Un amigo mío, que es una buena persona y un socialista convencido y coherente, me aconsejó hace unas semanas El evangelio fascista, reciente libro del profesor Ferran Gallego. Éste es un especialista en la historia de los partidos que se sitúan en la extrema derecha. Sus libros son para echarse para atrás, tan voluminosos son. Así, el tomo que les cito roza las mil páginas. Y además, debo decir que las historias minuciosas con actores descerebrados me repelen: demasiado cúmulo de insensateces, y me hastía su constante desprecio al empleo de la razón. Pero Gallego, alejado del endiablado sectarismo que todo lo confunde, es garantía de ecuanimidad. Él sabe que el fascismo no carece de sustancia doctrinal y bucea en sus escritos hasta límites inconcebibles, con una afición que yo no puedo soportar.
El nacionalismo, como el capital, no tiene patria; sea cual sea ésta, se rige con un mismo mecanismo mental y estratégico
No obstante, no está de más tener noticias de su urdimbre. Por ello he pensado en ofrecerles tres citas que puedan dar alguna idea acerca de la retórica política de la primera etapa del franquismo y que aún hoy puede llegar a sorprendernos. Comenzaré, si ustedes me lo permiten.
Girón arremetía contra los "cultivadores de la impaciencia que buscan el fracaso azuzando a la precipitación y a la estridencia", eran los adversarios de la eficacia política de Falange. José Antonio Girón, el león de Fuengirola, hacía estas 'consideraciones sobre la revolución' en 1943, siendo ministro de Trabajo; cargo al que accedió con 29 años de edad y en el que se mantuvo durante casi dieciséis años seguidos. Tras haber sido pistolero de la brutal Falange vallisoletana, sería autor del seguro de enfermedad y del seguro obligatorio de vejez e invalidez, con los cuales se inició la Seguridad Social en nuestro país. Pero leamos bien aquellas líneas. Se trata de un ajuste interno, no va contra los adversarios de Falange sino contra los que desde dentro cuestionan la ‘eficacia política’ de la autoridad, aquellos impacientes podían resultar contagiosos y había que ponerlos en su sitio, verbalmente. Al azuzar las prisas y hacer ruido ‘buscaban’ el fracaso con su heterodoxia o indisciplina. Nada nuevo bajo el sol: quien manda, manda.
La siguiente cita invoca al caudillo y está extraída de un discurso efectuado en 1944, durante los Juegos Florales de ‘Lo Rat Penat’ de Valencia: “Él hunde en un mar de heroísmo al miedo colectivo engendrado durante siglos de claudicaciones”. ¿Quién fue el autor de semejante frase enrevesada y hueca? ‘Él’ era Franco, que “cuenta por días las batallas ganadas”. Eso de ‘siglos de claudicaciones’ me resulta nacionalista, ciertamente familiar. El nacionalismo, como el capital, no tiene patria; sea cual sea ésta, se rige con un mismo mecanismo mental y estratégico. El autor buscado no era otro que un leridano, a la sazón ministro de Justicia. Se trata de Eduardo Aunós, que había sido próximo a Francesc Cambó y ministro del general Primo de Rivera (tuvo la cartera de Trabajo, Comercio e Industria).
Este tríptico lo acabaremos con el inefable escritor Ernesto Giménez Caballero, quien en su día se ofreció al dictador Franco llamándolo por carta ‘Rey natural de España’. Gecé fue catedrático de Literatura en un Instituto. Impulsó vanguardias intelectuales, fundó la revista La Gaceta Literaria (abierta a gentes de toda ideología) y el primer cine-club de España, donde se estrenó L’âge d’or (La edad de oro), película de Luis Buñuel. En 1927 organizó en Madrid una Exposición del Libro Catalán (unos 6.000 volúmenes). Este precursor del fascismo español escribió en 1938 España y Franco, libro al que pertenece el siguiente párrafo, verán que no tiene desperdicio:
"La sonrisa de FRANCO (sic) tiene algo de manto de Virgen tendido sobre los pecadores. Tiene ternura paternal y maternal a la vez. En su sonrisa vemos que el hombre de más poder en España, y el que puede fulminar los destinos de los demás hombres, sabe perdonar, sabe comprender, sabe abrazar. Es cierto que FRANCO tiene momentos de gravedad infinita, de dolor, de seriedad amarga. Pero siempre es culpa nuestra. Y se debía pagar con fuerte castigo el poner serio a FRANCO".
Huelgan comentarios. Creo que voy a volver a caerme de espaldas y no sé adónde agarrarme, ni si reír o llorar.