Pensamiento

Ortega y Mascarell como síntoma

5 febrero, 2014 08:36

Acostumbrados a mecerse entre los algodones de la televisión pública catalana, o de los escribas y voceros subvencionados, algunos personajillos del Gobierno autonómico catalán no soportan escuchar las verdades del barquero. Que alguien refute sus tesis -no por repetidas hasta la náusea, ciertas - les incomoda, no lo pueden resistir. Están tan habituados al bálsamo de los convencidos, a la exigencia de los que tienen prisa, que son incapaces de mostrarse afables y considerados cuando, desde una peana cualquiera, alguien contradice su fe.

Están tan obcecados que se incomodan e inquietan cuando terceros hablan, razonan, proponen, se mueven y actúan. Les molesta la emergencia de nuevas vías, les irrita que alguien enarbole alternativas o insinúe una salida del agujero en que nos han metido

Dicen que la vicepresidenta de la Generalidad, Joana Ortega, frunció el ceño y no aplaudió la intervención de la presidenta autonómica andaluza durante la conferencia de ésta en el fórum Barcelona Tribuna. ¿Cuál fue la razón? Se preguntarán ustedes. Algunos analistas perspicaces insinúan que las tesis de la dirigente socialista tenían tantos puntos en común con las del democristiano, Josep Antoni Duran i Lleida, que la consejera evitó retratarse. O quizás no, vayan ustedes a saber qué oscuros vericuetos hay en las catacumbas de Unió Democràtica de Catalunya. Susana Díaz arrolló, desplegó una amplia propuesta de actuación política inmediata no exenta de dificultades, pero factible. Contradijo el manido argumento del expolio fiscal, del "España nos roba", en una línea similar a la desarrollada recientemente por Josep Borrell. Reconoció la necesidad de reformar la Constitución Española, la de modificar el sistema de financiación imperante y propuso reformar el Senado entre otras muchas cosas.

¡Ah! Pero lo que seguramente escoció a la vicepresidenta de la Generalitat fue algo que comienza a ser vox populi. Susana Díaz osó afirmar que Artur Mas conduce a Cataluña a un callejón sin salida y a la sociedad catalana a la fragmentación. Y así fue como, con cuatro verdades, se perdieron las amistades. Joana Ortega no soltó ni una sola palmadita sorda de cortesía. El señor Isidro Fainé sí lo hizo y Godó también. Todo un síntoma.

San Pedro negó tres veces y otros, en apenas tres días, descubrieron la luz redentora del nacionalismo conservador a la que adosaron unas hipotéticas "estructuras de Estado". El converso Ferran Mascarell, faro de la cultura oficial catalana y adaptador de las tesis de Marta Harnecker al ideario convergente, también se inquietó con el llamamiento a la unidad de acción, a la lucha conjunta, que reclamó José Sacristán en la gala de los Premios Gaudí. Raudo, al día siguiente, el consejero aprovechó una recepción oficial para contradecir las palabras del actor masajeando la cultura española –faltaría más- al tiempo que desdeñaba la unidad propuesta por Sacristán. Paradigma, este Mascarell, de la transición del internacionalismo al particularismo, de la unidad de acción al nosaltres sols con la excusa del autogobierno..

¿Y qué me dicen ustedes de la cara de póquer que puso Artur Mas cuando Jordi Évole le mostró, ante Felipe González, una campañita esperpéntica de CiU? Sí, recuerden, aquella que lleva como lema: "La España subvencionada vive a costa de la Cataluña productiva"… Un Artur Mas sorprendido y ruborizado alegó que él jamás se hubiese expresado así, que aquello seguramente era cosa de algún incontrolado (¿Francesc Homs?). De acuerdo, pero convendrán conmigo que el problema radica en si él, en su fuero interno, piensa así.

Ya ven. Una no aplaude ni por cortesía institucional, otros replican, centrifugan o niegan las evidencias. Están tan obcecados persiguiendo el conejo blanco de Lewis Carroll que se incomodan e inquietan cuando terceros hablan, razonan, proponen, se mueven y actúan. Les molesta la emergencia de nuevas vías, les irrita que alguien enarbole alternativas o insinúe una salida del agujero en que nos han metido. Todo un síntoma.