, embajador de la Generalitat en la Corte. La trayectoria política de este otrora historiador --así lo manifestó-- es bien conocida: de concejal del PSC pasó a consejero del tripartito, y continuó como consejero del Mas independentista. Para acabar alzando el trofeo de la pluma con la que ‘Moisés’ firmó la convocatoria de la paraconsulta del 9 de noviembre.

Conseguido el objetivo movilizador de la masa nacional, la historia es ya una rémora molesta

Mascarell, antes que un kafkiano (metamórfico y repugnante) Gregorio Samsa, fue y sigue siendo un intelectual nacionalista con forma y fondo. Frente al inocuo buenismo de Roberto Fernández, rector de la Universitat de Lleida --como historiador, también presente en el encuentro-- Mascarell fue coherente y contundente. Aún más, fue el único que introdujo una novedad importante en su discurso. Ni Jordi Canal ni Manuel Cruz ni Carme Molinero ni José Álvarez Junco aportaron algo más que rigor histórico y sentido común al auditorio, por otra parte casi vacío.

Mascarell defendió que la “nueva revuelta de los catalanes” es consecuencia de “la creciente conciencia de desacomodación de la sociedad catalana en relación al Estado español”. La causa es la baja calidad del Estado español. El efecto no es otro que el surgir de un nuevo derecho democrático: “el derecho a intervenir en la forma de Estado”, no sólo para cambiarlo sino también, y sobre todo, para dejarlo.

Lo más novedoso fue que en una reunión de historiadores Mascarell tuvo la valentía de afirmar que la cuestión catalana es muy de nuestro tiempo: “En realidad algo menos condicionada por la historia de lo que suele decir. Creo que tiene que ver más con la expectativa de lo que va a sucedernos como sociedad en los próximos treinta años que en los últimos trescientos”.

Se pueden imaginar con qué cara se quedaron los historiadores allí presentes. Nada tiene que ver, afirmó Mascarell, el independentismo con el victimismo ni con el etnicismo ni con el particularismo. Aún más, insistió que este desencuentro con el Estado español no estaba previsto. Todo comenzó en 2002, con el inicio montillano de la reforma del Estatuto del 79, se aceleró en 2006 con la campaña de recogida de firmas del PP y se desbocó en 2010 con la sentencia del Tribunal Constitucional. Y a partir de ahí, vienen los millones y millones de demócratas catalanes en las calles exigiendo un ‘país lliure’.

La profunda convicción de Mascarell resistió la crítica más evidente, formulada por Álvarez Junco: ¿acaso la baja calidad del Estado no ha sido también una aportación catalana? O ¿qué es la corrupción y el clientelismo del régimen pujolista? La tesis antihistoricista y cínica de Mascarell solo balbuceó cuando Manuel Cruz le cuestionó que su relato cronológico fuese tan claro si recordamos, por ejemplo, que durante esos primeros años CiU gobernó con el apoyo del PP.

Ahora solo queda la voluntad del 'Poble' --elegido, único y auténtico-- para alcanzar el futuro perfecto sea más realidad

Al margen de estos matices, el discurso nacionalcatalanista ha dado un giro extraordinario, que parece haber pasado desapercibido entre sus cómplices y sus críticos. No sólo que la Historia de la Cataluña mártir les importa un bledo, es que la Historia de Cataluña les importa un rave. Entiendo que, en su proceder metamórfico, Mascarell ya no se considere historiador. Queda dar las gracias a todos los investigadores por sus largas horas de reinterpretación del pasado catalán. Ya podemos prescindir de los servicios políticos impresos de los Soldevilla, Rovira, Vicens, Fontana, Nadal, Riquer, y toda la innumerable recua que sigue activa. Hay que dar también las gracias al padre espiritual y académico de Junqueras que adelantó la conciencia histórica nacional catalana al tiempo de las masías bajomedievales y modernas. A todos muchas gracias, pero la historia de las víctimas del feroz españolismo ya no sirven para construir la nueva república catalana. Dejemos a la historia tranquila, no vayan los muertos a resucitar para gritarles que son unos descarados manipuladores. Rubores los justos. En todo caso que se quede eso de la historia en un entretenimiento para los seguidores e iluminados de la ‘Nova Història’.

Conseguido el objetivo movilizador de la masa nacional mediante los ardientes y épicos textos escolares, los xenófobos cómics y las totalitarias proclamas televisivas y radiofónicas, la historia es ya una rémora molesta. Pero, atención, no piensen que Mascarell es un traidor a la patria histórica. Ya lo vaticinó en 1982, “un símptoma de maduresa del país seria mostrar capacitat de renuncia a exigir a la història valors del present i perspectives de cara al futur”. Ya lo podía haber recordado antes de las exequias de 1714, antes de la erección del Born de los Caídos, del palo de los 17,14 metros, de la institucional pitada en el minuto 17,14… En fin, no hay mal que por bien no venga: ha llegado el momento de deshacerse de la historia como fundamento principal de las reivindicaciones nacionalcatalanistas.

Ahora solo queda la voluntad del Poble --elegido, único y auténtico-- para alcanzar el futuro perfecto sea más realidad. Como si fuera el animal nacional que trota detrás de la zanahoria estelada, esa que el Líder le refriega una y otra vez ante sus hocicos excitados y húmedos. Pero atención, este Moisés está sentado en medio de una sàrria cargada de colmenas, como el asno de Buñuel en su película 'Las Hurdes'. ¿Recuerdan? El burro se accidenta y se rompen las colmenas. Las abejas cuatribarradas, alegres y libres, matan al animal. Lleva razón Mascarell, para explicar este enorme riesgo guerracivilista y mortal tampoco hace falta historia, más bien sobra.