Hay cosas que tienen solución y cosas que no la tienen. Las cosas que no tienen solución, o que no parece que la tengan, dan más miedo. Cuestan más de aceptar. Entonces es muy humano, no sólo muy político, empezar a rezar lo que se sabe y lo que no se sabe. Empezar a administrar irracionalmente el día a día. Contar con milagros.
¿Alguien cree seriamente que el conflicto entre israelíes o palestinos se resolverá algún día? ¿O que se acabará con el hambre en África? ¿O que cerrarán Guantánamo? ¿O que es posible realizar las tareas mínimamente elementales de un Estado sin espiar indecentemente a tus ciudadanos y a los del Estado del enfrente? No, no se puede. Nadie ha encontrado ni encontrará nunca la manera. Sólo se finge que es así.
¿Cuánta gente no se habrá dado cuenta ya de que eso es así? ¿De que Rajoy y Mas no van a hablar, no pueden hablar, porque no tienen nada qué decirse?
Se ha dicho que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. Con un dedal de optimismo se podría pensar que la corrección política es eso, una educada capa hipócrita de las cosas. Pero es que es infinitamente peor que eso. Porque el hipócrita clásico, al fin y al cabo, sabe que lo es. Sabe que miente. Que está falseando la realidad, trastocando los hechos. El políticamente correcto hace tiempo que olvidó –si es que lo ha sabido alguna vez- que anda sobre tablones bellamente barnizados pero en esencia podridos. Que no hay nada firme bajo sus pies. Que es todo humo.
Pretender a estas alturas que Mariano Rajoy y Artur Mas van a sentarse a hablar, o que si lo hicieran iban a arreglar algo, es de una simpleza tan fantástica, tan catatónica, que sólo se explica desde la imperiosa necesidad de todo un establishment carcomido hasta el nervio (el actual establishment político-mediático-intelectualoide catalán…) de justificar el mantenerse tal cual, el que aquí nadie quiera admitir que han metido la pata hasta el fondo. Que se han equivocado.
La idea es que desde la Moncloa les echen una mano y les digan, bueno, pero nosotros también, ni tú ni yo, pelillos constitucionales a la mar…¿en serio creen que va a ocurrir eso? ¿Tanto gilipollas hay? No es humanamente posible, ni siquiera en la Cataluña actual. O les han drogado con algo, o se pinchan cada día antes de salir de casa con una especie de insulina autocegadora, de autoopio. Y así se convencen de tener razón y de tener razones veinticuatro horitas más.
En menos de veinticuatro horas entrevisto en Madrid a Albert Boadella para ABC y me siento a hablar con un abogado muy inteligente, que se llama Raúl Ochoa. Me llama mucho la atención que dos personas que no tienen nada que ver, que no se conocen de nada, me vengan a decir en esencia lo mismo: que ellos no se creen que aquí tenga ninguna viabilidad ni ningún sentido sentarse a hablar de más o menos federalismos o más o menos ganas de reformar la Constitución. Que todo eso puede estar la mar de bien en sí mismo (como la abdicación de Juan Carlos I, como el 15-M…) pero no va a modificar ningún elemento central del paisaje. Que en Cataluña hace mucho tiempo que ciertas cosas entran por una oreja y salen por la otra (de los de siempre).
Boadella y Ochoa, insisto en que sin conocerse de nada, coinciden en que aquí la única solución, o por lo menos amenguamiento del problema, pasa porque el Estado se cuadre. Porque se deje sentir. Porque no tenga miedo de aplicar la ley. ¿Sacar los tanques? No, quién propone eso, a no ser que los saquen del otro lado…(pero como en el otro lado no hay, no parece probable el órdago). Simplemente no tener complejos de ser Estado, no tener complejos de ser. No tener miedo a existir.
¿Cuánta gente no se habrá dado cuenta ya de que eso es así? ¿De que Rajoy y Mas no van a hablar, no pueden hablar, porque no tienen nada qué decirse?
Hace tiempo que el problema no tiene solución. Sólo tiene, y cuán a duras penas, remedio.