El 6 de mayo, en la edición digital de un diario nacional, se publicaban varias noticias sobre Cataluña que tenían un preocupante denominador común:
Las ideas, en la discusión política, normalmente se revisten de una justificación ética. Suelen ampararse en la reparación de una injusticia o la defensa de un colectivo. Por eso pienso que las ideas generales de lo que es moral tienen su virtualidad
1º Las declaraciones del empresario Enric Marugán, testigo en el caso de las ITV, atribuyendo a una malinterpretación de su secretaria la frase que la Fiscalía considera alude al pago de 30.000 euros de comisión a Oriol Pujol.
2º La investigación del TSJC contra el ex tesorero de CDC, Daniel Osàcar, por recibir a través de Fèlix Millet comisiones de la constructora Ferrovial, a cambio de la adjudicación de obras públicas por los gobiernos de Jordi Pujol.
3º El anuncio de la Guardia Civil sobre la detención en Barcelona de otro implicado en las presuntas irregularidades en las obras del AVE, (trama Corsan-Adif) elevando a 10 la cifra de detenidos que presuntamente alteraron mediciones técnicas, falsearon certificaciones de obra y camuflaron el desvío de fondos en la certificación final.
El alarmante vínculo entre todos estos sucesos no es la corrupción, como en un principio puede parecer. Hablar de ella es centrarse en los efectos y no en las causas de la situación que estamos viviendo. El problema es que los casos citados son ejemplos de la crisis ética y de valores que padece nuestra sociedad.
La inmoralidad, trapacería y mendacidad de una preocupante parte de la casta catalana que nos ha desgobernado (situación ampliable al resto de la partitocracia española al uso) me reafirma en mi convicción de que las personas tienden a eludir las normas si no las han integrado o convertido en parte de sí mismos, de su conciencia, de su vida.
La ausencia de unos valores éticos ya fue diagnosticada por Antoni Gutiérrez-Rubí, al afirmar: "cada vez es más evidente que una de las causas más profundas de la crisis de la política (…) es la desconexión entre praxis política y moral política". Lo que denuncia el maestro Antoni es un éxodo moral, la necesidad de recuperar a una clase política con densidad moral y ética. Dicho con sus propias palabras: "ha llegado el momento de sembrar ideas y valores, si queremos los frutos de una ciudadanía comprometida en su propia vida y en la de los demás como la de una visión única e interdependiente".
¿Es esta una discusión meramente retórica? ¿Estoy proponiendo un nuevo ejercicio teórico mientras la crisis económica causa estragos entre nuestros conciudadanos? No lo creo. Las ideas, en la discusión política, normalmente se revisten de una justificación ética. Suelen ampararse en la reparación de una injusticia o la defensa de un colectivo. Por eso pienso que las ideas generales de lo que es moral tienen su virtualidad. Los cambios en estas preconcepciones morales repercuten en las controversias prácticas.
Keynes sostuvo: "Las ideas de economistas y filósofos, tanto cuando son acertadas como cuando son equivocadas, son más potentes de lo que se suele creer. En realidad, el mundo no se gobierna por otra cosa. Los hombres prácticos, que se creen del todo exentos de influencias intelectuales, son normalmente los esclavos del algún economista difunto".
En los Estados democráticos se está produciendo una renuncia a muchos de los valores que definen a un sistema como democrático, así como un vaciamiento paulatino del contenido de las instituciones democráticas
El mundo de la ética no es una excepción. No podemos asumir apáticamente el desahogo de tanto oligarca bananero, por muchas invocaciones a Wifredo el velloso que hagan. Como afirma Victoria Camps, "la moral actúa en el ámbito de lo evitable, lo que puede ser de otra manera". Ciertamente, la esfera pública puede ser de otra manera. Pero es necesario cambiar. Se requiere carácter, la vitamina que nutre nuestra conducta moral, parafraseando a Etzioni.
En palabras de Camps, el carácter es un conjunto de cualidades que cada cual va interiorizando e incorporando a su ser. La naturaleza no nos hace ni buenos ni malos; seremos lo uno o lo otro según sean las costumbres que vayamos adquiriendo. No basta conocer el bien, éste debe preocuparnos, interesarnos, emocionarnos, para que la voluntad lo quiera sin titubeos.
Es por ello que la camarilla política que ha esquilmado el país no es digna de confianza. Porque digno de confianza, de nuevo en boca de Camps, "es aquel capaz de exhibir todos los valores que le exige el lugar que ocupa o el papel que desempeña". Cuando la confianza se quiebra, reina la sospecha generalizada, el descrédito, todo un cáncer para la democracia. El que ahora vivimos. El que las noticias citadas evidencian. Tal y como observa Habermas, en los Estados democráticos se está produciendo una renuncia a muchos de los valores que definen a un sistema como democrático, así como un vaciamiento paulatino del contenido de las instituciones democráticas.
Se impone recuperar la coherencia, la integridad y el vocabulario moral perdido. Se impone una política que se tome las cuestiones morales seriamente, que las aplique a las dificultades económicas y cívicas en general, no solo a temas puntuales por razones cosméticas.
Hemos de convencernos de que no basta conocer el bien, hay que quererlo y trabajar por alcanzarlo; que no basta conocer el mal, hay que evitarlo y despreciarlo. Como dijo Aristóteles, "no basta conocer la virtud, sino que se ha de procurar tenerla y practicarla". Y es que para el estagirita, el fin supremo de la política es cultivar la virtud de los ciudadanos y por ende, añado, de sus políticos.
Sólo así evitaremos otro 6 de mayo.