Cuando trabajé con Joan Barril me acostumbré al uso del término 'oxímoron'. Lo utilizaba a menudo para referirse a términos contradictorios. Arcadi Oliveres suele fruncir el ceño cuando habla de Banca ètica. Y yo hablo de oxímoron o frunzo el ceño cuando escucho a los vendedores de la idea de una independencia happyflower, en la que todos juntos, partidarios y adversarios de la separación de España, bailaremos una sardana enlazando nuestras manos mientras suena una tenora y lloramos de la ilusión.
El diputado liberal canadiense Stéphane Dion lo recordaba en su visita reciente a nuestro país. Estamos ante un debate que dejará ganadores y perdedores
No. Independencia y buen rollo no casan bien. El sociólogo Manuel Castells fue el primero en anticipar en La Vanguardia, en un artículo angustioso, unas calles de Barcelona bombardeadas y en llamas, coincidiendo con el 9 de noviembre. Aunque lo vistiera en forma de sueño, me pareció excesivo y me lo sigue pareciendo. Pero las salidas de tono de partidarios de una y otra opción descartan que el proceso soberanista acabe con todo el mundo feliz comiendo anises unos y perdices, los otros.
Hay un referente que fue así, de todos modos. El uno de enero de 1993, Checoslovaquia se partió en dos países –Chequia y Eslovaquia- y se han llevado la mar de bien en los 21 años que han transcurrido desde entonces.
Me barrunto, sin embargo, que la separación de Cataluña de España no sería tan idílica. Solo hay que pasearse por Internet para detectar la bilis e improperios que se dedican miembros activos de ambos bandos. El diputado liberal canadiense Stéphane Dion lo recordaba en su visita reciente a nuestro país. Estamos ante un debate que dejará ganadores y perdedores.
Todos conocemos ámbitos en los que este debate se orilla para ahorrarse discusiones y broncas. Tenemos conocimiento de descerebrados dispuestos a partirse la cara con quien convenga para defender la patria ultrajada, sea una u otra. El pretendido carácter pacífico del movimiento independentista catalán se basa tanto en la moderación de la mayoría de sus partidarios como en la paciencia y autocontrol de muchos de los que no comulgan con él.
Recomiendo replicar con ironía y serenidad a los que apuestan por el insulto, la amenaza o el exabrupto, sean Toni Albà, Montserrat Carulla, cualquier locutor de Intereconomía o un militar franquista retirado. Cuando la Asamblea Nacional Catalana diseña un futuro cercano con el control de puertos, aeropuertos o sistemas y medios de comunicación, en lugar de ver la Rambla incendiada prefiero imaginarme cómo sería el asalto a unas instalaciones de TV3 o Catalunya Ràdio, ocupadas desde hace años.
Independencia y buen rollo: Todo no se puede tener en esta vida.