Hay un adjetivo que los defensores de la secesión siempre utilizan al hablar del Procés y que a mí me inquieta bastante: "festivo". ¿Cómo pueden decir así, tan tranquilos, que la secesión es algo festivo? Stéphane Dion, en su espléndida conferencia en Barcelona el pasado mes de marzo, exponía que la secesión y la democracia son conceptos difícilmente compatibles porque la secesión obliga a determinar quiénes son los conciudadanos que quieres conservar y quiénes son los que quieres convertir en extranjeros, mientras que el ideal democrático nos invita a aceptar a todos nuestros conciudadanos y a ser solidarios con ellos. En el caso de Cataluña esto se agrava porque la mayoría de los habitantes tenemos progenitores nacidos en otros lugares de España así que la fractura es todavía más traumática. Por otra parte, Dion ha repetido en numerosas ocasiones que los referendos realizados en Quebec fueron nefastos porque dividieron a comunidades, lugares de trabajo, amigos y familias. ¿Les suena?
Más allá de innumerables argumentos racionales, me horroriza la estética del secesionismo catalán: un joven que en lugar de cabeza tiene una estelada –gran metáfora visual, sin duda- o a esas pequeñas trampas que han hecho, como una pareja que aparece en el Tramo 521 y está también en el Tramo 522
Las palabras del padre de la Ley de Claridad resultan más realistas que esta especie de happening permanente que sufrimos en Cataluña organizado por las incansables Carme Forcadell y Muriel Casals, nuevas responsables de las sección de "Coros y danza 2.0": conciertos con Dyango y Núria Feliu como artistas estrella; esteladas con velas; lanzamientos de DNI español; cadenas humanas normales, nudistas y submarinas (no invento); pasacalles con cabezudos en defensa del actual sistema educativo monolingüe y, ahora, deciden que van a hacer castillos por diferentes ciudades europeas porque, según Muriel Casals, "los castillos se levantan porque lo que queremos es llegar a tocar el cielo: el Cielo en la tierra que estamos construyendo" (de nuevo, aunque parezca mentira, no invento).
Y luego, el partido que le sacan a todo. Porque lo de la Cadena Humana lo tuvimos en la televisión y los medios subvencionados todos los días desde el verano hasta casi finales de septiembre y, ahora, otra vez lo mismo con motivo de la publicación de la Gigafoto. Imagino que hablan de proceso "festivo" por esta especie de gincana interminable que pretende transformar Cataluña en un esplai gigantesco y que resulta cuanto menos curioso para los que no compartimos su estética. He ahí una de las claves de mi rechazo al secesionismo catalán: más allá de innumerables argumentos racionales, me horroriza su estética.
Sabina, el personaje más interesante de La insoportable levedad del ser, sostiene que prefiere el horror de vivir en un duro régimen comunista que el kitsch del ideal soviético. Recordaba ese pasaje de la novela al ver las fotos de la cadena humana. Y no me refiero al chapucero montaje en el que aparecen personas sin alguno de sus miembros o perros con dos cabezas o un joven que en lugar de cabeza tiene una estelada –gran metáfora visual, sin duda- o a esas pequeñas trampas que han hecho y en las que podemos ver, por ejemplo cómo una pareja que aparece en el Tramo 521 está también en el Tramo 522. No, me refiero a las fotos en sí, en las que aparecen personas de todas las edades con banderas a modo de capa de Superman, de pareo o de babero o también personas con look dominguero y sillas plegables a sus espaldas. Por supuesto, es tan solo una cuestión de gustos y si los implicados se sienten bien con la imagen que ofrecen eso es, por supuesto, absolutamente respetable. Tan respetable como que a mí me parezcan bastante anti-estéticas. Me consta que a los asistentes les resultó un acto realmente entrañable y lleno de emoción, sobre todo por ese hermanamiento que simboliza el cogerse de las manos. De nuevo, me viene a la mente la novela de Kundera: "La hermandad de todos los hombres del mundo solo podrá edificarse sobre el kitsch".
Lo tienen mal, porque esta es nuestra tierra y nos vamos a quedar y vamos a luchar por ella como hicieron nuestros padres cuando vinieron a trabajar en sus fábricas o a montar sus empresas
Como no podría ser de otra manera, que a mí me gusten o no sus actividades o que su estética me pueda parecer más o menos kitsch no tiene ninguna importancia, cada uno puede hacer lo que le plazca en su tiempo libre y dejarse inmortalizar de la guisa que desee. Lo que realmente me parece criticable es que estas performances sirvan para aplicar el adjetivo "festivo" a un proceso que supone una división desgarradora de la sociedad porque implica tener que elegir entre si quieres seguir siendo catalán y español o solo una de las dos opciones además de, tal y como señalaba Dion, convertir a los otros en extranjeros.
Los secesionistas niegan que esta fractura se esté produciendo pero son precisamente ellos los que se empeñan en marcar las diferencias entres las personas nacidas aquí y las que no, y el ejemplo más claro de ello es Súmate, esa asociación plagada de cargos de ERC y Òmnium Cultural que se autodenominan independentistas de lengua y cultura castellana. Más allá de que "cultura castellana" es la de Castilla y en Cataluña tenemos, sobre todo, gente que proviene de Andalucía, Extremadura, Murcia y Galicia –ahí, por ejemplo, se nota mucho que es un producto prefrabricado y no espontáneo porque ningún andaluz o gallego diría que su cultura es la castellana- ¿hay mayor manera de señalar los orígenes que crear una asociación aparte?
Mientras que en Francia, de la forma más natural, su Primer Ministro, Manuel Valls, ha nacido en Barcelona y Anne Hidalgo, la flamante nueva alcaldesa de París, en Cádiz, aquí tenemos que aguantar que el ex presidente de la Generalidad Jordi Pujol afirme que "el gran éxito de Cataluña es que ahora mismo haya inmigrantes que se apellidan Fernández o que son chonis y hacen proclamas soberanistas". Se me ocurren pocos comentarios tan clasistas y etnofóbicos y si este señor es capaz de decir esto en público, no quiero ni imaginar qué piensa en privado. Parece ser que no todos somos catalanes pata negra, los hay nacidos aquí y los hay inmigrantes por haber nacido a unos cuantos kilómetros dentro del mismo país. Y esto que Pujol ha expresado de manera tan burda, muchos nacionalistas catalanes lo piensan y lo dejan caer, a veces como una lluvia fina y, a veces, como una tromba de agua. Pero lo tienen mal, porque esta es nuestra tierra y nos vamos a quedar y vamos a luchar por ella como hicieron nuestros padres cuando vinieron a trabajar en sus fábricas o a montar sus empresas y, sobre todo, no vamos a permitir que levanten fronteras, ni reales ni simbólicas. Que se vayan haciendo a la idea.