En ocasiones no es fácil explicar lo obvio. El ojo se desliza sobre la evidencia como si ésta repeliera la mirada y la empujara hacia el horizonte convirtiendo el objeto que se tiene delante en invisible.
Uno de los trucos de magia más antiguos es colocar lo que se quiere ocultar en medio del escenario, en ocasiones la evidencia es tan clara que nos negamos a admitirla, a reconocerla; pareciera que nuestra mente no clasifica bien aquello que no requiere ningún esfuerzo adicional de comprensión. A los juristas nos pasa con frecuencia.Hoy he tenido esa sensación.
Que se pretenda que es un proceso de participación ciudadana no altera lo que es: es un referéndum
El lunes por la noche Artur Mas decía que renunciaba a la consulta del día 9 de noviembre. El martes por la mañana anunciaba su alternativa a la misma, explicaba que no recurriría a los artículos de la Ley de Consultas dejados en suspensos por el Tribunal Constitucional y articularía como alternativa un proceso de participación ciudadana.
Leer aquello y ponerme a bucear en la propia Ley de Consultas para analizar en qué podía consistir esa participación ciudadana fue todo uno. Casi automáticamente hilaba razonamientos que permitieran conectar aquellos mecanismos de participación con lo que Artur Mas decía que hacía y a la vez encontraba problemas e incoherencias que se me antojaban insalvables.
Fue entonces cuando recordé la imagen del elefante en medio del escenario, ese elefante que por evidente nadie veía. Creo que en el caso de la propuesta de Artur Mas debemos hacer lo mismo: olvidarnos de los detalles y fijarnos en lo esencial.
¿Qué es lo que ha dicho Artur Mas? Ha dicho que el 9 de noviembre habrá urnas y papeletas para que los ciudadanos, todos los ciudadanos de Cataluña, indiquen si desean que Cataluña sea un Estado y, en caso de respuesta afirmativa a esta pregunta, si quieren que este Estado sea independiente. Esto, no hay vuelta de hoja, es un referéndum; en concreto el referéndum que el Gobierno de la Generalitat y sus aliados han calificado de consulta no referendaria. Y si queremos ser más precisos, la consulta que suspendió el Tribunal Constitucional hace unas semanas.
El hecho de que se afirme que no se basa en tales o cuales artículos, o que se pretenda que es un proceso de participación ciudadana no altera lo que es: es un referéndum. El que no haya convocatoria formal no afecta a la realidad, esto es, a que el día 9 de noviembre el propósito de la Generalitat es el de designar puntos de votación, colocar urnas y papeletas, animar a los ciudadanos a que introduzcan papeletas en las urnas y luego proceder a hacer públicos los resultados. Esto, mirémoslo como lo miremos es un referéndum y, como digo, el mismo que ha prohibido el Tribunal Constitucional en tanto en cuanto no se pronuncie sobre su adecuación a la Constitución.
Estamos, ciertamente, ante un desafío sin precedentes, frontal y directo, al Estado de Derecho
No cuenta con censo –aparentemente-; pero el registro de votantes se pretende construir durante la misma jornada de votación. Evidentemente sin las garantías que prevé nuestra normativa electoral y sin contar siquiera con las reducidas que ofrecía la Ley de Consultas catalana; pero esto afecta a las garantías del proceso, no al proceso mismo que, como digo, es claramente la consulta que en su momento convocó Artur Mas con firma estampada por la famosa pluma Inoxcrom que alguien debe estar guardando para que no pierda su ya indudable valor histórico.
Este martes Artur Mas lo que dijo en esencia es que pese a la prohibición del Tribunal Constitucional la consulta que había convocado el 27 de septiembre se celebraría. Como buen prestidigitador pretende que veamos lo que él quiere que veamos, no lo que realmente importa, y lo que importa es tan obvio que da casi apuro tener que explicarlo.
Estamos, ciertamente, ante un desafío sin precedentes, frontal y directo, al Estado de Derecho, y la gran habilidad de Artur Mas es que todavía dudemos sobre lo que está pasando.
Quedan ya pocos días para que nos enfrentemos a la dura realidad, al momento en el que el prestidigitador no precise más distraer nuestra atención.