Un amigo de un amigo, ustedes ya me entienden, siempre se ha declarado ideológicamente republicano pero juancarlista a niveles prácticos. Ya saben, de esos juancarlistas que abundan, de esos que, aunque aborrecen la monarquía, aunque entienden que no es más que una institución de naturaleza arcaica, un tenderete sin pies ni cabeza, algo caduco que sólo tiene en cuenta el azar genético, también están convencidos de que el rey Juan Carlos I, por su actuación en el contexto, no sólo de la transición, sino también del período más largo de paz y democracia en España, que no es moco de pavo, bien se ha merecido la confianza de los españoles, incluso de algunos de los republicanos como el amigo de mi amigo. Heredero directo de un dictador. Cierto. No fue el único valedor de la democracia. También es verdad, dice el amigo de mi amigo. Pero no es moco de pavo, repite.
Democracia es república, afirman, sin duda queriendo decir que democracia es república siempre y cuando manden las izquierdas. La expresión "república bananera" ya no está de moda
Con la abdicación de Juan Carlos I, esos juancarlistas creen que la deuda con la nación está saldada. Y ahora, república.
Felipe VI, Felipe el Breve, tal y como etiquetaron a su padre. Qué poquito durará el pobre, afirmaba el amigo de mi amigo, y eso que durante décadas ha sido el yerno que todas las españolas querían tener. No lo soportará. PP y PSOE, sus decadentes valedores, ya se están hundiendo con todo el equipo, y el nuevo rey se irá al fondo del mar arrastrado por el inmovilismo de los partidos mayoritarios que al final no lo serán tanto. De nada le servirá al apuesto monarca cuando, en su primera visita a Cataluña, y la única oficial como rey de España que llegará a realizar, se dirija a los catalanes única y exclusivamente en catalán. Algún verso de Martí i Pol, un guiño al expresident Pujol, presente en la cámara, sólo le servirán para volverse a ganar el cariño de un puñado de octogenarias de la plana de Vic.
Juancarlistas pero no monárquicos. Juancarlistas pero republicanos. Chimpún.
Pero ha abdicado Juan Carlos I, y el envite del republicanismo twittero está empujando al amigo de mi amigo a replantearse la cuestión. Desde el primer momento y con gran éxito, afirma, se ha extendido el bulo de que un estado democrático de ninguna manera puede consentir tener a un rey como jefe de Estado, es decir, un país que admite la monarquía es una democracia incompleta, una especie de democracia a medias, una democracia a la que le falta un hervor. Olvidan, por cierto, a Suecia y a Corea del Norte. Coincide en el tiempo con la efervescencia de nuevos líderes supremos como Pablo Iglesias, tipo joven, sobradamente preparado, rotundamente democrático, implacablemente íntegro. Lo más de lo más. De lo mejor, lo superior. Votar es democracia, se dice por doquier. Se da, una vez más, el curioso caso de la acción-reacción, y en éstas, muchos juancarlistas como el amigo de mi amigo han empezado a dudar.
Nueva abdicación. Advenimiento de la República. ¿Y bien? Elecciones a la jefatura del Estado. El amigo de mi amigo ya se imagina el listado de candidatos a la jefatura del Estado. ¿Aznar, Bono, Rubalcaba, Esperanza, Zapatero quizás? A diferencia de muchos soñadores, quizás algo inconscientes, el amigo de mi amigo sabe que el nuevo jefe de Estado habría de ser por fuerza el candidato del PP o el del PSOE, a escoger. Llegado el momento, cada vez más dubitativo, se lamentará por vivir en un país de cainitas, y se acordará del campechano, de sus discursos de Navidad, del "me llena de orgullo y satisfacción", y entonces se preguntará, ¡¿y si lo del felipismo…?!
Algunos aventureros mentales han colgado en sus balcones una bandera tricolor y a su lado una bandera independentista, como si fuesen lo mismo, como si se tratase de banderas de dos clubs de fútbol amigos
Democracia es república, afirman, sin duda queriendo decir que democracia es república siempre y cuando manden las izquierdas. La expresión "república bananera" ya no está de moda. Grandes sectores de la derecha, históricamente republicanos, también están dudando si abrazar el felipismo.
Otro caso pintoresco se ha dibujado alrededor del independentismo catalán. Muchos han aprovechado para soñar, que es gratis, que una España republicana significaría, inequívocamente, la independencia de Cataluña, la desmembración de España en uno, dos, tres, cien cachitos. Algunos aventureros mentales han colgado en sus balcones una bandera tricolor y a su lado una bandera independentista, como si fuesen lo mismo, como si se tratase de banderas de dos clubs de fútbol amigos. Y cuando se les enseña la fotografía en la que aparece Lluís Companys, entre rejas, no entienden que la estampa es de 1934, de cuando un gobierno republicano le puso a la sombra tras un golpe de estado, eufemísticamente llamado fets del 1934, que es tanto como no decir nada. El amigo de mi amigo se sonroja al explicar que republicano se puede ser, pero que eso no significa nada más que eso.
Todo se ha liado. Los republicanos de derechas se han vuelto monárquicos o, en su defecto, felipistas. Los de izquierdas son ahora necesariamente republicanos. Los que habían sido juancarlistas, como el amigo de mi amigo, se están planteando también abrazar el felipismo. En Cataluña, como siempre, la discusión pasa por el tamiz del procés sobiranista. Éste parece ser, ay Cataluña, tu verdadero fet diferencial. Todo debe leerse en función de si es beneficioso o perjudicial al procés. Monarquía y España, dan a entender, son la misma cosa. República e independencia, también. Estos malabarismos propagandísticos, además de un insulto a la inteligencia, son, como pronto, un desprecio a la Historia, al esfuerzo, a los sacrificios e incluso a las vidas de los republicanos españoles que lucharon por cosas muy distintas a la independencia de Cataluña y para que un partido burgués como CiU se equipe el chiringuito a todo confort.
Contrariado, el amigo de mi amigo está empezando a desear que el ciudadano Felipe coja el toro por los cuernos, tutele y lidere una nueva transición hacia la reestructuración y modernización del país y justifique, de esta manera, que cada vez más haya más republicanos felipistas.