Acomodarse en las etiquetas es otra forma de ‘aburguesamiento’, es un ir por la vida confundidos y confundiéndolo todo. El planteamiento de si toca ser catalanista o toca ser españolista conduce a dar vueltas a una noria. El ser nacionalista español se opone al ser nacionalista catalán, y viceversa, pero son similares en sus resortes. No quiero apoyar a ninguno. Mi reivindicación de particular españolidad es, en cambio, compatible con la de mi particular catalanidad. Y en ello no acepto mandarines, de aquí o de allá. Hoy les invito a ir de excursión por el ‘catalanismo’. En los últimos meses, RBA ha ampliado su Biblioteca del Catalanismo con otros dos títulos: Fènix o l’esperit de Renaixença, de Joan Estelrich, y Mentrestant, de Maurici Serrahima.
El catalanismo era para él una concreción sentimental que requiere una conciencia intensa, un sentimiento de “responsabilidad ante Cataluña, ante España y ante el mundo”
El intelectual mallorquín Joan Estelrich era un año mayor que Josep Pla, quien le dedicó uno de sus Homenots. Estelrich escribió este ensayo en 1933, un siglo después de la oda de Aribau y diez años después del arranque de la colección de clásicos ‘Bernat Metge’, que él dirigió. El catalanismo era para él una concreción sentimental que requiere una conciencia intensa, un sentimiento de “responsabilidad ante Cataluña, ante España y ante el mundo”. Y proponía un examen de conciencia colectiva con preguntas como: ¿qué cosas nos hace más o menos catalanes? o ¿los catalanes de la decadencia eran menos catalanes que nosotros? Él pensaba para Cataluña en un nacionalismo no chovinista, surgido en oposición al de la España castellana. Pero yo me pierdo cuando habla de ‘política viril’ y de ‘mentalidad aristocrática’, términos trasnochados como pocos. O cuando afirma con grandilocuencia que “nuestra patria no sería sino la realización del sueño meridional del alma nórdica, europea, el médium a través del cual presentimos y exaltamos en nosotros una patria original de nuestra humanidad”. Estas invocaciones me desazonan aún más al aunar su amor a la libertad con su “menosprecio de las imitaciones forasteras”. El catalán “cree que puede tener actos o pensamientos no suficientemente catalanes”. Así me doy de bruces con una seria empanada mental y me tortura saber si soy lo que soy o si mis pensamientos son impuros. Sin embargo, Estelrich opina que haga lo que haga un inglés, su britanidad le acompaña siempre y nadie se la quita. ¿Por qué no aprendemos de ellos?
¿Qué decía Maurici Serrahima, clandestinamente y en plena dictadura franquista, diez años después de este ensayo de Estelrich? Serrahima era hijo de una casta ilustre de abogados barceloneses con bufete en la calle de Petritxol y casa en Sarrià. Para comprobar lo que hemos avanzado en la Piel de Toro, veamos dos muestras: “Tenemos un destino, una misión que cumplir. Dios no crea a los pueblos, ni los resucita, en vano”. “Cataluña es un pueblo completo, pero que hace siglos que ha perdido la forma de nación, que es la forma perfecta de los pueblos”. ¡Ay, la forma perfecta de los tópicos!
Él pensaba para Cataluña en un nacionalismo no chovinista, surgido en oposición al de la España castellana. Pero yo me pierdo cuando habla de ‘política viril’ y de ‘mentalidad aristocrática’, términos trasnochados como pocos
Situémonos y “démonos cuenta de lo que nos ha costado sobreponernos a la costumbre de ser gobernados por los castellanos, y tal vez comprendamos así que a ellos les cueste mucho más todavía sobreponerse a su costumbre de gobernarnos”. Y ahora, puesto que somos los mejores, una vuelta al ruedo: “El fanatismo religioso, la pseudo mística confusa y extremosa, no existen apenas entre nosotros, que tenemos una tendencia a posiciones racionales, equilibradas y claras en esta materia”. Sin hablar de países catalanes, escribía en 1944 que “Cataluña es pequeña y de esto viene una parte de sus males. El Principado pesa demasiado poco en el conjunto de los pueblos ibéricos, pero este fallo tiene remedio. En las Islas Baleares, en el reino de Valencia, hasta bien entrada la tierra de Murcia, y –¿por qué no?- en el Rosellón, hay unas tierras que son catalanas por geografía e historia, y unos hombres que, catalanes en potencia, podrían serlo de hecho”. Y luego insistía: se precisa “esfuerzo para que el peso de Cataluña se vea aumentado por el del reino de Valencia y las islas de Mallorca e incluso no hablemos todavía del Rosellón, por la zona catalana de Aragón y lo que pueda haber de asimilable en tierras de Murcia”.
Y viendo con recelo la fuerza libertaria -por no ser catalanista-, afirmaba que “sabemos muy bien que, cuando el silencio se acabe, la fuerza más importante del obrerismo catalán seguirá siendo la CNT, probablemente evolucionada”. ¡Que paren el mundo, que me apeo! ¿Y ustedes?