Conozco a Miquel Iceta desde hace treinta y cinco años. Él apenas tenía veinte años y ya destacaba por su capacidad dialéctica, su inteligencia, pero también una ironía que llamaba la atención y que le daba un aire pragmático más que de idealista apasionado. Durante la década de los ochenta, en aquel entonces yo era militante activo del PSC, lo recuerdo defendiendo en un Congreso la ponencia oficialista, era uno de los alfiles de Obiols, frente a las enmiendas de algunos outsiders como yo que ya denunciábamos entonces la subordinación del PSC al nacionalismo pujolista. Harto de zancadillas y convencido de que en política molestamos los amateurs con vocación de Pepito Grillo, abandoné la militancia activa hace más de veinte años, pero he seguido su evolución y coincidido en algunas ocasiones con él. El paso de los años, como en todos, ha reforzado sus virtudes pero también sus defectos. El principal, el aire de estar de vuelta de todo. De ser un gran profesional de la política, pocos tienen más formación, información y capacidad dialéctica, pero sin transmitir pasión, convicción en sus creencias.
Me tranquiliza frente a otras opciones. Al menos no habrá experimentos a la desesperada. Ni nuevos bandazos. Lo que está por ver es si podrá empezar a revertir la situación. Fundamentos no le faltan. Pasión y empatía serán sus retos
Este va a ser su reto, si finalmente es elegido para dirigir el PSC como parece. No creo que nadie dude de su solidez intelectual, virtud imprescindible en estos momentos en que todo el mundo trata de adaptarse a la moda de las ideologías populistas. Pero creo que sería insuficiente sin algo más. Defender la ley, la racionalidad, y no caer en subastas populistas exige mucha energía, mucha pasión, mucha fuerza y una creencia muy firme en unos valores que hoy no son los dominantes pero que son los que han hecho avanzar a la humanidad. Yo espero, y deseo, que sus nuevas responsabilidades le transformen, como a otros, y le den la fuerza suficiente para superar ese punto cínico que a veces le pierde. Que deje aflorar sus emociones, única forma de movilizar a los cientos de miles de catalanes que ven con asombro que casi nadie defiende con pasión los valores que han hecho de Cataluña lo que todavía es y que el soberanismo acabará por destrozar: un país plural, emprendedor, abierto, más preocupado por crear riqueza que por construir un estado que chupe todas las energías sociales y nos empobrezca. Un país más ocupado en sus ciudadanos que en sus banderas, en construir que en destruir, en sumar que en restar.
No sé si es tarde para que el PSC se recupere. Posiblemente. Pero la apuesta de Parlon hubiera significado, en mi opinión, la irrelevancia definitiva. Iceta tiene el reto de aguantar hasta el 9 de noviembre y, una vez el debate soberanista se centre en declaración unilateral de independencia sí o no, tratar de recuperar el protagonismo perdido.
No coincido con él en muchas cosas, por ejemplo me parece que la exclusión del castellano de la escuela es un perjuicio irreparable a los alumnos, además de un atentado a los derechos individuales, pero a pesar de ello, Iceta es, para los que creemos que la secesión es un pésimo negocio para los catalanes, una garantía. Me tranquiliza frente a otras opciones. Al menos no habrá experimentos a la desesperada. Ni nuevos bandazos. Lo que está por ver es si podrá empezar a revertir la situación. Fundamentos no le faltan. Pasión y empatía serán sus retos.
Cuando ya había escrito este artículo leo que Carles Martí pensaba enfrentarse a Parlon y que será candidato si Iceta no lo es o no hay otro candidato de consenso. Pocos políticos más íntegros: lo demostró al dimitir del Ayuntamiento y al pilotar las primarias de Barcelona. Con convicciones muy fuertes, la cintura política no es su principal virtud. En cualquier caso, otro candidato que garantiza que no habrá experimentos. No sé lo que más le conviene al PSC, pero para los catalanes ambos son valores seguros. Con ellos el PSC no acabará abducido por el soberanismo.