JxSí ya no aplaude a su adorado Cameron
Lo admito: los ingleses nunca me han caído bien. La animadversión viene de lejos, probablemente sea de mi [mala] educación recibida; pero es de siglos: desde que la reina Elizabeth I, en el siglo XVI, nombró lord al pirata Drake porque, al servicio de su Majestad, hacía la puñeta a los galeones españoles cargados de plata y oro de la montaña sagrada de Potosí, digo sagrada porque desde ese monte se extrajo plata para poder hacer un acueducto desde Perú a España...
El soniquete suena igual de bien que el canto de sirenas que tanto seduce a nuestros separatas. Es la misma mentira pero que cuela como verdad cuando la crisis golpea duro
Lo digo en voz baja porque a mi esposa le encanta el estilo british y, por supuesto, su música. De Inglaterra lo único que envidio es la maravilla del gótico que tiene (nosotros lo estropeamos con el barroco que rompió la perspectiva visual que sí conservan las monumentales iglesias de Albión), y el inglés... ¡porque se ha convertido en la lengua franca, el latín del presente y del futuro!
Pero hay dos cosas que detesto: una es la aparente buena educación. Es pura hipocresía. Formalmente quedan muy bien, pero cuando rascas un poco te das cuenta que es una fina capa de barniz. El único ataque de sinceridad fue la de un embajador inglés del siglo XIX cuando dijo que Inglaterra no tiene amigos permanentes sino intereses permanentes. Y una prueba de ello es el paraíso corsario de Gibraltar. La última colonia de Europa que Gran Bretaña mantiene para tener los monos, su paraíso fiscal y tocarnos los cosonones.
La segunda cosa que más detesto, no tiene nada que ver con la Historia o el carácter de estos hijos de bretones, sino que es alguien bien actual. Un político puesto ayer en los altares por nuestros separatas: David Cameron. El líder del partido conservador es un santo laico impresentable.
Me lo pareció hace tres años cuando convocó el referéndum en Escocia y me lo ha confirmado con el Brexit, el órdago que ha montado para el 23-J que está haciendo temblar a toda Europa porque, si sale el adiós, puede producirse el efecto dominó, y que se rompan las costuras europeas que ya se entreven deshilachas por el descosido populista de Austria y Polonia.
No hace falta leer los tabloides sensacionalistas como The Sun, del imperio de Rupert Murdoch, para que a los catalanes nos reverberen ecos indepes tan cretinos como eficaces: les dicen que, si se van de la UE, todo el dinero que Gran Bretaña transfiere a Bruselas irá destinado a mejorar el bienestar de los súbditos de Dios salve a la Reina. El soniquete suena igual de bien que el canto de sirenas que tanto seduce a nuestros separatas. Es la misma mentira pero que cuela como verdad cuando la crisis golpea duro. No es nada nuevo. Lo sabemos bien. Aquí los cuentos de las cuentas están cifradas en el imaginario separata en 16.000 millones de euros.
Me da grima porque Cameron se ha sacado este conejo de la chistera como táctica para cortar el incipiente ascenso de los euroescépticos en el seno de su partido conservador. Los Laboristas no cojean de ese píe. La derecha tiende a confundir patria y cartera.
Cameron me recuerda al pirómano que prende fuego a unos matorrales, creyendo que los rastrojos no quemarán el monte, pero de repente una racha de viento aviva el fuego y supera el cerco de piedra de la era
David Cameron es consciente del órdago que ha planteado a Europa y a su nación. Me recuerda al pirómano que prende fuego a unos matorrales, creyendo que los rastrojos no quemarán el monte, pero de repente una racha de viento aviva el fuego y supera el cerco de piedra de la era.
Si podrá apagarlo, no lo sabremos hasta la noche del próximo jueves; pero lo que es seguro es que por torticeros intereses partidistas ha puesto en riesgo a su nación y a toda Europa.
Es como un ludópata que pone en riesgo a su familia por la marrullería de un bastardo interés partidista. Hizo lo mismo con el referéndum escocés de septiembre de 2014. Gracias a él consiguió el milagro de que hasta los perroflautas de la CUP pusieran el partido conservador en el paradigma de la democracia por permitir el derecho de autodeterminación que en toda la Historia de la Gran Bretaña prohibió a las posesiones que hoy forman parte de las naciones de la Commonwealth. Un derecho que nunca permitió, pese a que su vieja Carta Magna no la impide.
David Cameron cogió a los nacionalistas escoceses con el pie cambiado, pero su táctica fue la misma que con el Brexit: conseguir el apoyo de los británicos en su defensa del Reino Unido, y que él fuera su valedor y mejor paladín, pero en el apuro final tuvo que contar con su enemigo íntimo el Partido Laborista, que supo estar a la altura del desafío provocado por el pirómano del número 10 de Downing street.
Cuando convocó el referéndum estaba seguro que iba a ganarlo, por eso sorprendió al SNP. Empero, le entró el pánico escénico de convertirse en el destructor del Reino Unido cuando vio que los sondeos iban cambiando de signo; cuando enciendes el fuego quedas a merced de los elementos como amargamente lamentó Felipe II cuando intentó acabar con la hija de Enrique VIII, la reina Elizabeth. La jugada finalmente [hablo de Cameron] le salió bien: ganó por una diferencia de diez puntos y, como le salió bien, el pirómano vuelve a intentarlo con el Brexit. Hace dos años nuestros indepes, como los escoceses, tuvieron que bajar la cerviz porque el viento de la Historia no soplaba a favor de sus mentiras.
David Cameron es un ludópata de la política, por eso le aplaudieron hasta los de la CUP y ahora, repitiendo la jugada, callan los antiguos adoradores de JxSí. Hay que recordar.