Pensamiento

De progresismo, ayatolás y libertades

11 julio, 2014 09:54

Recientemente, un defensor de la izquierda ortodoxa más recalcitrante ofrecía una interpretación de mi último artículo en CRÓNICA GLOBAL, totalmente contraria a la tesis que defendía.

Más allá de mi mayor o menor claridad expositiva, pretendía hacer encajar mis afirmaciones con sus prejuicios sobre el partido en el que milito. Lamentablemente para este mal remedo de Heracles, en este caso los establos de Augías han quedado tan sucios como su intención.

Pero esta anécdota me ha reafirmado en el convencimiento de que, pese a la necesidad de actualizar los modelos de pensamiento, hay muchos que se rebullen inquietos en sus asientos cuanto alguien lo intenta. Vivimos asediados por una nueva ola de creacionistas, que en lugar de cuestionar la evolución de las especies, atacan toda progresión del pensamiento político.

Cuando defendéis el derecho a una sanidad de calidad, una vivienda digna o una educación que nos abra las puertas del futuro, recordad que sois unos recién llegados en su defensa, porque nosotros ya estábamos ahí

Quizá por ello denostan a quienes intentamos divulgar una concepto definido de progresismo. Un progresismo que no sea reflejo del borroso concepto que ha ofrecido el socialismo tradicional o de las bochornosas actuaciones que en su nombre ha justificado. Guardemos un minuto de silencio por la era zapateril, de imborrable y ominoso recuerdo al respecto.

Pero también un progresismo que se distancie de la ridícula caricatura que algunos han trazado desde la derecha. No puedo dejar de citar a este respecto, un artículo publicado por César Alonso de los Ríos en ABC en 2005, “Razones para no ser progresista”, en el que facilita 16 motivos para justificar su rechazo. Curiosamente, 11 de ellos nada tienen que ver con el ideario auténticamente progresista.

Lo mismo sucede con el libro Desmontando el progresismo, de la profesora y contertulia televisiva Edurne Uriarte. Es una lástima que en aras del rigor, no titulara su obra como Desmontando el mal llamado progresismo de Zapatero. Habría sido intelectualmente más honrado.

La primera precisión que se impone por tanto, es afirmar que no es progresista todo aquel que se autodenomina o al que tildan como tal... afortunadamente.

José Luis Arellano sostenía en 2013 que "el progresismo es un concepto filosófico de vida, una manera de entenderla (...) Esta tendencia a las reformas sociales y políticas (...) designa la adhesión a prácticas o principios ligados inicialmente al liberalismo -con la consiguiente oposición a las actitudes conservadoras-, y actualmente, a tendencias socializadoras, o al menos, innovadoras en algún aspecto de la vida social".

Efectivamente, como explicaba en mi anterior artículo, "progreso es el proceso de ampliación de las oportunidades de elección que tienen los ciudadanos en el ejercicio de sus libertades". Libertades individuales, tanto positivas como negativas. Y es la interacción de las mismas con otros elementos esenciales de la vida en sociedad, como son la solidaridad, la empatía o la cohesión social, los que nos permiten aumentar las oportunidades de los menos afortunados. Su derecho es nuestra obligación.

Coherente con ello, la función del Estado es garantizar la citada igualdad de oportunidades, fomentando el desarrollo personal y la libertad de todos los ciudadanos, pero en ningún caso sustituirlos en la toma de decisiones. Los ciudadanos en pleno uso de nuestros derechos no somos menores de edad. No necesitamos que nos tutelen o moralicen. Si algunos creen que nos sobran catequistas religiosos, otros pensamos que últimamente sufrimos una plaga de catequistas laicos que se empeñan en enseñarnos cómo hemos de pensar o vivir.

Habrá que volver a recordarles que la soberanía reside exclusivamente en la ciudadanía y se articula mediante mecanismos democráticos, precisamente para que cada uno escoja su propio camino en la azarosa pero apasionante aventura de vivir.

¿Convierte eso al progresismo en un defensor del Estado mínimo? En absoluto. Porque las libertades individuales deben ser compatibles con la justicia social. Por esta razón, el Estado está legitimado para intervenir en temas como educación, sanidad, trabajo u otros muchos, a la vez que ha de expandir los derechos civiles de forma real y efectiva a todos los ciudadanos, luchando activamente contra cualquier forma de discriminación o dominación.

El progresismo es una forma de pensamiento basada en corrientes racionalistas ilustradas relacionadas con Kant y Voltaire, así como en el liberalismo ilustrado británico, en especial la teoría política de John Locke. Dahrendorf, Verhofstadt, Nussbaum, Sen, de Carreras, Krugman, o Piketty entre otros, son expresiones de su actualidad y pluralidad.

Frente a su pensamiento, no puedo evitar recordar el pensamiento romo y trasnochado de algunos ayatolás que gozan de gran predicamento hoy día. Envueltos en un populismo tan trasnochado como sus referentes políticos, se presentan como los únicos defensores de una ciudadanía cansada por los efectos de esta larga crisis, irritada por tanta corrupción y cinismo, deseosa de una democracia más participativa y real.

Ellos renuevan la actualidad de lo escrito por el gran William en el primer acto de Macbeth: "Mira que a veces el demonio nos engaña con la verdad, y nos trae la perdición envuelta en dones que parecen inocentes."

A ellos quiero dirigir mis últimas líneas: cuando defendéis el derecho a una sanidad de calidad, una vivienda digna o una educación que nos abra las puertas del futuro, recordad que sois unos recién llegados en su defensa, porque nosotros ya estábamos ahí.

Cuando proponéis austeridad a los políticos, coherencia en sus actuaciones y censuráis la corrupción, el tráfico de influencias o las gabelas y prebendas, bajad el tono, no sois los primeros, porque nosotros ya estábamos ahí.

Cuando criticáis en suma la conculcación por oligarquías de todo pelaje de nuestros derechos y libertades, no os arroguéis en vuestra impropia soberbia la condición de ser los primeros, porque nosotros ya estábamos ahí.

Cuando minusvaloráis en suma esta democracia tan necesitada de mejoras, pero que tanto costó construir, no pretendáis ofrecernos como respuesta un nuevo estado ideal. No sea que en vuestro empeño por construírlo, escribáis un nuevo réquiem que entierre las libertades que entre todos hemos conseguido ganar.

Antes que vosotros, hubo otros que lo hicieron y para oponerse a ellos... ¿lo adivináis? No os vimos, y es que nosotros estábamos allí.