Dice el nacionalismo catalán que en un país normal -se refiere a España- determinadas cosas no pasarían. Por mi parte -admito que en España pasan cosas que no deberían pasar-, afirmo que en un país normal -hablo ahora de Cataluña: acepto que es un país dicho sea en la acepción territorial del término: región, provincia y territorio- no ocurrirían cosas como las que a continuación enumero.
En un país normal, ningún gobierno plantea un referéndum ilegal -fecha y pregunta con trampa- que no se celebrará
En un país normal, el gobierno no cumple o incumple la Ley y las resoluciones de los Altos Tribunales a la carta, es decir, a mayor gloria de sus particulares e intransferibles intereses.
En un país normal, no se reclaman unos supuestos derechos históricos -lean ustedes, unos privilegios- preconstitucionales.
En un país normal, quien defiende el llamado "derecho a decidir" lo hace -eso es la democracia y así funciona el Estado de derecho- en el marco de la legalidad vigente y solo en él, sin triquiñuelas, ni subterfugios, ni artimañas, ni añagazas.
En un país normal, ningún gobierno plantea un referéndum ilegal -fecha y pregunta con trampa- que no se celebrará.
En un país normal, ningún gobierno apela al diálogo poniendo como condición previa del mismo la celebración del referéndum sobre el cual, precisamente, versa el diálogo.
En un país normal ningún gobierno impulsa un Consejo Asesor para la Transición Nacional que diseña las estructuras de Estado del nuevo Estado que surgirá de un referéndum que no se celebrará.
En un país normal, ningún político afirma que quienes defienden el Estado de derecho carecen de sensibilidad democrática.
En un país normal, no se califica de nacionalistas españoles que rompen la convivencia a quienes defienden la legalidad democrática frente a los nacionalistas catalanes que no respetan la ley y sí pueden resquebrajar o fracturar la convivencia.
En un país normal, se respeta el derecho a decidir de los padres cuando se trata de elegir la lengua vehicular en la cual quieren que se eduque a sus hijos. Y también se respeta -además de las sentencias judiciales al respecto- a la mitad de la población -de hecho, más de la mitad de la población- que tiene y siente como propia -no como impropia o extranjera- la otra lengua cooficial.
En un país normal, nadie tilda de intrigante -con todo lo que el término conlleva e implica- a quien tiene una idea distinta de lo que es y debe ser Cataluña. Y de lo que es y debe ser España.
En un país, normal ningún gobierno autonómico o regional promociona un simposio con el título de 'Alemania contra Baviera' o 'Estados Unidos contra Nebraska' o 'México contra Jalisco' o 'Argentina contra Chubut' o 'Indonesia contra Sumatra Meridional' o 'España contra Cataluña'.
En un país normal -sigo con los territorios citados-, los gobiernos normales de Baviera, Nebraska, Jalisco, Chubut o Sumatra Meridional no se sienten expoliados por un Estado del que son -se trata de una cuestión ontológica- parte constitutiva.
La mentira fabrica unas imágenes persuasivas que pueden calmar el ánimo del ciudadano
En un trabajo de Hannah Arendt, titulado Verdad y política, se puede leer que la verdad y la política mantienen muy malas relaciones. Para la filósofa alemana, la mentira fabrica unas imágenes persuasivas que pueden calmar el ánimo del ciudadano. A ello, cabe añadir que hay quien se engaña con sus propias mentiras, porque el engaño sin autoengaño es casi imposible. Gracias al engaño se construye una realidad -virtual- que casa con las fantasías, deseos o necesidades de quien engaña. Un detalle: quien dice la verdad, o tiene voluntad de aproximarse a la misma, es considerado como un peligroso y destructivo enemigo interior. Y el caso es que, a veces, el engaño -las imágenes persuasivas de nuestra filósofa- no calma el ánimo del ciudadano, sino que encrespa sus fantasías, deseos o aspiraciones.
Si quieren que les diga la verdad, comparto el deseo que Artur Mas expresó hace unos meses: "Quiero vivir tranquilo en un país normal". Por eso, president, respetuosamente, le doy un consejo y le sugiero una práctica. El consejo: no se engañen a ustedes mismos y así no nos engañaremos nosotros mismos. La práctica: póngase manos a la obra para que los ciudadanos de Cataluña -como usted dice- podamos vivir tranquilos en un país normal.