Hará unos veinticinco años que Camilo José Cela anotó doce mandamientos para el buen ejercicio del periodismo. Creo de interés leerlos y dar paso a su comentario en un diario como éste, que emerge con fuerza. Los reproduzco tras extraerlos del reciente libro Triunfó la libertad de prensa (La Esfera de los libros), que son memorias de su autor, Pedro Crespo de Lara, sobre el periodismo español entre 1977 y 2000. Este es el dodecálogo del periodista que dejó escrito Cela.
‘El periodista debe’:
I. Decir lo que acontece, no lo que quisiera que aconteciese o lo que imagina que aconteció.
II. Decir la verdad anteponiéndola a cualquier otra consideración y recordando siempre que la mentira no es noticia y, aunque por tal fuera tomada, no es rentable.III. Ser tan objetivo como un espejo plano; la manipulación y aun la mera visión especular y deliberadamente monstruosa de la imagen o la idea expresada con la palabra cabe no más que a la literatura y jamás al periodismo.
IV. Callar antes que deformar; el periodismo no es ni el carnaval, ni la cámara de los horrores, ni el museo de figuras de cera.
No ensayar la delación, ni dar pábulo a la murmuración ni ejercitar jamás la adulación: al delator se le paga con el desprecio y con la calderilla del fondo de reptiles
V. Ser independiente en su criterio y no entrar en el juego político inmediato.
VI. Aspirar al entendimiento intelectual y no al presentimiento visceral de los sucesos y las situaciones.
VII. Funcionar acorde con su empresa -quiere decirse con la línea editorial-, ya que un diario ha de ser una unidad de conducta y de expresión y no una suma de parcialidades; en el supuesto de que la no coincidencia de criterios sea insalvable, ha de buscar trabajo en otro lugar, ya que ni la traición (a sí mismo, fingiendo, o a la empresa, mintiendo), ni la conspiración, ni la sublevación, ni el golpe de Estado son armas admisibles. En cualquier caso, recuérdese que para exponer toda la baraja de posibles puntos de vista ya están las columnas y los artículos firmados. Y no quisiera seguir adelante -dicho sea al margen de los mandamientos- sin expresar mi dolor por el creciente olvido en el que, salvo excepciones de todos conocidas y por todos celebradas, están cayendo los artículos literarios y de pensamiento no político en el periodismo actual, español y no español.
VIII. Resistir toda suerte de presiones: morales, sociales, religiosas, políticas, familiares, económicas, sindicales, etc., incluidas las de la propia empresa. Este mandamiento debe relacionarse y complementarse con el anterior.
IX. Recordar en todo momento que el periodista no es el eje de nada, sino el eco de todo.
X. Huir de la voz propia y escribir siempre con la máxima sencillez y corrección posible y un total respeto a la lengua. Si es ridículo escuchar a un poeta en trance, ¡qué podríamos decir de un periodista inventándose el léxico y sembrando la página de voces entrecomilladas o en cursiva!
XI. Conservar el más firme y honesto orgullo profesional a todo trance y, manteniendo siempre los debidos respetos, no inclinarse ante nadie.
XII. No ensayar la delación, ni dar pábulo a la murmuración ni ejercitar jamás la adulación: al delator se le paga con el desprecio y con la calderilla del fondo de reptiles; al murmurador se le acaba cayendo la lengua, y al adulador se le premia con una cicatera y despreciativa palmadita en la espalda.
Del primero y el segundo me quedo con el decir la verdad o, en otras palabras, ser veraces. Esto supone el afán de ser objetivos, que yo escogería del espíritu del tercer y del cuarto punto.
Los breves mandamientos quinto y sexto los subrayaría enteros: ser independientes de criterio y aspirar a entender de veras. Del séptimo me quedo con el provecho olvidado del artículo literario. El octavo, Cela lo relaciona con el anterior pero yo lo haría también con el quinto.
Noveno y décimo debían de ser verdaderamente difíciles de cumplir para el autor de La familia de Pascual Duarte. Los dos últimos le resultaron conflictivos y confusos, según las épocas. Sea como sea, que consten todos ellos en acta para que todos nos miremos en el espejo; también los de la casta oficial y secesionista.