La revolución que nunca haremos
Nunca más volveremos a tener veinte años, ni el mundo estará a nuestros pies. Nunca, jamás volveremos a ser los que fuimos.
Para nosotros se quedan las noches que vivimos en la Barcelona de los años noventa del siglo pasado, aquellas en las que nos emborrachamos juntos y al mismo tiempo fuimos capaces de arreglar el mundo en pocas horas, justo antes de volver a casa por mandato paterno.
Algunos militaron desde jóvenes en partidos, sindicatos u organizaciones de izquierdas. Pero, seamos sinceros, la mayoría nos reíamos por lo 'bajini' del tipo del megáfono en la facultad. Y nos dedicamos a estudiar, trabajar, enamorarnos, montar nuestras propias familias, leer, viajar, vivir en un país modesto pero europeo; libre y con infinitas posibilidades vitales.
Afortunadamente, todos los cargos electos actuales han vivido y se han formado en libertad. Así que menos lobos. Porque no tenemos ni idea de lo que es aprender a vivir después de una guerra civil
Así que es probable que muchos de los que nacimos durante los años setenta y comienzos de los ochenta coincidiéramos en 'manis' contra reformas educativas o laborales, contra la guerra de Bosnia o contra la de Irak. Pero eso no nos hace revolucionarios, ni luchadores por las libertades democráticas. Tampoco somos mártires de ninguna causa. Fuimos y, con un poco de suerte, aún somos ciudadanos críticos y solidarios. Nada más y nada menos. En este sentido, resultó muy conveniente el discurso de Antonio Hernando en la recta final del segundo día de la sesión de investidura de Pedro Sánchez.
Afortunadamente, todos los cargos electos actuales han vivido y se han formado en libertad. Así que menos lobos. Porque no tenemos ni idea de lo que es aprender a vivir después de una guerra civil; querer y no poder ser una mujer libre durante la posguerra; soportar jornadas laborales de doce horas o más en una empresa automovilística, o superar el miedo a ser sindicalista o militante de un partido clandestino en dictadura. Afortunadamente.
En la semana cultural del Intituto Rubió i Ors, en Sant Boi, Barcelona, del curso 1984-1985, el claustro invitó a una conferencia al dirigente del PSUC Gregorio López Raimundo. Entró en la sala de actos y se hizo un silencio respetuoso. Las sillas, colocadas a derecha e izquierda de la inmensa aula, dejaban libre un recto pasillo. Por aquel avanzó el hombre grande y canoso con pasos lentos. Miraba a un lado y otro, sonreía tímidamente. A medida que superaba las diferentes filas de sillas, los estudiantes se iban levantando y sumándose a los aplausos que habían iniciado los estudiantes de la fila anterior. Una joven generación reconocía el esfuerzo de la anterior. Seamos dignos de todos aquellos viejos. Porque una generación divertida, creativa y democrática como la nuestra puede hacerlo. Aunque a veces no lo parezca.