Empiezo por afirmar que soy republicano por la tradición y formación recibidas en el seno de una familia en la que algunos miembros fueron asesinados cuando "la canalla fascista" -como dice la copla-, se levantaron en armas y asesinaron también a la República. Mi familia, además de aquellos que faltan desde entonces y recordaremos siempre, como ocurrió a tantos españoles, padeció años de cárcel y otros muchos desmanes durante la larga noche de la dictadura franquista que empezamos a superar a partir de la actual Constitución.
Entiendo que las cosas que nos han servido se deben reformar y no tirarlas a la basura como proponen aquellos que se manifiestan en uso de sus libertades
Por otra parte, desde el frustrado anhelo de ese republicanismo soñado durante tantos años de tiranía, he vivido y usado de esa Constitución nacida de un amplio consenso y que había sido redactada con la muy destacada participación del PSOE, el partido de mis mayores y el mío de toda la vida. Por vez primera en nuestra cainita historia, esa ley de leyes fue de todos, sin que unos españoles la arrojasen contra otros españoles y se puede afirmar con toda propiedad que sobre esa base y alrededor de ese eje, este país nuestro ha podido transitar en paz durante muchos años y ha accedido a las mayores cotas de desarrollo social, económico y de libertades que jamás conocimos antes.
Todo ello no me puede cegar como para no reconocer que, desde primera hora y mucho más cuando han pasado por ella varias décadas, la Constitución contiene aspectos que es preciso actualizar y otros que por novedosos habría que incorporar, así que teniendo una Carta Magna que nos ha sido más que útil, aunque sea por reconocimiento y por apego, entiendo que las cosas que nos han servido se deben reformar y no tirarlas a la basura como proponen aquellos que se manifiestan en uso de sus libertades mientras que muchos más también ejercen sus derechos con normalidad y sin recurrir a la calle.
Sin duda, a unos y otros, silentes o gritando, a voluntad, lo primero que nos toca hacer como condición y medida básica de toda democracia que se precie es respetar a las leyes empezando por una Constitución que en las urnas había recibido el mayor respaldo habido en cualquiera otra votación pero que, sin duda, después de tan larga vigencia, puede y debe cambiarse siempre que se haga con estricta observancia de los procedimientos en ella establecidos y en esto deberíamos coincidir todos los demócratas, cualquiera que sean nuestras convicciones políticas y los colores de la bandera de nuestras preferencias.
Llegado a este punto, añadiré que también creo manifiestamente mejorable el funcionamiento de nuestro sistema democrático porque está afectado por un tremendo desgaste y por el mal momento que atraviesan la mayoría de sus instituciones. También aquí es de aplicación lo que escribí antes sobre la reforma de aquello que siéndonos necesario y todavía útil, estamos obligados a reformar y procurarle continuidad en lugar de desecharlo y precipitarnos al vacío.
La mayoría real la constituyen siempre esos millones que rara vez gritan o se manifiestan
Pero volviendo a ocuparme de esas minorías más o menos estridentes a las que nadie debe discutir el derecho a defender pacíficamente sus reivindicaciones, yo afirmo rotundamente que la mayoría real la constituyen siempre esos millones que rara vez gritan o se manifiestan, afirmación que me salta a borbotones porque en Cataluña llevamos demasiado tiempo padeciendo una agobiante presión en la calle y el pisoteo de derechos fundamentales en medio de un permanente desprecio de las leyes, todo ello derivado de las conductas pro golpistas de unas minorías que son consentidas y amparadas desde el sectario gobierno autonómico y su falsa oposición, con el empleo además de ingentes recursos públicos que esas legiones de radicales están utilizando contra millones de ciudadanos que no somos nacionalistas ni mucho menos independentistas.
Así las cosas, sólo falta recordar la situación por la que estamos transitando: una tremenda crisis económica cuyo final sólo está en la calenturienta imaginación propagandística de la derecha que nos gobierna, el desempleo y la miseria que padecen millones de personas, decenas y decenas de miles de desahuciados, el desmantelamiento de la sanidad, de la enseñanza y otras muchas plagas como la amenaza de quiebra social en Cataluña y del hundimiento del Estado más antiguo de Europa, todo ello a mayor gloria de los dirigentes del régimen catalanista que se han echado al monte.
Duras palabas, sin duda, pero aún más dura es la realidad ante la que sería una irresponsabilidad suicida dejarnos arrastrar por quienes a tantas desgracias pretenden añadir la ruptura del pacto constitucional, que ya tenemos demasiado problemas como para crearnos otros todavía más graves así que mejor dedicarnos a los que de verdad son ahora urgentes y por supuesto mucho más importantes.