Mientras el mundo vive horas de zozobra, nuestro país se encuentra "en vilo" ante la próxima reunión entre el Presidente del Gobierno y el Presidente de la Generalitat. El encuentro viene precedido estos días por un potente murmullo que reclama un "gran acuerdo" para zanjar el malestar catalán. Una parte de la opinión pública y sectores de referencia en la vida civil solicitan un pacto que resuelva o aplace el problema que amenaza con hacer descarrilar, entre otras cosas, la recuperación económica.
No lograremos superar de verdad el envite catalán y el problema catalán hasta que entendamos, en toda España, que el catalán es tan español como el castellano, que la sardana es tan española como la jota o la sevillana
La primera cuestión que debemos plantearnos es si existe realmente un problema de fondo entre Cataluña y España. La respuesta es ambigua: sí y no. Por tanto, doblemente sí. No existe un problema objetivo de calado en Cataluña. Ciertamente, nuestro modelo territorial presenta desajustes. Pero ello no explica, de ningún modo, la reivindicación de la independencia. Cataluña goza de un grado de autonomía y de descentralización política altísimo. Sus competencias culturales, políticas, educativas y económicas son enormes. Mayores, muchas veces, de las que tienen los Estados federales de Europa y del mundo.
¿Podemos concluir, entonces, que no hay ningún problema? Al contrario. Tenemos un doble problema. No hay un problema objetivo, pero nos hallamos ante un importante problema subjetivo. Nos encontramos ante una parte de la población catalana que piensa que Cataluña está maltratada, acosada y reprimida. Es un sector minoritario, pero movilizado y ruidoso. El problema, pues, no está en los datos, sino en las percepciones, el problema no es objetivo sino subjetivo. Cabe tenerlo muy en cuenta a la hora de abordar su solución. Esta solución tiene una enorme complejidad, pero me gustaría solamente presentar cuatro ángulos que debe tener presente.
1) La solución no puede ser la de siempre
A lo largo de treinta años, el Estado ha abordado las turbulencias catalanas con una misma estrategia: más transferencias a cambio de estabilidad institucional. El resultado es palmario: el independentismo es hoy más fuerte que nunca. Así pues, la solución al pleito catalán no puede ser la de siempre, no puede pensarse con los parámetros habituales. Es imprescindible romper el marco de canje que ha imperado a lo largo de treinta años y configurar un nuevo paradigma que resuelva el pleito por elevación.
Hay que reconocer que sería posible llevar a cabo una reformulación de la arquitectura política de España. Pero ello debería contar con una premisa imprescindible de la que hemos estado carentes estos últimos años: la lealtad institucional. Podríamos hablar de cerrar el modelo siempre que tuviéramos la seguridad de que el nacionalismo iba a hacer lo que precisamente no ha hecho: ser leal institucionalmente e implicarse en el proyecto común español.
Debemos plantearnos también si podemos transigir que cale la idea de que la agitación y la deslealtad institucional pueden tener consecuencias positivas. La insurrección institucional nunca puede ser el camino para forzar al Estado a negociar. Nos tenemos que preguntar si no cabe domeñar primero el órdago soberanista. Y, una vez superado, hablar de todo aquello que el sentido de responsabilidad nos lleve a reformar y mejorar. De todos modos, aquí entra en juego la prudencia política, que, en vistas al bien común, debe sopesar los escenarios. El soberanismo no tiene razón, pero tiene también unas razones que hay que abordar.
2) Fortalecer la idea de España
La independencia no es una realidad lejana. No es solo un futuro imaginado. La independencia simbólica, sentimental y cultural es ya una realidad de facto en muchos pueblos y ciudades de Cataluña. España tiene que volverse a hacer presente en Cataluña. Debemos fortalecer, pues, la presencia del gobierno, de las instituciones, de la historia y de la cultura común española en Cataluña.
Pero este fortalecimiento de la idea y la experiencia de España en Cataluña debe ir acompañado de algo también importante. Es urgente llevar a cabo un ensanchamiento de la idea de España. Es fundamental que la noción de España y el relato sobre lo español incluya también la realidad catalana. No lograremos superar de verdad el envite catalán y el problema catalán hasta que entendamos, en toda España, que el catalán es tan español como el castellano, que la sardana es tan española como la jota o la sevillana. La solución al pleito catalán pasa, también, por ahondar en la realidad pluricultural y plurihistórica de España.
El soberanismo ha tenido éxito, sin duda, por sus argumentos populistas y economicistas. Pero si ha logrado impregnar a fondo las conciencias catalanas es, también, porque ha conseguido generar una ilusión comunitaria
3) Articular una alternativa
En ocasiones, la realidad supera nuestras expectativas. Lo último que hubieran pensado los nacionalistas es que su desafío iba a provocar, por ejemplo, el nacimiento de una entidad como Sociedad Civil Catalana. Este ha sido el aspecto positivo del proceso: ha provocado una reacción que ha roto la hegemonía absoluta que tenía el nacionalismo catalán en la sociedad civil organizada. Es imprescindible seguir caminando en esta dirección. Debemos construir una alternativa cultural, social y política al nacionalismo catalán, que lleva casi cuatro décadas pastoreando la realidad catalana. Esta alternativa debe ser amplia y transversal, y no debe plantearse como un frente cerrado y compacto, sino más bien como un mosaico articulado. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de poner las bases para que un día pueda haber un gobierno no nacionalista en Cataluña.
4) Definir un nuevo proyecto histórico español
El soberanismo ha tenido éxito, sin duda, por sus argumentos populistas y economicistas. Pero si ha logrado impregnar a fondo las conciencias catalanas es, también, porque ha conseguido generar una ilusión comunitaria. Ha presentado un proyecto de futuro esperanzador. Hace tiempo, en cambio, que España avanza sin un proyecto histórico claro, sin una narrativa precisa. El patriotismo constitucional y cívico no es suficiente. Si queremos invitar al conjunto de catalanes a sumarse -y hasta a liderar- una nueva realidad española, debemos tener claro cuál es nuestro proyecto. No hay vida humana sin narrativa. Tampoco hay vida nacional sin narrativa nacional.
Necesitamos un relato nacional ilusionante. Necesitamos un proyecto histórico capaz de atraer y agregar muchas de las fuerzas centrífugas que surgen en nuestro país. Un proyecto construido en el diálogo entre el pasado y el futuro, entre las propuestas de la tradición y la libertad creativa contemporánea. Para construir una nueva narrativa tenemos que redescubrir nuestro patrimonio cultural. En los pliegues de nuestra tradición literaria, artística, filosófica y religiosa, en los pliegues de nuestra historia, encontraremos muchos principios que pueden servirnos de inspiración para formular un proyecto creativo y moderno para el siglo XXI.