Hemos dejado atrás días de asueto y holganza propios del mes de agosto. Un mes de agosto con una climatología revuelta y convulsa. Tan revuelta y tan convulsa como la situación política que estamos viviendo como catalanes, españoles y europeos. Septiembre ha entrado con fuerza y aunque suene a frase manida, tendremos un otoño caliente. Yo diría que muy caliente.
Estamos en la antesala del 9 N, y en estos momentos el gobierno de la Generalitat es lo más parecido a una olla de grillos. Así por ejemplo, mientras el consejero de presidencia dice una cosa, el de territorio opina la contraria. La vicepresidenta afirma que la consulta no se celebrará si el Tribunal Constitucional (TC) no la permite y a las pocas horas el presidente afirma que él firmará el decreto y se podrá votar. De todos modos, lo más probable es que el TC suspenda la ley de consultas que el parlamento catalán aprobará en los próximos días y, en ese caso, todo quedaría en agua de borrajas. Salvo que Mas esté dispuesto a desacatar la legalidad, cosa impensable en un político con dos dedos de frente.
No acabamos de ser conscientes de que estamos viviendo sobre un barril de pólvora del que penden diversas mechas, esperemos que no surja un descerebrado al que le dé por prender fuego en alguna de ellas
De todos modos, es imprevisible lo que puede suceder con unos partidos y unas entidades secesionistas envalentonados ante la expectativa de votar por la independencia. Pero es evidente que la frustración, el desencanto y el cabreo de una parte de la ciudadanía como consecuencia de una pésima gestión del gobierno autónomo están servidos, además de una más que segura inestabilidad política. Todo ello, adobado con el goteo constante de informaciones verídicas unas, hipotética y especulativas otras, sobre affaire Pujol y la familia.
A nivel nacional, los dos partidos hegemónicos hasta la presente, se juegan el ser o no ser en las próximas elecciones municipales y autonómicas del mes de mayo. Si las pasadas europeas fueron un ensayo para acabar con el bipartidismo, estos próximos comicios pueden ser la estocada final a una manera de hacer política que se viene practicando desde el ya lejano 1978. Tal vez por eso, el Gobierno ha marcado como una prioridad en su agenda una reforma de la ley electoral para elegir a los alcaldes, algo que evidentemente favorecería al PP.
En este contexto el Ejecutivo de Rajoy pondrá una marcha más a la actividad parlamentaria para aprobar leyes que hasta ahora han dormido olvidadas en algún cajón. Así por ejemplo, el Gobierno quiere ahora reducir al máximo el número de aforados, cuando lo rechazaba hace pocas semanas. De igual manera, leyes estrella como la introducción de la prisión permanente revisable en el Código Penal, la Ley del Poder Judicial, con sus medidas contra los jueces estrella o la Ley del aborto verán agilizada o no su tramitación parlamentaria no en función del interés general, que sería lo razonable, sino en función de la repercusión electoral que se prevea puedan tener. Así se gobierna un país.
Todo ello sazonado con un fuerte tufo a corrupción institucionalizada que no cesa por la displicencia con que se aborda el tema.
Pero es que la situación en Europa, no es más halagüeña. La política económica está estigmatizada por las recetas alemanas y son necesarios nuevos planteamientos para salir del agujero en el que estamos inmersos. Días atrás Mario Draghi advertía que la UE ha de cambiar de rumbo. Resultan ineludibles reformas estructurales, de forma especial en el mercado de trabajo. Esa parece ser la condición “sine qua non” para que Berlín acepte compras masivas de deuda pública y activos financieros.
Es evidente que la política de austeridad de la Unión está yendo demasiado lejos y hay que dar un volantazo. El problema es Alemania. Allí se resisten. En consecuencia, los nuevos mandatarios de la UE surgidos tras las elecciones europeas de antes del verano, deberían lograr aquello que no lograron sus predecesores en el cargo: que Merkel se lo crea y reme en la misma dirección que las otras cancillerías.
Por otra parte, la sombra del conflicto Rusia-Ucrania planea sobre la posible recuperación de la UE. Por eso, Duräo Barroso ha dicho que “estamos en una situación muy grave, dramática. Podríamos ver una situación en la que alcancemos un punto de no retorno”. Tras esta afirmación los comentarios huelgan.
Pero si elevamos la mirada, el panorama internacional no es nada reconfortante: con un Oriente medio que puede estallar de un momento a otro, con unos EEUU que no saben a que carta quedarse ni tienen a nadie que les quiera acompañar en sus aventuras intervencionistas y con un terrorismo islámico en alza.
Sintetizando mucho ésta es una visión global de la situación. Creo que no acabamos de ser conscientes de que estamos viviendo sobre un barril de pólvora del que penden diversas mechas, esperemos que no surja un descerebrado al que le dé por prender fuego en alguna de ellas. Sería fatal.