En el último fin de semana de abril se celebró en el Parque de la Ciudadela de Barcelona la decimonovena edición de la llamada Feria por la Tierra. Casi todos los medios de comunicación catalanes la programaron en sus respectivas agendas y un titular de El Periódico le dio toda la trascendencia que reclaman sus organizadores: "Decidir el futuro de la tierra". Por su parte, el ayuntamiento —en una página web de su Guía Barcelona en la que uno no sabe muy bien a qué atenerse, pues se refiere a la decimoséptima edición, la de hace dos años, y la anuncia para los días 25 y 26 de 2015— promocionó el evento con un texto de notable elaboración estilística dividido en tres párrafos independientes —como casi todos los que hoy se redactan en las administraciones, las escuelas y otras entidades de servicio público— y configurados en los siguientes términos:
La Feria de la Tierra es un encuentro de entidades de todo tipo que quiere llamar la atención sobre las agresiones de la sociedad moderna a los sistemas naturales y sociales, a la vez que propone formas respetuosas, cooperativas y solidarias de tratar el medio ambiente.
La Feria por la Tierra-Mercado de la Tierra es un encuentro de entidades de toda clase para llamar la atención de las agresiones que la sociedad moderna hace a los sistemas naturales y sociales y para proponer formas de comportamiento respetuosos, cooperativos y solidarios [sic].
La Feria por la Tierra-Mercado de la Tierra potencia la producción local de bienes y servicios realizados con respeto a las personas y a los sistemas naturales, que son la base para que los humanos puedan disponer de un nivel de vida digno.
Nunca he acabado de entender la razón por la que cuanto mayor es la preocupación por el destino del alma mayor es también la obsesión por la salud del cuerpo. La lógica parece más bien sugerir lo contrario
Fíjese el lector en la sorprendente identidad de los dos primeros párrafos. Fíjese también en lo que se declara como el objetivo fundamental de la Feria: llamar la atención sobre las agresiones de la sociedad moderna a los sistemas naturales y sociales. La sociedad, además de agredir a los sistemas naturales —algo, por cierto, que el hombre viene haciendo desde la caza del mamut, y de no haberlo hecho pueden estar seguros de que ahora ustedes y yo no estaríamos aquí—, agrede también a sus propios sistemas, y ahí están los participantes en la Feria para advertir del cataclismo que se avecina y poner a la venta los artículos necesarios para lograr la salvación material del planeta, con todas sus especies animales y vegetales, y la salvación espiritual de las personas, con todos sus géneros sexuales y nacionales. De modo que —como recuerda el ayuntamiento en su tercer intento de llevar a cabo la redacción del texto— solo el consumo de los productos y servicios salvíficos que la Feria por la Tierra pone a disposición de los humanos podrá reparar la ofensa causada a los Sistemas Naturales.
En fin, el caso es que, atraído por el reclamo municipal y animado por la brillante mañana del último sábado de abril, por primera vez en mi vida, y sin que sirva de precedente, decidí acercarme al Parque de la Ciudadela para observar de cerca el acontecimiento. En algunos de los puestos de la Feria —de la parte de la Feria emplazada en el parque— había gente vestida con camisas o túnicas orientales y con esas caras de sonrisa cósmica que parecen exhalar el aura por la comisura de los labios; otros, más arraigados a la tradición local, lucían anchas y largas camisetas de verano, a veces con generosas barrigas circundadas por cinturones con riñoneras destinadas a recoger los beneficios del comercio, aunque la mayoría más bien presentaba un aspecto magro y blancuzco, debido con toda probabilidad a la falta de proteínas animales. Unos y otros ofrecían en tenaz competencia los más variados métodos de sanación: reiki, limpieza energética, bioenergética, danzaterapia, chamanismo transcultural, holosíntesis, pases mágicos, etc.
Nunca he acabado de entender la razón por la que cuanto mayor es la preocupación por el destino del alma mayor es también la obsesión por la salud del cuerpo. La lógica parece más bien sugerir lo contrario: si solo estamos aquí de paso para alcanzar a nuestra muerte la auténtica vida, ¿a qué vienen tantos miramientos con un cuerpo que no ha de servir más que como vehículo para pasar al otro lado? Siendo este el caso, ¿no sería más razonable aprovecharse de la situación para disfrutar cumplidamente de los placeres mundanos hasta que el cuerpo diga basta? Claro que, en caso contrario, la situación vendría a ser la misma: si no hay otra existencia que la que ya conocemos, ¿para qué vamos a privarnos de nada? En fin, lo cierto es que yo no he visto nunca un maestro espiritual entregado al desenfreno, como tampoco he visto nunca que los veganos —la tendencia más inmaculada del vegetarianismo, también representada en la Feria por la Tierra— se pasen el día fumando como chimeneas y bebiendo como esponjas, lo cual me parecería de una naturalidad irreprochable siendo como son el tabaco y el alcohol productos del más puro origen vegetal.
Casi todo lo que se ofrecía en la Feria estaba relacionado, efectivamente, con la salud del cuerpo. Por supuesto, allí no había ningún cardiólogo, hepatólogo, dermatólogo, neurólogo o psiquiatra. Todos los profesionales que exhibían sus artes en la Ciudadela eran naturópatas —en rigor filológico, enfermos de la naturaleza—, astrólogos vivenciales, cirujanos energéticos, chamanes, etc. Había, además, un puesto dedicado exclusivamente a informar de los beneficios de la castración canina, otro destinado a insultar a los políticos en general y al presidente del gobierno en particular, y otro de la Assemblea Nacional Catalana, tan beatífica como las demás, que también quiso aportar su grano de arena a la salvación de la tierra recogiendo firmas para la independencia de Cataluña.
Saliendo del parque, en el paseo de Lluís Companys, el transeúnte se encontraba con la otra especialidad de la Feria, la de los puestos que ofrecen productos de cultivo biológico y que, para desesperación de los veganos, incluyen embutidos, quesos y otros alimentos robados a los animales. Fue en este espacio donde a una niña de nueve años le vendieron una suculenta magdalena de marihuana, un producto de elaboración completamente natural, que le hizo perder el sentido. Se ha asegurado que de ese incidente no son responsables los organizadores de la Feria sino los vendedores ambulantes. De ese incidente no, sin duda.