Pensamiento

Sofismas y soberanías

25 junio, 2015 08:35

Hannah Arendt -filósofa alemana de origen judío, estudiosa del nacionalismo y exiliada en Estados Unidos debido a la segunda guerra mundial- cuando se le preguntaba si amaba a Israel, sorprendentemente, contestaba que no. Y añadía: "Yo amo a las personas".

Establecer la secesión territorial de un territorio más grande para establecer un estado independiente más pequeño no hace más libres a los ciudadanos

Esto me hace reflexionar sobre el hecho mismo del nacionalismo, el cual hace una identificación falaciosa entre territorio, ejercicio del poder, pueblo como un ente abstracto de carácter trascendente y el derecho ciudadano. Se habla de soberanía nacional y se nos trata de convencer de que seremos más soberanos si nos independizamos como territorio y, de ahí se establece la consecuencia, que si somos más soberanos como territorio, los ciudadanos seremos más libres y tendremos más derechos. Pero la soberanía se define en el diccionario como una cualidad del poder político que no se somete a ningún otro. En Grecia Antigua existían los sofistas y entre nosotros tenemos a los nacionalistas, porque establecer la secesión territorial de un territorio más grande para establecer un estado independiente más pequeño no hace más libres a los ciudadanos. A los únicos que podría hacer más libres y soberanos es a los que manejan el cotarro en Cataluña, porque el efecto inmediato es que dejarían de estar sometidos a ningún otro poder (léase, España, Unión Europea, organismos internacionales...).

Pero ahí está el sofisma: el territorio no hace más libres a los ciudadanos. Más bien, un tamaño pequeño del territorio nos debilita frente a los poderes financieros, multinacionales, y conflictos internacionales. En general, los países pequeños tienen menos capacidad de influencia global para resolver los problemas globales.

La realidad es que somos más libres como personas cuando tenemos Estados democráticos que miran por el bienestar de la gente y cuando los recursos que los ciudadanos ponemos en manos de los políticos para que los gestionen, se utilizan efectivamente a tal fin y no con ningún otro. Los ciudadanos somos más libres en una sociedad que nos ofrece, en igualdad de condiciones y concurrencia, un abanico de posibilidades de elección más ancho. Los ciudadanos somos más libres cuando más bien informados estamos y cuando más capacidad tenemos de controlar a los que ostentan el poder.

Si el señor Mas, o cualquier otro presidente de Cataluña, tiene más capacidad para manipular los medios de comunicación o cerrar la sanidad, sin ningún tipo de control por encima de él, a mí no me hace más libre. En cambio, sí me hace más libre vivir en un Estado de derecho donde las reglas del juego son pactadas, claras e iguales para todos, y donde hay mecanismos para asegurar que se cumplen.

Con la excusa de su amor por Cataluña -que no sabemos si se refieren al territorio o las banderas- a algunos les justifica saltarse la ley, ocultar corruptos y vender la sanidad con una absoluta falta de transparencia. Peor aún: en un territorio tan diverso en personas que la habitan como en paisajes, se distingue a los buenos de los malos catalanes por su voluntad de identificarse con algunos símbolos. Y si hay catalanes de primera y catalanes de segunda, quiere decir que hay bastantes probabilidades de que algunos catalanes disfruten tácitamente de menos derechos que los demás, ya que este ente trascendente que no sabemos que es, se encuentra por encima de los derechos de los ciudadanos.

Un tamaño pequeño del territorio nos debilita frente a los poderes financieros, multinacionales, y conflictos internacionales

No somos mejores ni peores catalanes, por decir que amamos conceptos abstractos, difíciles de encajar en la realidad. Estos conceptos funcionan como "trampas" que pretenden la homogeneización aparente de la sociedad a través de la identificación con conceptos que verdaderamente significan cosas diferentes para cada persona. Esta homogeneización aparente, niega en sí misma la riqueza de nuestra sociedad y por lo tanto la empobrece.

Lo realmente importante es que queremos lo mejor para nuestra sociedad y para las que nos rodean. Queremos leyes justas y libertad para expresarnos sin coacciones; gobiernos que garanticen la convivencia y gestionen con responsabilidad los recursos públicos que tienen la obligación de administrar. Queremos una sociedad abierta al intercambio, que sepa sumar. Queremos que la política se demuestre a través de los valores democráticos y que las instituciones sirvan para garantizarlos. No queremos "poderes soberanos" que ni siquiera crean en el cumplimiento de la ley.

Ahora comienza la campaña electoral en Cataluña. De momento es ilegal porque no está convocada y el único que sabe si se hará es el Presidente. Da igual, él va a lo suyo.

Los ciudadanos, más que nunca, debemos exigir que la imaginación sirva para resolver los problemas de la gente y no para aventuras épicas de difícil encaje con la realidad. Más que nunca, hay que exigir políticos con valentía para negociar, ya que todos nos merecemos respeto y capacidad para cambiar las reglas del juego, si como ciudadanos libres creemos que debemos hacerlo para mejorar nuestra convivencia. Más que nunca, la libertad del ciudadano nunca se ha medido a través de la libertad soberana ni del derecho de pernada, sino a través de la capacidad efectiva de control del poder y eso es lo que hay que exigir a los políticos encargados de gestionar nuestros recursos.