Pensamiento

Túnez, la transición ejemplar

10 mayo, 2014 07:59

Las buenas noticias son raras, sobre todo en geopolítica. Razón de más para no ignorarlas. Apenas hace unos meses, Túnez estaba en manos de una troika compuesta por integristas y de aliados que les servían de coartada. Juntos condujeron al país al borde del caos, desde cualquier punto de vista: turístico, económico, democrático, de seguridad. Bajo su gobierno, los extremistas dictaban la ley y aquellos que se resistían eran detenidos. Mientras tanto, la economía se venía abajo... desacreditado y fuera de plazo, en términos de mandato, ese gobierno tuvo que dar paso a un nuevo gabinete de transición, apolítico y salido de la sociedad civil, del que quizá algún día se diga que consiguió salvar a Túnez.

Su suerte es triple: Túnez no tiene, como en Egipto, un Ejército deseoso de reducir a los islamistas mediante la fuerza y la violación del Estado de Derecho. En Túnez, no se puede contar más que con la resistencia de la sociedad civil. En cuanto a su economía, no vive de la renta petrolera o gasista, susceptible de corromper como en Argelia, sino del turismo, es decir, de la apertura a otros. Tan sólo faltaba un personal político más competente que ideologizado. Y ésa es la fuerza del gobierno provisional.

Ministros al servicio de la transición

Tienen un poco el perfil de aquellos que gestionaron la transición, entre la huida de Ben Ali y la elección de la Asamblea Constituyente: personalidades de la sociedad civil, a veces tunecinos de la diáspora. No son profesionales de la política, de hecho se han comprometido a no presentarse en las próximas elecciones. Su tarea consiste en enderezar el país, calmar las tensiones y tranquilizar a los inversores. La ministra de Turismo, Amel Karboul, es un buen ejemplo. Ultradiplomatada, con dominio del francés y del inglés, trabajó en la industria del automóvil y dirigió una consultora antes de poner sus actividades entre paréntesis para participar en este gobierno. ¿Su misión? Convencer a los tunecinos del extranjero para que vuelvan a pasar sus vacaciones en su país de origen, algo que venían haciendo cada vez menos en los últimos años. Pero también a los europeos, y no solo los libios. El ministro francés de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius, ha dado ejemplo al declarar que pasaría parte de sus vacaciones en Túnez...

Hasta las próximas elecciones, todavía habrá que lidiar con algunas polémicas absurdas, como la que agitan 85 diputados de la Constituyente, con motivo de la peregrinación de Griba. Se trata de un viejo ritual que se realiza en la sinagoga de la isla de Yerba, que da una idea de la diversidad cultural del país. Estos diputados se quejan de que los visitantes puedan venir con su verdadero pasaporte -que a veces es israelí-, y no pidiendo un documento alternativo, que las autoridades tunecinas emiten para fingir ignorar su nacionalidad. Este año se terminó la hipocresía, pese al rechinar de dientes de ciertos diputados. Sorprendentemente, incluso Rachid Ghannouchi, el líder de Nahda, ha considerado que la polémica no tiene razón de ser... aunque ello lo expone a las críticas de otros integristas de su movimiento.

¿A qué juega Rachid Ghannouchi?

El gobierno de unión nacional lo trata bien, para reducir tensiones. Y él coopera. Un día, toma distancia con el islamismo egipcio, mientras saluda el modelo turco -autoritario y corrupto- de Erdogan. Otro, declara que las mezquitas no deben albergar prédicas políticas, algo que sin embargo es la especialidad de sus partidarios...

¿Qué pensar? La historia argelina, egipcia y turca muestra que no hay que hacerse ilusiones con los Hermanos Musulmanos, ni tomarse demasiado en serio sus palabras... Sin embargo, esas palabras se han pronunciado y dividen el campo islamista, entre extremistas y pragmáticos.

Han hecho falta meses de presiones para convencer a Nahda de que abandonara el poder. El miedo a sufrir una represión como en Egipto, y quizá más aún el miedo a tener que gestionar una situación de default como la que atenazaba a Túnez, han tenido bastante que ver. También la inteligencia estratégica. Tácticamente, Nahda tiene todo interés en estar en la oposición, y no en el gobierno, cuando se celebren las elecciones. Parecidamente, Ghannouchi juega la carta de la moderación, seguramente con la esperanza de acabar sus días en Túnez en vez de en el exilio, además de para dulcificar el triste balance de su partido. Partido que sigue soñando con regresar al poder, y esta vez para ocuparlo por largo tiempo...

¿Es posible que se regrese a una situación crítica?

Todo es posible, pero por el momento los esfuerzos de este gobierno apolítico están dando fruto. Ha sabido consolidar diversas libertades sin dejar de combatir a los extremistas. Acaba de firmar sin reservas el programa de lucha por la igualdad entre hombres y mujeres de la ONU (CEDAW), e incluso considera prohibir el velo integral. Estos símbolos tranquilizan a la vez a la sociedad civil y a los inversores. Eso es una variable fundamental de la ecuación: contrariamente a los islamistas, los actuales dirigentes no buscan apoyo financiero en Qatar, sino más bien en la Unión Europea o en el FMI, que acaba de liberar 255 millones de dólares para Túnez. En contrapartida, el gobierno deberá aprobar reformas económicas. Hay riesgo de que se apliquen de nuevo las viejas recetas liberales, pero sería deseable que no se sacaran de contexto.

En un país al borde de la suspensión de pagos y del totalitarismo, Nahda escogió la asistencia financiera qatarí para poder contratar funcionarios, frecuentemente escogidos por sus convicciones islamistas. La peor de las dependencias al servicio del clientelismo. Con el actual gobierno, el Estado intenta contener el gasto y atraer hacia Túnez a las empresas privadas más abiertas al mundo.

El desafío también afecta a la seguridad. Bastaría con un solo aprendiz de yihadista, recién llegado de Siria o de un campo de entrenamiento en Libia, para aguar la fiesta o echar a perder la temporada turística. Por el contrario, si el gobierno consigue reformar el país en la justicia, y consigue hacerlo en unos plazos razonables, antes de terminar su mandato, Túnez habrá ganado una apuesta increíble: pasar de una revolución popular, necesariamente caótica, a una democracia verdaderamente estable.

[Artículo traducido por Juan Antonio Cordero Fuertes, publicado en la versión francesa de The Huffington Post y reproducido en CRÓNICA GLOBAL con autorización]