La consulta alternativa o proceso participativo del 9N ha servido, al menos, para extraer alguna que otra lección sobre lo sucedido, despejar algunas incógnitas del futuro político inmediato de Cataluña y, también, para desmitificar algunas creencias, aunque me temo que esto ni va a gustar ni lo van a hacer en determinados sectores políticos.
4 millones largos de ciudadanos quedándose en casa sin participar, son, también, mucha gente y tanto una cifra como otra debería hacer reflexionar a tirios y troyanos
La primera conclusión a la que debemos llegar es que más de 2 millones de personas ejerciendo su derecho a voto, aunque fuese sin las mínimas garantías de un Estado de derecho, son mucha gente como para no tenerlo en cuenta. Ahora bien, 4 millones largos de ciudadanos quedándose en casa sin participar, son, también, mucha gente y tanto una cifra como otra debería hacer reflexionar a tirios y troyanos.
Otras lección a extraer del 9N, es que, al no poderse utilizar en esta ocasión el censo, debemos dar como buenas las cifras que ha ido dando el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO). Según esos datos la participación fue de un 37%, inferior por tanto, a cualquier proceso electoral de los que, hasta la fecha, se han celebrado por estos pagos, y los votantes del sí-sí, es decir aquellos que están por la independencia, haciendo las extrapolaciones pertinentes representarían un 28% de los ciudadanos con derecho a participar en esta pseudo-consulta. Esa es la realidad, después cada uno la pueda vestir como se le antoje.
En este contexto, resultan sumamente interesantes y clarificadores los resultados en función de los diversos territorios que conforman Cataluña. Así por ejemplo, una amplísima zona costera arroja un muy bajo nivel de voto independentista, lo mismo que sucede en las zonas más industrializadas. En cambio, en la Cataluña catalana el independentismo avanza de forma significativa, pero sólo logra una mayoría sustancial en 4 de las 41 comarcas en que se distribuye el territorio. Por otra parte, en el Área Metropolitana de Barcelona ha habido lugares donde el voto independentista no ha llegado al 20% de los votos emitidos y la participación no ha superado el 25%,del electorado potencial y no olvidemos que en esa demarcación vive casi el 55% del total de la población catalana.
Otra consecuencia innegable es que el gran beneficiado de este proceso participativo es, sin lugar a dudas, Artur Mas. Ciertamente, él se la jugó y sus compañeros de apuesta (ERC,IC, y la CUP), en un principio, se mostraron muy reacios a aceptar el sucedáneo de consulta cuando el Tribunal Constitucional suspendió la convocatoria original. Después, y a remolque de los acontecimientos, tuvieron que aceptar este proceso por la vía de los hechos consumados.
Otra lección que no debemos minusvalorar de todo este affaire es la reacción que la consulta ha tenido en las cancillerías europeas. Nadie ha hecho ningún comentario más allá del ya consabido “asunto interno”
En estas circunstancias, Mas consigue alejar del horizonte más inmediato la amenaza de unas elecciones y se da tiempo así mismo y a su partido, que buena falta les hace. Aunque deja en el aire la posibilidad de unas supuestas plebiscitarias como posible espantajo para utilizar cuando convenga.
Otra lección que no debemos minusvalorar de todo este affaire es la reacción que la consulta ha tenido en las cancillerías europeas. Nadie ha hecho ningún comentario más allá del ya consabido “asunto interno”.
Somos muchos los que, desde hace mucho tiempo, estamos apostando por el dialogo, el pacto y el acuerdo. Por eso, Mariano Rajoy debería abandonar la tentación de acudir a los tribunales, dejar de enrocarse y saltar a la arena política, que es donde debe estar un presidente de gobierno. Pero, lamentablemente, le ha faltado tiempo para echar un jarro de agua fría sobre las aspiraciones de los catalanes y ya ha advertido que no se moverá.
Quizás hay que ser iluso para esperar algún gesto de acercamiento o distensión de aquellos que orquestaron una feroz campaña, recogiendo firmas por toda España para atacar al anterior gobierno utilizando Cataluña y sus aspiraciones de autogobierno como arma arrojadiza.
De todos modos, como sostiene Herrero de Miñón: "Ni una sentencia del Tribunal Constitucional ni ninguna ley pueden negar la realidad nacional catalana, pero tampoco puede disolverse un estado desde el marco legal. La presente crisis requiere una solución política, necesariamente negociada".
Para que esto no acabe como el rosario de la aurora, es esencial que exista una voluntad real de superar la crisis, pero también es verdad que tanto en Barcelona como en Madrid hay quien sueña aquello de "cuanto peor mejor". Y no parece que, por ahora, exista demasiada voluntad política para el acuerdo. Llegar a una mesa de negociación requiere ir sin condicionantes previos y con ganas de pacto. Sin embargo, no se vislumbra predisposición ni en unos ni en otros para rebajar la tensión. Al menos, no lo parece. Asimismo, sería muy conveniente empezar moderando el lenguaje institucional. Artur Mas no puede ser humillado, Rajoy, tampoco. No puede haber vencedores ni vencidos.
Es verdad que las oportunidades se están acabando. No obstante, soy optimista y quiero creer que aún estamos a tiempo.