Es curioso la relectura de un clásico cuyas hojas han amarilleado hasta volverse frágil celulosa apergaminada y cuyas ideas permanecen con un insultante verdor que desmiente los achaques del continente, al tiempo que constituyen un sorprendente relato diagnóstico de nuestro presente, viniendo desde tan lejos como desde 1795.
Si quieren "liberarse", deberían de iniciar, sin demora, una lucha de liberación nacional desde fuera de las instituciones legitimadas por una Constitución abominable que los oprime hasta la humillación
Si hay una carencia estridente en el proyecto secesionista de una parte reducida, pero hábilmente movilizada y ostentosamente estentórea, de la sociedad catalana, esa no es otra que la ausencia de un proyecto de constitución que permita a los futuros votantes a quienes se dirige poder comparar entre la legalidad que ahora tenemos y la que se ofrece como sustitución. O como dice Kant: "Romper los lazos políticos que consagran la unión de un Estado o de la Humanidad antes de tener preparada una mejor constitución, para sustituir a la anterior, sería proceder contra la prudencia política, que en este caso concuerda con la moral". De ahí el reproche de estar actuando de forma inmoral que se le suele formular a un presidente que ha renunciado a serlo de todos los ciudadanos para serlo solo de una facción que, además, se quiere declarar en rebeldía contra el orden constitucional.
He repetido por las clásicas activa y pasiva que si el Gobierno autonómico y la oposición golpistas -pues quieren suprimir la vigencia de la Constitución en Cataluña- tuvieran un mínimo de decencia, habrían de renunciar inmediatamente a toda prebenda que provenga del denostado Estado del que quieren liberarse como si estuviesen sometidos al yugo de la esclavitud, imagen que denigra al nada honorable creador de la misma y a sus usuarios, y que los califica como los más grandes demagogos que hemos conocido desde la instauración de la Transición democrática. Si quieren "liberarse", deberían de iniciar, sin demora, una lucha de liberación nacional desde fuera de las instituciones legitimadas por una Constitución abominable que los oprime hasta la humillación.
Iniciado ese juego legítimo, que no legal, bien pudiera darse entonces la situación que previó Kant: "Si un movimiento revolucionario, provocado por una mala constitución, consigue ilegalmente instaurar otra más conforme con el derecho, ya no podrá ser permitido a nadie retrotraer al pueblo a la constitución anterior; sin embargo, mientras la primera estaba vigente, era legítimo aplicar a los que, por violencia o por astucia, perturbaban el orden las penas impuestas a los rebeldes". Porque ese movimiento puede triunfar o fracasar, pero lo que no puede hacer es no ofrecer la constitución alternativa que dé satisfacción a todos los interrogantes que un supuesto votante de la misma (o del referendo ad hoc que pretende sustituirla) puede hacerse para saber si le conviene transgredir o no la legalidad vigente. La pregunta, aunque inevitable, describe una situación que cae de lleno en el absurdo: ¿Son los secesionistas un movimiento revolucionario? En todo caso, de serlo, qué duda cabe de que instaurarían, como revolucionarios dentro del establishment con los sueldos más altos del Reino de España, una nueva acepción de la palabra, acaso su único logro "revolucionario", si bien no es menos cierto que la coletilla "de salón" describe a la perfección esa condición pretendidamente novedosa.
¿Son los secesionistas un movimiento revolucionario? En todo caso, de serlo, qué duda cabe de que instaurarían, como revolucionarios dentro del establishment con los sueldos más altos del Reino de España
Kant promovía lo que él llamaba el "derecho de ciudadanía mundial", por encima, pues, de las limitaciones impuestas por estados más pendientes de hacerse la guerra que de cooperar en pro del bien común; derecho que para él no era "una fantasía jurídica, sino un complemento necesario del código no escrito del derecho político y de gentes, que de ese modo se eleva a la categoría de derecho público de la Humanidad y favorece la paz perpetua". Un derecho que pretende abrirse paso de la mano de la jurisdicción universal para delitos de violencia social indiscriminada, propia de regímenes autoritarios.
Para Kant está fuera de toda duda que el derecho es la piedra angular de las sociedades humanas, sus cimientos, del mismo modo que, asociada íntimamente al derecho, sitúa Kant la moral, como instancia última de decisión en caso de conflicto entre la política y la moral: "La verdadera política no puede dar un paso sin haber previamente rendido pleitesía a la moral. La política, en sí misma, es un arte difícil; pero la unión de la política con la moral no es un arte, pues tan pronto como entre ambas surge una discrepancia, que la política no puede resolver, viene la moral y zanja la cuestión, cortando el nudo. El derecho de los hombres ha de ser mantenido como cosa sagrada, por muchos sacrificios que le cueste al poder denominador. No caben aquí componendas; no cabe inventar un término medio entre derecho y provecho, un derecho condicionado en la práctica". Porque la sospecha instalada entre algunos catalanes de que se quiere establecer un derecho "de parte", un derecho "partidista", tiene tantos avales que bien podríamos considerar que se quiere pasar de un sistema democrático con todas las garantías reconocidas internacionalmente a una suerte de república bananera (o calçotera) autoritaria.
Con todo, Kant está dispuesto a considerar las razones de quienes quieren vulnerar la constitución que los ampara por considerar que pueden aspirar a algo mejor. ¿Cuál es el requisito que se le ha de exigir a esa muchedumbre que sólo la constitución convierte en pueblo, según su sagaz definición: "La constitución, acto de la voluntad general, que convierte a una muchedumbre en un pueblo"?; pues algo que mucho me temo que sea difícil de conseguir: "El problema del establecimiento de un Estado tiene siempre solución, por muy extraño que parezca, aun cuando se trate de un pueblo de demonios; basta con que éstos posean entendimiento. El problema es el siguiente: He aquí una muchedumbre de seres racionales que desean, todos, leyes universales para su propia conservación, aun cuando cada uno de ellos, en su interior, se inclina siempre a eludir la ley. Se trata de ordenar su vida en una constitución, de tal suerte que, aunque sus sentimientos íntimos sean opuestos y hostiles unos a otros, queden contenidos, y el resultado público de la conducta de esos seres sea el mismo exactamente que si no tuvieran malos instintos". He aquí resumido el famoso quid de la cuestión, el busilis del asunto: ¿Sería capaz el secesionismo de crear esa constitución que ordene nuestra vida de modo que elimine los "malos instintos" y todos nos sintamos cómodos a pesar de nuestra mutua hostilidad? Lo único que sabemos, hasta hoy, es que la Constitución española del 78 ha garantizado la mayor cota de autogobierno y progreso que haya tenido nunca Cataluña, y que nunca la lengua y la cultura catalana habían alcanzado tan alto grado de desarrollo y extensión popular.
Bien podríamos considerar que se quiere pasar de un sistema democrático con todas las garantías reconocidas internacionalmente a una suerte de república bananera (o calçotera) autoritaria
En su ensayo, de carácter moderadamente utópico, Kant habla siempre de las relaciones entre estados e incluso entre federaciones de estados, si bien considera que éstas sólo tienen sentido cuando lo que se quiere es guerrear, no colaborar, y que lo propio de ellas es su efímera vida. Hay un momento de su discurso en que saca a colación el principal antídoto contra los enfrentamientos bélicos entre estados, un razonamiento que mutatis mutandis, casa a la perfección con nuestra realidad catalana de cada día, como las noticias ponen de manifiesto: "El espíritu comercial, incompatible con la guerra, se apodera tarde o temprano de los pueblos. De todos los poderes subordinados a la fuerza del Estado, es el poder del dinero el que inspira más confianza, y por eso los Estados se ven obligados –no ciertamente por motivos morales– a fomentar la paz, y cuando la guerra inminente amenaza al mundo, procuran evitarla con arreglos y componendas, como si estuviesen en constante alianza para ese fin práctico. Las grandes federaciones de Estados, formadas expresamente para la guerra, ni pueden durar mucho, por su naturaleza misma, ni menos aún tienen éxito favorable". Esos arreglos y componendas es lo que desde el mundo empresarial se está exigiendo cada vez con mayor ardor, y siempre en defensa legítima de unos negocios que no sólo son "sus" propiedades, sino el "beneficio" salarial que tantísimos trabajadores obtienen de ellos, a pesar de la degradación de las condiciones laborales que ha introducido la nueva reforma laboral, más propiamente "condena laboral", dado lo cerca que se hallan de ciertas formas modernas de esclavitud las condiciones contractuales de tantos trabajos, sobre todo para jóvenes (no tan jóvenes ya, ¡ay!).
No está de más recordar el guiño irónico desde el que arranca Kant su reflexión sobre la necesidad del derecho y de la constitución como instrumentos moralizadores de la sociedad, apartándola del estado de naturaleza en que los instintos sin freno hacen imposible la convivencia. "A la paz perpetua era", según el filósofo, una inscripción satírica "que un hostelero había puesto en la muestra de su casa, debajo de una pintura que representaba un cementerio". El filósofo, desolado y divertido a partes iguales se pregunta si esa inscripción, "estaba dedicada a todos los hombres" en general, o especialmente a los gobernantes, nunca hartos de guerra, o bien quizá sólo a los filósofos, entretenidos en soñar el dulce sueño de la paz...".
Pues eso es lo que hay: aplicarse la reflexión y dejarse de cuentos y glorias tan ajadas como fabuladas.