Seguramente conocen la noticia. Un grupo de empresarios, ejecutivos y profesionales mayoritariamente alemanes ha difundido la 'Declaración de Barcelona', en la que exponen serias razones sobre las consecuencias nefastas que Cataluña padecería, si se declarara independiente. El dirigente de ERC Joan Tardà los ha tildado de nazis: "Es penoso que directivos de empresas alemanas, enriquecidas gracias al nazismo y cómplices de millones de asesinatos, critiquen el nacionalismo". Y el ex consejero de la Generalidad Josep Huguet los ha comparado con la legión Cóndor –llena de nazis-, el arma de aviación alemana enviada por Hitler, que ayudó a Franco a ganar la guerra civil y, de paso, arrasó Guernika.
La gravedad del incidente, entre otras consideraciones, consiste en el hecho de que políticos corrientes, bien formados y con experiencia, han sido capaces de banalizar la categoría nazi en nombre de un fervor nacionalista
El incidente es una preocupante muestra de la deriva de los dirigentes de ERC hacia la irracionalidad desbordada, y una pérdida del respeto a la historia y del sentido de las proporciones. La 'Declaración de Barcelona' enuncia unas consecuencias, avaladas por numerosas declaraciones de autoridades y de expertos, que vale la pena reproducir, pues constituyen una síntesis acertada y precisa:
"Si Cataluña se separa de España, ya no pertenecerá a la UE. Las negociaciones de adhesión para reincorporarse de nuevo durarían años y requerirían unanimidad. Si Cataluña quedara fuera de la UE, es dudoso que el euro siga siendo su moneda oficial. No existirá la libre circulación de trabajadores, mercancías, servicios y capitales. Todos los convenios para evitar la doble imposición y los referidos a la Seguridad Social deberían renegociarse en un largo proceso. Todo esto conllevaría nefastas consecuencias para la economía de Cataluña".
Si un político, intelectualmente honesto y con una alta formación académica, no comparte una determinada conclusión, está obligado a rebatirla aportando argumentos, pruebas, hechos… todo lo necesario para contradecir las afirmaciones que rechaza. En vez de eso, Joan Tardà se limita a tildar a los firmantes de nazis, igual que Josep Huguet. Una reacción miserable. El exabrupto injurioso, extemporáneo, indiscriminado, fuera de lugar, les desacredita como políticos, les priva del beneficio de la honestidad intelectual y del valor de la formación académica. Los firmantes de la declaración no habían nacido en tiempos del nazismo y las empresas alemanas en cuestión, viejas o nuevas, no existían entonces como tales.
Hannah Arendt en el libro Eichmann en Jerusalén reflexiona sobre la banalidad del mal. Un hombre disciplinado, aplicado, con un sentido desarrollado del orden y del deber, un hombre corriente, un hombre como tantos otros, fue el agente perfecto del mal absoluto. La gravedad del incidente, entre otras consideraciones, consiste en el hecho de que políticos corrientes, bien formados y con experiencia, han sido capaces de banalizar la categoría nazi en nombre de un fervor nacionalista que los injuriados firmantes de la 'Declaración de Barcelona' saben por su condición de alemanes que –como señalan- "el fervor nacionalista en el último siglo ha traído sufrimientos inmensurables sobre Europa y que tampoco traerá nada bueno para Cataluña". Si, además de los firmantes, la multitud que compartimos el contenido de la declaración fuéramos tildados de nazis, de la banalización se pasaría a la supina frivolidad.