Pensamiento
Los ciudadanos somos responsables
Hoy en España nacen y germinan como setas proclamas populistas contra la casta política. Bien merecido se lo tienen nuestros representantes por servirse en lugar de servir, por tomar el dinero público como propio, por incumplir promesas y gestionar la confianza dada por los ciudadanos de la peor manera. Pero como bien señaló Marx en la interpretación hegeliana sobre la dialéctica histórica, las antítesis, en cuanto triunfan, toman la naturaleza de la tesis contra la que nacieron y, casi siempre, añadiríamos hoy, caen en los mismos errores del poder que combatieron. Si eso es así, habríamos de ser más prudentes a la hora de ensalzar a quienes aprovechan el hedor de tanta cloaca para embaucarnos. Los ciudadanos ahí tenemos una responsabilidad. El hecho de que no tengamos poder institucional no supone que no tengamos responsabilidad alguna en las decisiones de nuestros políticos. Muy al contrario, en una democracia somos los ciudadanos quienes los ponemos y quitamos. Si mangonean nuestras vidas con mayor o menor acierto, se debe a nuestros votos. Alguna responsabilidad tendremos en ello, pues. Y no siempre es responsabilidad menor; a veces, incluso el entusiasmo con que nos dejamos embaucar es el responsable directo de sus peores excesos.
En Cataluña hoy, se hace demasiado hincapié en la irresponsabilidad de los políticos nacionalistas por llevar a Cataluña a un callejón sin salida. ¿Solo los políticos..?
Los valores más hermosos de la humanidad, como la libertad, la igualdad, la tolerancia, el altruismo y la democracia, como sistema político para alcanzarlo, están a la baja en nombre de la patria
El pasado 19 de septiembre, en el debate sobre la ley de consultas, Albert Rivera en representación de C’s desmontó todas las falacias de parvulario de los escaños nacionalistas. Las jurídicas y las políticas, pero además introdujo una variable que habremos de tener el valor de plantear: “Si calan mensajes en la población, como España nos roba, de tipo xenófobo, evidentemente inmoral en un país democrático, y triunfan electoralmente, quizás tenemos un problema como país, quizás la solidaridad es un valor que está a la baja, quizás la igualdad es un valor a la baja. Pues hay que volver a poner de moda la igualdad, hay que poner de moda la solidaridad, hay que volver a poner de moda las libertades y la unión entre los españoles”.
“Quizás tenemos un problema como país”. Su discurso fue sensato. ¡Qué palabra tan sencilla y útil, y sin embargo tan ignorada en estos tiempos de cólera y delirios!
Esta inquietante sospecha de que la sociedad civil catalana (toda la sociedad civil, la que brama y la que calla) puede que no sea inocente, puede que tenga responsabilidad, puede que sea la representación de un tiempo histórico donde los ideales ilustrados que nos llevaron a idear los valores más hermosos de la humanidad, como la libertad, la igualdad, la tolerancia, el altruismo y la democracia, como sistema político para alcanzarlo, están a la baja en nombre de la patria. Si nos centrados en el elemento aglutinador del independentismo escocés y catalán que ha llevado a Escocia a pedir la independencia del Reino Unido y a Cataluña, al derecho a decidir, caeremos en la cuenta que es por pura codicia: Unos alegan tener petróleo y otros mayor renta per cápita que el resto de españoles. El egoísmo más ramplón, el camino inverso a la construcción europea. Tiempo de oportunistas, sepultureros de las ideas de justicia social, navajadas contra la progresividad fiscal, el único instrumento que hace posible un mundo más justo y solidario. ¿Qué es un Estado? ¿Acaso no es una sociedad solidaria donde si no llegas tú, lo hace el vecino y todos juntos se convierten así en un seguro de vida frente a la adversidad? ¿Sería justificable que Extremadura pidiera la separación de España amparándose en qué han tenido la fortuna de encontrar petróleo en sus tierras? ¿Sería justificable que quien hasta ayer recibía más que aportaba, se levante de la mesa común porque quiere comer más y mejor? ¿Sería justificable que una región como Cataluña, que ha sostenido su desarrollo industrial en los dos últimos siglos en los aranceles que España imponía para proteger sus productos de la competencia exterior y garantizarle el mercado español, quiera ahora desentenderse de las estrecheces del conjunto cuando más nos necesitamos unos a otros?
Fíjense, no hablo de leyes, ni de política, solo de valores, de aquellos valores de la Ilustración que nos hicieron más civilizados y nos dieron autonomía individual, libertad para pensar e ideas para imaginarnos un mundo sin fronteras, un mundo de ciudadanos. Eran valores para la humanidad entera. Ahora los separatistas catalanes los quieren en exclusiva, fuera del alcance de quienes hasta ayer fueron sus hermanos. Han pervertido los sentimientos de la gente tanto, que hay descendientes de andaluces de primera generación que se indignan porque parte del superávit fiscal de Cataluña sirva para sostener la sanidad en Andalucía.
Todavía sigo frotándome los ojos al recordar cómo el último 11 de septiembre, los periodistas más reputados de TV3 se habían convertido en vulgares monitores de colonias para que la “V” saliera como habían simulado en sus maquetas digitales. No informaban, formaban parte de la organización de la ANC como meros peones. Patéticos cabos furrieles de un engranaje militar sin armas, dispuestos a relatar una épica que ellos mismos estaban ayudando a inventar con su entusiasmo. Cuando pasen los años ocuparan la misma estantería que ocupa “Raza” y EL NODO de los años cuarenta.
La tentación de disculpar a los ciudadanos ante tanto dirigismo malicioso es grande. Al fin y al cabo, desde la escuela a TV3 nos hemos visto desbordados por la mayor oleada de propaganda que Europa ha sufrido desde la desplegada por el narcisista nazi, Paul Joseph Gobbels. Con permiso de Nicolae Ceaușescu y sus enemigos.
Ante tales adversidades, ¿cómo culpabilizar a esa gente corriente, que de buena fe ha salido a la calle fascinada por la tierra prometida, que les han asegurado sus políticos? Limitados en su libertad para pensar con criterio, lo más cómodo es considerar que los ciudadanos han sido condicionados, arrastrados sin su consentimiento, engañados, manipulados. Y por lo mismo, inocentes de los excesos de los políticos.
No seré yo quien disculpe un ápice a los políticos nacionalistas de su responsabilidad en la ola de desprecio a España que cimentan las vías catalanas, las V estabuladas o cualquier programa serio o de humor de TV3, pero los ciudadanos que se avienen con entusiasmo no son del todo inocentes. La mayoría es gente adulta, con capacidad racional y criterio. Habremos de preguntarnos, como se preguntó Albert Rivera, si la sociedad en que vivimos ha perdido los valores más hermosos de la humanidad de tanto repetirlos en vano. Corear libertad, democracia y derecho a decidir no basta para garantizarlos. Nada se puede decidir con criterio si previamente no hay información contrastada. Cuando el ciudadano prefiere la pereza al esfuerzo de obtenerla, cuando incluso renuncia a exigirla, es más, cuando se empecina en negar lo que la cuestiona, se convierte en cómplice de la propia manipulación. Abandonarse a los propios instintos, regodearse en las propias convicciones, es tan intolerable como dejarse manosear por la propaganda. ¿Acaso la masa que se deja reducir a meros peones de un tablero infantil propio de regímenes totalitarios, está formada por analfabetos, personas sin criterio y ciegas? Sería un insulto a la inteligencia creer que son simples borregos sin voluntad. Es más, la mayoría de los que participan más activamente en los aquelarres son personas cultivadas y con un alto concepto de sí mismos. Otra cosa es que hayan perdido en el camino a Ítaca la neutralidad y en muchos casos, toda decencia. Denles la oportunidad a las gentes de bien de encontrar una justificación elevada para cometer un delito, y tengan la seguridad de que si se dan las circunstancias adecuadas, la mayoría se abraza a ella. Lo vemos desde los asaltos a supermercados en nombre del paro, al asesinato en nombre de la patria. Aquí, el “nosotros primero” o “nosotros solos” es evidente.
Los mismos que hoy niegan la Constitución en nombre del derecho del pueblo a decidir, serían los primeros en matar mañana en una Cataluña independiente si alguien cuestionara su Constitución
Hoy en Cataluña vemos cómo en nombre de la democracia, niegan la ley, denigran la Constitución y erosionan los fundamentos de la democracia misma. Los mismos que hoy niegan la Constitución en nombre del derecho del pueblo a decidir, serían los primeros en matar mañana en una Cataluña independiente si alguien cuestionara su Constitución. Los mismos que ahora consideran lógico que una autonomía se separe de España, considerarían intolerable que Tarragona quisiera hacer lo propio ante un Estado Catalán independiente.
Quienes hoy alientan contra la desobediencia civil con una superioridad moral infundada, son ciudadanos corrientes. Como gentes corrientes son las que han comenzado una campaña de puerta a puerta para vender la independencia. ¿Ignoran que hacer un mapa del voto es atentar contra el voto secreto, fundamento mismo de la democracia?
Estamos viviendo los preámbulos de un camino sin retorno al odio. Se vote o no se vote el 9-N una zanja de recelos se abrirá de forma irreversible. Algunos políticos son directamente responsables, miles de ciudadanos lo serán indirectamente. Los partidarios del derecho a decidir han avasallado y cada día que pasa señalan a más enemigos de Cataluña, porque cada vez es más difícil ser ciudadano de Cataluña fuera del tablero de la “V”. Pronto estarán tan seguros de sí mismos que será imposible respirar. Posiblemente muchos crean sinceramente que su cruzada es la lucha por la libertad. Otros no se engañan, solo se dan cuartadas, la patria todo lo justifica.
“Una fiebre se apoderó de la nación..., “dice dramático Burt Lancaster a Spencer Tracy en “Vencedores y Vencidos”, película de Stanley Kramer, donde cuatro magistrados de la Alemania nazi son juzgados en Nuremberg, nada más terminar la guerra civil europea.
Quien tomó la palabra para inculparse, era el ministro de justicia, Ernst Janning, uno de los jueces más prestigiosos de Alemania que acabó colaborando, sin ser nazi, con los nazis: “Mi abogado pretende que ustedes crean que no sabíamos nada de los campos de concentración. ¡Ignorarlo! ¿Dónde estábamos? ¿Dónde estábamos cuando Hitler empezó a clamar su odio en el Reietchat? ¿Dónde estábamos cuando nuestros vecinos eran arrastrados a media noche, abajo? ¿Dónde estábamos cuando las terminales del ferrocarril de todos los pueblos de Alemania, los vagones para ganado eran utilizados para trasladar niños al terrible destino de su exterminio? ¿Dónde estábamos cuando llamaban a gritos en la noche? ¿Estábamos sordos, mudos, ciegos? […]¡Si no lo sabíamos es porque no queríamos saberlo! […]
No quiero disculparme por la comparación. Los fines y los medios fueron otros, pero los mecanismos de manipulación, la falta de respeto a la verdad, el sentido de rebaño y la exclusión de todo quien no comulgue con la idea nacional son idénticos y participan de la misma miseria moral.
¿Por qué seguimos callados cuando Junqueras dice que ha llegado la hora de saltarse la legalidad? ¿Por qué seguimos callados cuando nos dicen que España no les deja votar, cuando en realidad es una argucia de trilero para vender con el derecho al voto, la independencia? ¿Por qué seguimos callados cada vez que arremeten contra la Constitución o cuestionan la honorabilidad de los jueces, si estos no sentencian a su favor? ¿Por qué seguimos callados ante tanta corrupción cada vez que el corrupto es un caradura envuelto en la bandera catalana o alega haberlo hecho por el bien de la construcción nacional? ¿Por qué seguimos callados cada vez que a un barrendero no le dan trabajo en un Ayuntamiento por no saber catalán o multan a un comerciante por tener el rótulo de su negocio en castellano? ¿Por qué consentimos que se adoctrine a nuestros hijos en la escuela y se utilice la lengua catalana como un instrumento político en lugar de un recurso educativo? ¿Por qué consentimos que la televisión pública se emplee para alistar a los ciudadanos en el nacionalismo y provocar rechazo contra España? ¿Por qué consentimos que se manipule el pasado para robarnos el presente? ¿Por qué callamos cuando vemos que los hijos de nuestros vecinos siguen sin poder estudiar en su lengua materna? ¿Es que estamos sordos, mudos, ciegos?
La patria lo encubre todo, es la coartada perfecta para dar rienda suelta a los instintos étnicos más sucios. Son ellos, como fueron todos los líderes de todos los tiempos quienes arrastraron a la gente. Pero hoy y ayer hubo gente dispuesta a dejarse persuadir y otras a resistirse. Nadie tiene disculpa. Cuando Albert Rivera dijo, seguramente abatido por la actitud insurreccional de tantos miles de catalanes contra la constitución: “quizás tenemos un problema como país” estaba formulando el verdadero problema, el más terrible de los problemas, el que no tiene solución o tiene una solución preñada de daños colaterales para varias generaciones: que los ciudadanos son responsables también de esta deriva porque la sociedad como tal ha perdido los valores de solidaridad, justicia, igualdad, humanidad, sugestionada por cuatro traficantes de tribus llegados del nacionalismo más retrógrado del siglo XIX.
Nadie podrá decir mañana que él no sabía nada. Todos los que viven hoy del negocio nacional son responsables. Todos, también los ciudadanos de la calle.