"Ara és l’hora [Ahora es la hora]" proclama el eslogan de la propaganda independentista. Y acierta, bien que no en el sentido que quisieran darle. Es la hora, sí, pero de la verdad. Es la hora del hundimiento del mito de la superioridad moral del nacionalismo catalán. Qué lejos (y qué extraño) queda aquel octubre de 2011, cuando el Gobierno de la Generalidad, presidido por Artur Mas, aprobó el programa para llevar adelante el Plan nacional para la promoción de los valores de Cataluña.
Durante años se nos ha moralizado en nombre de la supuesta excelencia de una catalanidad interpretada por ellos, y se nos ha dicho lo que tocaba hacer y lo que no tocaba hacer
La impostura moral continuada de quien se arrogaba la identificación con Cataluña habrá hecho un daño inmenso a la idea de la catalanidad. Se han atribuido discriminatoriamente patentes de catalanidad desde la impostura con el efecto perverso final de la mala moneda, la que expulsa la buena moneda.
La ofensa es universal, pero especialmente grave para los que tenemos la catalanidad como una manera de ser, ni exclusiva ni excluyente, pero profundamente sentida. Durante años se nos ha moralizado en nombre de la supuesta excelencia de una catalanidad interpretada por ellos, y se nos ha dicho lo que tocaba hacer y lo que no tocaba hacer. Un tiempo era la hora de hacer país, ahora se nos dice desde la misma pretendida autoridad moral que es la hora de decidir la independencia.
Miles de conciudadanos, movidos por apreciaciones diversas sobre la situación del país y sobre sus causas, pero en gran medida orientados por el faro de aquella autoridad moral y de la escuela creada, han seguido la consigna y se han movilizado generosamente, multitudinariamente.
La impostura ahora descubierta no es una "cuestión personal", como pretenden los relativizadores coyunturales, porque, además de las prácticas fraudulentas que afectan a todos los ciudadanos, la "postura" de quien definía Cataluña ha configurado un estado de ánimo y ha hecho inclinar muchas voluntades. Igual que la humillación de ser privado del título de honorabilidad no es una cuestión personal –personalmente es parte de la pena civil al defraudador confeso-, sino que es una humillación colectiva. Nunca ningún otro primer magistrado del país había sido privado de la honorabilidad, que comporta el cargo y a la cual se debe quien lo ostenta, por una conducta deshonorable.
La "V" humana que se quiere construir en Barcelona para llamar la atención de un mundo convulso, que tiene problemas de otra entidad y magnitud, no será una “V” de victoria moral. Antes habría que reconstruir la catalanidad liberándola de imposturas e impurezas.