Václav Havel, previamente a la invasión rusa de Checoslovaquia en 1968, escribió una carta de rechazo a Alexander Dubcek, el secretario del Partido Comunista checo, el cual justificaba la inminente invasión, advirtiéndole: “Aunque un acto puramente moral no aparente tener siquiera un efecto político inmediato y visible, gradual e indirectamente, con el paso del tiempo, tendrá significancia política”. Y esto es lo que le ha pasado a Poncio Rajoy, el prefecto español que el 9N se lavó las manos. Dejó organizar una votación a los enemigos declarados de la justicia, de la ley y del Estado, en una pantomima antidemocrática de urnas de cartón con votantes menores de edad e inmigrantes que no estaban en posesión de los derechos civiles que conlleva la ciudadanía y que otorgan el derecho a voto. Un Grand Guignol electivo donde los votos fueron recontados a puerta cerrada por el ‘¿líder de la oposición?’ Oriol Junqueras y donde no había garantías legales de ningún tipo. Ese acto puramente moral de la indiferencia de Rajoy, ha provocado que esa paródica votación, aun siendo un fracaso, haya tenido dos días después una ominosa significancia política. El Sr. Mas, el President de los catalanes secesionistas, ha instrumentalizado ese fracaso donde sólo 1 de cada 3 catalanes (entre los que han votado no y los que no han votado, que son la mayoría) se ha manifestado a favor de la secesión en este ‘butifarrèndum’dominical que parece extraído de un sainete de Pitarra. La consulta ilegal ha sido, pues, una vergonzosa derrota para ese nacionalismo que no ha obtenido el rédito esperado del adoctrinamiento de niños durante tres décadas y de la manipulación mediática de los ciudadanos mediante una maniquea propaganda a través de unos medios de comunicación (tanto públicos como subvencionados) en cuyo libro de estilo la palabra ‘pluralidad’ ha sido sustituida por el oxímoron ‘pensamiento único’. Pero Mas ha convertido ese fracaso en una victoria por la no aplicación de la ley y por la no ejecución de las decisiones de los altos tribunales por parte de los organismos del Estado, que suponemos a priori garantes de nuestra democracia.
Ese acto puramente moral de la indiferencia de Rajoy, ha provocado que esa paródica votación, aun siendo un fracaso, haya tenido dos días después una ominosa significancia política
Este martes 11 de noviembre ha comparecido el ‘insigne’ President para hablar del ‘estado de la cuestión’, haciendo gala de una de las muchas imposturas del nacionalismo catalán, que es mostrarse como un movimiento pacífico y democrático. Pero la verdad es otra: es una ideología que rezuma odio por los cuatro costados. Y en el centro de su pensamiento siempre tiene que existir un enemigo exterior al cual poder culpar de sus carencias y de sus errores, y al cual dirigir su odio al tiempo que camufla con ello sus propias miserias. Mas ha empezado el último de sus discursos (con los cuales me empieza a recordar preocupantemente a los del Comandante Castro, tanto en longitud como en demagogia) afirmando que el 9N, los sistemas informáticos de la Generalitat habían sido objeto de ataques cibernéticos organizados para boicotear su ‘proceso participativo’ y ha afirmado que no podían provenir de hackers amateurs por su magnitud, insinuando perniciosamente la culpabilidad de su cruel archienemigo, el Estado español, ¡que encima ha cometido la osadía de dejar votar! Seguidamente, el pitarresco Mas ha planteado el siguiente paso, la solución final: esperar a que Poncio Rajoy se lave una vez más las manos y no le responda a la carta que le acaba de enviar pidiendo una consulta pactada como en Escocia y en el Quebec. Ante la negativa (seguramente por el previsible silencio del Sr. Rajoy), piensa entonces plantear unas elecciones ‘plebiscitarias’ de lista única, a la espera de una gran victoria y una consiguiente declaración unilateral de independencia, si es que sus socios, tan desleales como él, bailan al son de sus melodías de sirena. Pero si éstos no le dan su apoyo, veo al Sr. Mas en futuro cercano lamentándose, en una oscura soledad, de su muerte política, cual Felipe II en la verdiana ópera ‘Don Carlo’:
¡Pasar veo mis días, lentamente!
El sueño, ¡Dios mío!,
desapareció de mis ojos languidecientes.
Dormiré solo en mi manto real
cuando a mis días les llegue la noche.
Dormiré solo bajo la bóveda negra,
allí, en el sepulcro de El Escorial.
Aunque en el caso del President supongo que preferiría un sepulcro en Montserrat al lado de La Moreneta. La inacción de los supuestos garantes de nuestros derechos fundamentales es la ganancia en el río revuelto de aquellos que creen poderse situar por encima de las leyes. Cicerón ya nos advirtió que “el buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretende hacerse superior a las leyes”. Y la mayoría de los catalanes hemos demostrado, con ‘seny’, este 9N, que somos buenos ciudadanos, y que el nacionalismo secesionista del Sr. Mas ni lo queremos ni nos conviene. Lo que nos preocupa es la tenebrosa sensación de orfandad que el gobierno y las instituciones de nuestro país, España, nos ha hecho sentir. Y es que al final, el señor Rajoy va a sufrir soriasis de tanto lavarse las manos.