Desde hace unos meses estoy teniendo un diálogo con una colega independentista. Trabajamos en la misma escuela y pese a que cada una sabía de las posiciones de la otra, no habíamos hablado nunca de la independencia. Hace un tiempo, sin embargo, que por diversas razones salió el tema y ella me dijo que quería oír argumentos sólidos en contra de la independencia ya que -sorprendentemente- no había oído ninguno hasta entonces.
En una democracia, Castilla y León, que vota mayoritariamente al PP, tendría el mismo derecho que Cataluña a pedir la independencia de España cuando gobierne el PSOE porque no les gusta este partido
Yo me ofrecí a proporcionárselos. Desde entonces mantenemos un diálogo oral y sobre todo, por mail, lo cual es un ejercicio muy importante para mí para refinar mis argumentos y, además, un reto importante ya que ella es una persona muy inteligente que no rehuye el debate.
Después de un tiempo de intercambio de ideas generales, le pregunté cuáles eran los argumentos centrales a favor de la independencia. Me dijo que los principales eran dos: el primero era que la independencia implicaba la posibilidad de crear un país nuevo, donde todo iría mejor ya que se gestionaría todo aquí. Se priorizaría la educación y la sanidad, la economía estaría al servicio de las personas, se harían políticas ambientales sostenibles y se reforzarían los servicios sociales. El segundo argumento era que no se podía vivir en una España gobernada por el PP, el cual era reaccionario e implicaba una involución y un ataque permanente a los derechos de los ciudadanos. Reflexioné sobre el segundo argumento y decidí dejar todo el wishful thinking del primero para más adelante.
Respecto al segundo argumento, le dije que el sentimiento de no querer estar en España porque gobierna el PP es muy legítimo. El tema es si es un argumento político que justifica una demanda de independencia desde un punto de vista objetivo. No es un argumento por una sencilla razón: en una democracia, a los partidos que no le gustan a una persona o a un colectivo se les gana en las urnas. Si no se les puede ganar en las urnas, se debe insistir, pero son partidos que han sido votados por los ciudadanos.
Su argumento llevaría a un caos en las democracias. A ella (como a mí y a muchos otros) no nos gusta el PP y nos preocupa su deriva, especialmente en ciertas leyes como la Ley de seguridad ciudadana o la Ley del aborto. Pero a muchos conservadores no les gusta el PSOE. Cuando gobernaba Zapatero, entrevisté al presidente del colectivo E-cristians, quien me dijo que Zapatero era "un radical". Me quedé muy sorprendida porque nunca había pensado que Zapatero fuera un radical. Luego comprendí que así es como lo veían muchos conservadores.
En una democracia, Castilla y León, que vota mayoritariamente al PP, tendría el mismo derecho que Cataluña a pedir la independencia de España cuando gobierne el PSOE porque no les gusta este partido.
El Estado de Nueva York también se podría haber sentido legitimado a pedir la independencia cuando gobernaba George Bush. La región de Yorskshire detesta mayoritariamente a los conservadores británicos, actualmente en el gobierno. Podría pedir la independencia.
De vuelta a Cataluña, ERC es un partido que yo, personalmente, tengo en muy baja estima. Si ganan las próximas elecciones, a mí también me gustaría independizarme de ellos.
No acabaríamos nunca.
Si lo que mueve a los independentistas es un sentimiento, tendremos que enfrentar este sentimiento y preguntarnos por su naturaleza. Hasta entonces, tenemos un largo camino que recorrer
Por eso, lo que ella dice del PP es un sentimiento pero no un argumento. Sin duda, los sentimientos son centrales en la vida de la mayoría de personas pero pertenecen a la vida personal. La política es otra cosa. La política es deliberación racional con fines colectivos en el ámbito público, y se basa en datos y argumentos objetivos, no en sentimientos.
Su respuesta fue sorprendente: me contestó que evidentemente no es una razón racional, cuando ella la había esgrimido como el segundo argumento central pro-independencia. Me dijo que es un sentimiento de impotencia que tiene cuando ve que el PP no sólo gobierna con mayoría absoluta sino que sigue siendo mayoritario en intención de voto. Que todo esto le hace desear sentimentalmente separarse de un país que vota mayoritariamente por un partido que representa exactamente todo aquello en lo que ella no cree.
Dijo que no era un argumento para esgrimir en un debate serio, pero que pone sobre la mesa porque le hace reflexionar sobre el peligro que representa esta derecha, con una gestión reaccionaria y una incontinencia legislativa en contra de los derechos ciudadanos.
Bueno, uno puede criticar el gobierno del PP hasta pasado mañana pero esto no puede, de ninguna manera, ser esgrimido como un argumento pro-independencia. Fue una gran satisfacción para mí poder encontrar los argumentos para mostrarle esto.
Su aceptación que sí, que era un sentimiento y no un argumento, me hace pensar que quizás, si buscamos y conseguimos dialogar con los independentistas -con los que son receptivos y están abiertos al diálogo- podremos mostrarles que más allá del sentimiento, no hay ningún argumento. Sería muy importante poder llegar a este punto porque esto nos permitiría identificar el sentimiento como el gran motor de la adhesión al proyecto independentista, si efectivamente esto es así, como parece ser.
Debemos hablar, hablar y hablar. El diálogo es posible con algunos independentistas convencidos pero lo suficientemente inteligentes como para aceptar que en democracia se ha de debatir. Con los fanáticos no se puede hacer nada, evidentemente, pero estos, a pesar de que hacen mucho ruido, no son mayoría. La creación de Sociedad Civil Catalana, con toda la proyección que esperamos que vaya cogiendo, es una gran oportunidad para mostrar, a un nivel colectivo, la debilidad de los argumentos independentistas.
Otra cuestión es el sentimiento. Si, a un nivel más general, se acepta que, en el fondo, lo que mueve a los independentistas es un sentimiento, tendremos que enfrentar este sentimiento y preguntarnos por su naturaleza. Hasta entonces, tenemos un largo camino que recorrer: conseguir hacernos escuchar, ser capaces de argumentar bien y dirigirnos al otro con respeto. En eso estamos. Las conversaciones con mi colega quieren ser un grano de arena en esta dirección.