La euforia independentista de hace unos meses es historia. La inequívoca posición de Obama y la Unión Europea sobre Crimea ha caído como una losa, otra más, sobre el ilusionismo de nuestros dirigentes. Son cada vez más los catalanes independentistas que en las reuniones de amigos han dejado de llevar la voz cantante y se refugian en el silencio. Empiezan a comprender que, o les han tomado el pelo desde el principio y todo ha sido un movimiento dirigido a pasar lo mejor posible la travesía del desierto de la crisis, o, lo que es casi peor, los dirigentes independentistas son unos aventureros incapaces de valorar que Cataluña no está madura internamente para la secesión, carece de las estructuras para afrontarla unilateralmente y el mundo occidental no está dispuesto a abrir este melón.
Cada día es más visible que la sociedad catalana es plural. Muchos catalanistas no quieren seguir abonando con su silencio un camino sin salida que divide a Cataluña, que fomenta un choque de trenes del que los nacionalistas no pueden salir victoriosos
Ante la evidencia de la imposibilidad de la victoria de las tesis independentistas caben dos actitudes por parte de las fuerzas que han apoyado la secesión: dar un paso atrás y pactar una salida o empecinarse en el choque de trenes y en la derrota que algunos pretenden épica y otros pensamos que sería propia de políticos sin escrúpulos.
Cada día es más visible, a pesar de las presiones, que la sociedad catalana es plural. Muchos catalanes no quieren renunciar a su españolidad por motivos sentimentales, de identidad dual. Muchos catalanistas no quieren seguir abonando con su silencio un camino sin salida que divide a Cataluña, que fomenta un choque de trenes del que los nacionalistas no pueden salir victoriosos y cuyos daños pueden ser cuantiosos desde la propia perspectiva catalanista. Otros muchos catalanes, que no se adscriben a otra identidad que la individual, no están dispuestos a aceptar sin más que se ponga en riesgo un país próspero a pesar de la crisis, integrado en Europa, con un alto grado de autogobierno y donde las únicas amenazas reales a la libertad individual provienen de la propia Generalidad en su pretensión de “reeducar” a los que no se alinean acríticamente con sus tesis.
Que no crea en la independencia de Cataluña no significa que sea necesariamente optimista respecto a nuestro futuro colectivo. Hasta ahora nuestra clase política, en términos generales, no ha demostrado estar a la altura. La gran mayoría de los actuales líderes catalanes deberían desaparecer de la primera línea política si queremos superar la actual división y que se encare el futuro con algo de optimismo.
Creían que ya lo controlaban todo, pero no. La ciudadanía catalana no nacionalista no ha desaparecido. Simplemente se había sumido en el silencio, aceptando jugar un papel secundario
Los costes de la opción de dar un paso atrás y pactar una salida son infinitamente menos dolorosos para Cataluña que el choque de trenes. En la primera algunos sectores independentistas se sentirán frustrados. En la segunda además de frustrados saldrían inequívocamente derrotados. Y esa mezcla, frustración y derrota, no es buena. Aunque algunos piensen, desde posiciones antagónicas al nacionalismo catalán, que es hora de ajustar cuentas y para ello nada mejor que la confrontación. No es mi opción, siempre claro que el nacionalismo acepte una salida pactada y evite cualquier confrontación en la calle. Conviene un acuerdo que no sea una imposición. Pero un acuerdo que ponga fin a la pretensión nacionalista de crear una sociedad a su medida a partir del uso partidista y sectario de las instituciones de autogobierno. Un acuerdo que obligue a jubilarse políticamente a los líderes políticos que nos han llevado a esta situación.
Creían que ya lo controlaban todo, pero no. La ciudadanía catalana no nacionalista no ha desaparecido. Simplemente se había sumido en el silencio, aceptando jugar un papel secundario.
Al final habrá que agradecer a Mas que se haya precipitado. Diez años más de manipulación en la escuela y los medios, reforzamiento de las estructuras de estado, inhibición del gobierno español y silencio dócil de los catalanes no nacionalistas, quizás habrían sido decisivos para el triunfo de las tesis soberanistas.
Lo único sensato es pactar. Debe respetarse un amplio autogobierno. Pero no al precio de que los catalanes no nacionalistas callemos, miremos hacia otro lado y aceptemos ser ciudadanos de segunda. Lo de ser moneda de cambio para hacer mayorías en el Congreso ha pasado a la historia.