Barcelona y el gobierno de los baratos
Cansados de la mezquindad de los dirigentes de CiU, los ciudadanos decidieron no darle respaldo político suficiente para gobernar Barcelona. Habían engañado a su propia parroquia por partida doble: se habían vuelto radicales soberanistas a golpe de encuestas y fueron incapaces de gestionar con la eficacia que se arrogaban al presentarse como el gobierno de los mejores.
La consecuencia de su actuación en la capital catalana es conocida: Barcelona en Comú recibió un flujo suficiente de votos que, combinado con la anestesia del PSC y la progresiva marginalidad del PP en Cataluña, les ha permitido formar gobierno y aupar a su lideresa a la alcaldía.
Colau y los suyos repiten hasta la saciedad que quieren ser el gobierno de las personas, la ciudad de las personas... Bien, pero acabada la campaña electoral, ¿cómo?
Ada Colau, activista inmobiliaria, es una mujer de brillante oratoria y discurso sólido. Convertida en alcaldesa por obra y gracia del demérito del resto de partidos, ahora tiene que gobernar en un sentido amplio. Debe ejercer sus funciones definiéndose por composición. Hasta la fecha lo tenía más fácil: todo era oposición.
Llegados a este punto, Colau y los suyos nos dicen que los gestos son importantes y que, en consecuencia, el salario de su antecesor Xavier Trias era desmesurado y conviene que los nuevos ediles se bajen el sueldo. Una política de solidaridad con los salarios medios en España, con los parados y con quienes no optan a altas rentas. Perfecto, hasta que se aplicó de verdad. Su retribución final no cumple con los compromisos adquiridos en fase electoral. Tampoco los contratados externos seguirán estas pautas: los nuevos gerentes cobrarán salarios a precios de mercado y, por tanto, el ahorro será más testimonial que efectivo. Mientras, infundimos temor en el sector turístico con una moratoria hotelera que no acaba de plantear siquiera el debate sobre qué modelo económico pretende la ciudad.
Luego llegó el esperpento del marido (¡también eran del partido Carmen Romero o Marta Ferrusola y nos hubiera parecido un despropósito darles un salario!) y su colocación remunerada y argumentada por su condición de activista importante. El corolario lo pone el nombramiento de su directora de comunicación, que deberá gestionar un amplio presupuesto y un equipo amplio de personas sin contar con experiencia alguna y con un currículum que más bien parece ideado para una película de la serie Torrente.
Hay que darle los 100 días de rigor. Pero algunas cosas ya se intuyen: no hay un discurso de modelo de ciudad más allá de cuatro tópicos gestuales propios de un populismo que aprovecha el cabreo postcrisis. En sus discursos no hay una sola idea innovadora en lo político, económico o social. Repite hasta la saciedad que quieren ser el gobierno de las personas, la ciudad de las personas... Bien, pero acabada la campaña electoral, ¿cómo?
Al final resultará que hemos cambiado de rostros (falta hacía, por cierto), pero no de actitudes políticas. Que los políticos siguen viviendo en una burbuja (aristocrática, unos; populista, otros) y que hasta la tecnocracia nueva que les acompaña es más cara. Eso sí, los concejales, la alcaldesa, el gobierno municipal en definitiva es más barato. Si pretendidamente Catalunya tenía el gobierno de los mejores, Barcelona podrá lucir más activos ante el mundo. Ya no sólo será la capital de la gastronomía internacional, del club que juega el mejor fútbol del mundo, de una arquitectura y un urbanismo cosmopolita, sorprendente y novedoso, la ciudad de los cruceros... No, ahora también será la ciudad que pueda presumir de tener el gobierno de los baratos.
Un consejo: vayan confesando...