Desde el pasado 19 de junio Felipe de Borbón y Grecia reina en España con el nombre de Felipe VI. Ciertamente no lo tendrá fácil el nuevo Monarca. Felipe VI (seguramente uno de los reyes más preparados de Europa) deberá enfrentarse a un horizonte complejo.
Donde el Rey se la juega es en el órdago soberanista catalán
Según un informe publicado recientemente por la Fundación Alternativas bajo el título Informe sobre la democracia en España, que ha dirigido Joaquín Estefanía, la insatisfacción con la democracia se sitúa en España 17 puntos por encima de la media europea; nuestro país tiene el porcentaje menor de ciudadanos satisfechos con el rumbo emprendido. Tan solo Grecia nos supera en desconfianza al Gobierno y al Parlamento nacionales. Además, la consideración de que la democracia es la mejor forma de gobierno ya no es unánime; y el respaldo a la economía de mercado ha dejado de ser mayoritario.
Con este panorama tan poco halagüeño de fondo Felipe VI ha iniciado su mandato que va a estar marcado, al menos en principio, por tres explosivos sociales con la espoleta activada. A saber: una crisis económica que está cambiando la faz de la sociedad, que está dejando mucha gente abandonada a su suerte. Una situación política que está poniendo en tela de juicio mucho de lo conseguido durante los últimos años (la universalización del Estado de bienestar, por ejemplo). Además, los grandes partidos dan la sensación de estar minados por la corrupción y eso, como es lógico, hace que los ciudadanos retiren la confianza a sus representantes. A estas dos cuestiones, hay que añadir el conflicto de la configuración territorial del Estado que venimos arrastrando, con intensidad diversa en función de la época, desde el siglo XIX.
A grandes rasgos este es el panorama que ha encontrado el nuevo Monarca. La papeleta no es fácil, pero donde el Rey se la juega es en el órdago soberanista catalán. Las posiciones tanto del presidente Mas como del presidente Rajoy están absolutamente enrocadas. Uno porque pretende jugar al todo o nada y el otro porque se niega a mover ficha, y así no hay manera.
Ni Artur Mas ni Mariano Rajoy pueden ser humillados, no tanto por ellos, sino por lo que representan. De igual manera, tampoco, puede haber vencedores ni vencidos
Con este panorama Felipe VI debería buscar y encontrar la manera para que se produjese el diálogo. Se debería partir de la base de que hay que reconocer la realidad nacional catalana como una riqueza de nuestro país y no como un lastre. Asimismo, es necesario comprender que esta crisis sólo se resolverá mediante una solución política y que esa solución ha de ser negociada. Por tanto, las imposiciones no tienen cabida aquí.
Es evidente que debe existir voluntad de "superar la crisis" y eso el Monarca lo puede propiciar. Se debe llegar a una mesa de negociación habiendo establecido un clima de confianza previo entre los dos gobiernos que permita rebajar la tensión. Ni Artur Mas ni Mariano Rajoy pueden ser humillados, no tanto por ellos, sino por lo que representan. De igual manera, tampoco, puede haber vencedores ni vencidos.
Para Felipe VI el asunto catalán puede ser lo que fue para su padre el 23 F. En consecuencia, vale la pena el esfuerzo porque con él, tal vez, vaya la corona.
Junto con este establecimiento de puentes para el diálogo, el nuevo Rey deberá acometer una profunda reforma generacional institucional al estilo de las monarquías más avanzadas. Para ello, es imprescindible que se restablezca el normal funcionamiento de la institución. De igual manera, sería deseable que la dotara del mismo nivel de transparencia que la monarquía británica, que en su página web detalla todos sus gastos, incluso el coste del papel higiénico.
Ciertamente en nuestro país el Rey reina pero no gobierna. La Constitución le atribuye la función de arbitrar y moderar. El resto le vendrá por añadidura. Las encuestas y sondeos de opinión realizados hasta la fecha indican que junto a la Reina es la persona mejor valorada de la familia real. Si se quiere ganar el respeto, la admiración y el cariño del pueblo, tendrá que perseverar para conseguirlo, oportunidades no le van a faltar. Si las aprovecha la institución monárquica perdurará en España, si por el contrario Felipe VI no está a la altura de las circunstancias y malbarata el póker de ases que el destino ha puesto en sus manos, más pronto que tarde presenciaremos el advenimiento de la III República. El tiempo dirá.